Julia Chaparro Lineo
El hallazgo de restos óseos en la mina La Paloma devuelve la esperanza a los hijos y nietos de desaparecidos en la Guerra Civil
Julia Chaparro Lineo fue una de las personas que el pasado miércoles, junto a su madre, María, de 89 años, acudió a la fosa común ... de la mina La Paloma, en Zarza la Mayor. Allí, tras una larga excavación que arrancó en 2022, se hallaban los primeros cuerpos de desaparecidos represaliados por el franquismo en 1936. Los trabajos, que lleva a cabo la sociedad Aranzadi, pueden ser contemplados por los familiares a través de las cámaras introducidas en el interior de la cueva. En el metro 36 de profundidad fueron localizados objetos personales y restos óseos que podrían pertenecer a personas como Zacarías Lineo Diaz, el 'Rojo', padre de María y abuelo de Julia. «Fue un día de muchas emociones, de esos en los que empiezas a llorar y no puedes parar, parecía que nunca iba a llegar ese día», describe esta mujer de 54 años que relata cómo la desaparición de su abuelo, «destrozó la vida» de toda la familia, ya que además de la pérdida se vieron abocados a la pobreza, a que su abuela tuviera que dedicarse al contrabando de telas, por lo que fue encarcelada y que tuviera que entregar a su hija a otra familia, porque no podía hacerse cargo, al tener otros tres hijos más. «Ser considerado 'rojo' te cerraba puertas».
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María Lineo, que vive en un piso tutelado en Zarza la Mayor nació el 14 de septiembre de 1936. Tenía solo siete días de vida cuando se llevaron a su padre de su casa en un camión. «Mi abuela estaba dándole el pecho a mi madre en ese momento, salió detrás por instinto y le dijeron que se estuviera quieta que también había hueco para ella, tenía cuatro hijos», detalla. «A la mañana siguiente se los llevaron del pueblo y por lo que sabemos algunos ya iban muertos». Emprendieron viaje a Alcántara, en donde según fuentes orales la idea era coger más prisioneros para hacer un fusilamiento masivo, pero finalmente los que custodiaban esa cárcel no les dejaron sacar. Un vendedor de pucheros de barro vio a Zacarías tendido en el suelo del puente de Alcántara, probablemente ya muerto. «Lo que hicieron con él no lo sabemos, pudieron cogerlos de vuelta todos muertos y echarlos a la mina o algunos quizás fueron arrojados al río, querían asegurarse de que no los encontraran».
Zacarías, que trabajaba como jornalero o en obras, era amigo del alcalde y secretario del Ayuntamiento, que eran republicanos. «Según nos han contado mi abuelo pertenecía al sindicato agrario, en ese momento no, pero luego a él le han llamado Zacarías 'el rojo', y a mi madre María la de Zacarías 'el rojo', a mí también me han llamado 'roja'». El término señalaba, marcaba de por vida, da a entender Julia. Su madre tardó tiempo en saber de dónde provenía, ya que el matrimonio que la crió tras pasar por un orfanato en Cáceres (sin darle los apellidos, conserva los biológicos) se lo ocultó. «Eran muy pobres y mi madre tuvo que trabajar desde los siete años para sobrevivir». No aprendió a leer ni a escribir. «Mi abuela pasaba por donde estaba su hija poniendo excusas para verla, hasta que al final una vecina le contó la verdad a mi madre». En la edad adulta tuvo vínculo con su madre y sus hermanos.
Julia confía en que los trabajos que se llevan a cabo vierta luz sobre si el cuerpo de su abuelo fue depositado en la mina La Paloma. Junto a los huesos se han encontrado monedas, carteras y recipientes donde se guardaba el tabaco. «Ojalá que encontraran algo que pusiera el nombre de mi abuelo, sobre todo por mi madre, que ya tiene una edad, es lo que siempre ha estado esperando».
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El silencio, dice, se ha adueñado durante décadas de la memoria. «En un pueblo no podías hablar ni preguntar, existía la ley del miedo, yo me iba enterando poniendo la oreja».
Tilda de «injusto» el cuestionamiento por parte de la derecha de la Memoria Histórica. «Quienes están en las cunetas son ciudadanos españoles, son vecinos, ellos necesitan una reparación, a los asesinos no se les puede juzgar, pero realmente no queremos grandes cosas, no queremos dinero, solo sus cuerpos para poder enterrarlos, solo que las familias tengan esa seguridad de saber dónde están, que no estén tirados, a mi abuelo lo tiraron a una mina o lo tiraron al río, y fueron sus propios vecinos, quizás fueron hasta sus propios amigos».
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