Mina la Paloma: las 300 toneladas que escondían la memoria de un pueblo
Zarza la Mayor exhuma una fosa del franquismo con la sensación de verter luz sobre su episodio más oscuro
Un paisaje amarillo enmarca la Paloma, la finca en la que se sitúa la que hasta finales del siglo XIX una mina de wolframio, ... un material y extremadamente duro que se usa para hacer aleaciones de acero. Zarza la Mayor, pueblo cacereño en plena frontera aprovechó durante décadas ese yacimiento, esa fuente de riqueza y trabajo. De la prosperidad a la muerte, la sima terminaría convertida en el lecho a 36 metros de profundidad de varias personas asesinadas durante los primeros meses de la Guerra Civil por vecinos afines al régimen franquista en ciernes.
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Más de 300 toneladas de roca y basura se acumularon desde entonces en este punto, el kilómetro de cero de un pueblo con vencedores y vencidos, con heridas que, tal y como señalan algunos vecinos implicados en la búsqueda de sus familiares, no están aún cerradas.
El silencio que se adueñó durante décadas de ese espacio se diluyó el 8 de octubre cuando los técnicos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi hallaban los primeros restos óseos de represaliados del franquismo, lo que convirtió durante una semana, hasta que se llegó al fondo del primer pozo el pasado jueves, este territorio rocoso y seco en un lugar de peregrinación de familiares, medios, estudiosos, políticos y otras autoridades.
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El sábado 11 el forense y antropólogo Francisco Etxeberría junto a su equipo mostraron por primera vez restos humanos de una sola persona a los familiares que allí se encontraban. En una caja de plástico y metido en bolsas estaba el denominado individuo número 2. Entre los allegados estaba Julio Chaparro, de 89 años, el hijo de Fermín, uno de los represaliados cuyos restos puede que se encuentren en esta fosa. Él tenía solo seis meses cuando se llevaron a su padre en septiembre de 1936. «Me tenía cogido en brazos y me quedé sin él, él era republicano y yo siempre lo he sido», cuenta amarrado a una foto que en realidad parece un dibujo a carboncillo, el único y rudimentario recuerdo gráfico que tiene. «Me fui muy pronto del pueblo y después emigré al País Vasco». Vive en Talavera de la Reina desde hace 40 años, pero ha querido ver de cerca las tareas de exhumación de los restos. El equipo de Aranzadi, que en esta primera etapa ha logrado el rescate de cuatro cuerpos se acompaña siempre de las familias, les tienen muy en cuenta en este proceso. Ya se ha llegado al fondo del pozo uno, pero quedan por excavar los pozos dos y tres de la mina La Paloma, una tarea que se retomará antes de final de año.
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Etxeberría pone a Julio una moneda de la época en la mano. Enseña luego una petaca de piel para el tabaco y una mina de lo que pudo ser un lápiz. Lo cogen un grupo de mujeres que hacen piña para una foto. Se las ve unidas y con la sensación de estar viviendo algo único.
Mara Generelo es una joven alemana con origen en Ceclavín, cuya familia emigró. Ella es bisnieta de un desaparecido y está haciendo su tesis de máster de Antropología en la Universidad Goethe de Frankfurt sobre «cómo se transmite la memoria». Grabadora y cuaderno en ristre se mueve de grupo en grupo recabando información. «Mi bisabuelo puede estar aquí o en el cementerio de Piedras Albas».
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Silencio
Esperanza Clavero, de 80 años, es nieta de Isidoro Clavero. Ella vive en La Rioja y también ha sido testigo de la exhumación. «En mi familia lo hemos sabido siempre, lo que pasa es que eran años difíciles, no se podía hablar porque la gente se quedó señalada, eran los 'rojos'. «Había un régimen de terror». El silencio, dice, se empieza a diluir con la aprobación de la Memoria Histórica en el año en 2007, momento en el que se creó la agrupación de familiares de víctimas del franquismo en Zarza. Ya solo quedan vivos dos hijos de víctimas, Julio y María Lineo. Tiran del carro nietos y bisnietos. Los largos años de lucha desgastan y hay familiares que se han desenganchado de este proceso, que culminará cuando se logre unir el ADN de los restos que se encuentren con el de los descendientes que les busquen, una tarea que no siempre es fácil. Hay que trazar árboles genealógicos para ver quien es el mejor candidato ideal para analizar el ADN. Hay ocasiones en los que no se encuentra ADN y se rellenan huecos con información testimonial y de contexto.
El catedrático de Historia Contemporánea Julián Chaves explica que el número de cuerpos que puedan hallarse en todos los pozos de La Paloma varía respecto a la previsión inicial, que actualmente es 22. En la mina Terría de Valencia de Alcántara se encontraron más de los previstos, un total de 49 de una estimación inicial de 25.
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Más allá de la identificación completa de los cuerpos late la idea, apunta Etxebarría, de que las personas halladas, como ese esqueleto número dos que se mostró el sábado 11 y los otros cuerpos rescatados, «representan a todas las demás».
Julio, el más mayor del lugar, atiende a las explicaciones con la foto de su padre amarrada a sus manos como si fuera un indestructible talismán. Instantes después le toman el ADN con un hisopo que le introducen por la nariz. Un paso más hacia la luz.
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