Cáceres estrena un proyecto pionero en el centro de mayores Cervantes: «Poder comer con mis hijos en la residencia me da la vida»
Las instalaciones disponen de un espacio que permite a los internos compartir almuerzo y sobremesa con sus familiares sin salir del recinto
José Gabriel Regalado tenía la costumbre de comer en casa de su madre todos los viernes. Pero este hábito se perdió el día que ... ella ingresó en la residencia de mayores Cervantes de Cáceres. Ahora, gracias a un proyecto pionero en Extremadura implantado en este centro, este comercial vuelve a compartir mesa y mantel con su progenitora.
No lo hace en un restaurante, sino en las instalaciones de la propia residencia, donde se ha habilitado una unidad de convivencia (el nombre oficial de este espacio es unidad en familia) con cocina, comedor y zona de estar para que las familias puedan compartir almuerzo con los residentes sin necesidad de salir de las dependencias con el fin de que los mayores puedan mantener los hábitos de su vida cotidiana anteriores a su ingreso en el centro.
La madre de José Gabriel se llama Juana Redondo. El próximo mes de agosto, cuenta con desparpajo, cumplirá 84 años. Y lleva cuatro en la residencia. «Comer con mis hijos me da la vida. Es algo muy grande», comenta resuelta mientras parte en trozos una cebolla para un gazpacho durante la realización en este mismo espacio de un taller, también incluido dentro del mismo proyecto, orientado a que Juana y el resto de participantes (mujeres en su mayoría) no pierdan habilidades instrumentales adquiridas, como la de cocinar.
«Ya he comido cuatro veces aquí con mi hijo mayor», relata en referencia a José Gabriel. La última vez fue el pasado viernes. Él lleva la comida y la calienta en el centro. Unas veces va solo y otras acompañado de sus hijos, Jorge y Ana. «Me encanta la experiencia. Luego nos sentamos cada uno en un sillón y vemos un rato la tele, hasta que tiene que volver al trabajo. Parecía que estaba en mi casa comiendo con mi hijo, algo que hemos hecho durante muchos años», indica la mujer con voz de emoción.
En esta unidad en familia todo está nuevo, como el proyecto. Los muebles de cocina instalados, los utensilios, las cortinas, los sillones coloridos, las sillas... El programa se estrenó el pasado 5 de mayo, según detalla Ana Rasero, directora de la residencia.
«Nosotros pensamos en la posibilidad de empezar a abrir unidades individualizadas para que todos los residentes recibieran una atención personalizada y tuvieran dentro de la residencia una manera de vivir que fuese muy, muy cercana a lo que ellos tenían en casa», relata.
Así fue como surgió este proyecto, que ya funcionaba en otros puntos del norte del país. Pero sin precedentes en la región. «Si queremos que sigan manteniendo su autonomía tenemos que fomentar sus habilidades adquiridas. Conocíamos otras experiencias de Cataluña y el País Vasco. Y dijimos: vamos a ello», describe la directora del centro.
La unidad en familia de la residencia Cervantes de Cáceres se articula sobre dos grandes patas. Por un lado están los talleres de cocina que los inscritos (siempre voluntarios y distribuidos en grupos que van de 12 a 15 personas con características similares) llevan a cabo con la terapeuta. El pasado miércoles Juana y sus compañeras confeccionaron un menú compuesto por gazpacho, tortilla y 'mousse' de limón y piña.
El centro quiere cursar invitaciones a cocineros profesionales de la ciudad para que vayan pasando por estas instalaciones y compartan sus experiencias, y también sus trucos, con las asistentes. «La cocina es mi pasión. Me sale todo bien, menos la paella, que no le pillo el punto», admite Juana mientras le da el visto bueno a la elaboración de Ángela Medina. Ángela tiene 85 años y ha pasado gran parte de su vida en Madrid, donde ha trabajado de secretaria. «A mí me enseñó a guisar mi suegra, pero nunca me ha gustado», admite con los labios pintados de rojo intenso.
La finalidad es que los residentes mantengan hábitos y habilidades de su vida cotidiana previas a su ingreso en la residencia
La otra pata sobre la que se apoya el proyecto es la entrada de las familias al centro para compartir con los residentes un almuerzo. Pueden hacerlo tantas veces como quieran, pero siempre con aviso previo. «Los familiares pueden confeccionar aquí la comida o traerla de su casa hecha. Lo que les resulte más fácil», ilustra al directora. En cualquier caso, los familiares deben poner la materia prima.
Beneficios
El taller de cocina de esta semana ha estado dirigido por Yésica Blázquez. Ella no es una gran chef, sino la terapeuta ocupacional del centro. «Poder comer aquí con su familia les proporciona una satisfacción enorme porque les hace sentir que realmente están en una casa. No es la suya de toda la vida, pero sí es su casa de ahora. Y recibir a su familia en su casa es muy gratificante», zanja Blázquez.
En una ocasión, Juana recibió la visita de sus nietos, que decidieron pasar un rato a solas con su abuela. Antes hicieron parada en un restaurante chino y pidieron comida para llevar, cuenta a modo de anécdota José Gabriel.
Recuerda Ana Rasero que el centro cuenta, además, con otra unidad de convivencia. En este caso, está enfocada a residentes dependientes que todavía mantengan algo de autonomía. Fue la primera que se puso en marcha.
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