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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Imagen del San Blas cacereño, el pasado sábado en su peana. :: A.T.
El Fary y San Blas

El Fary y San Blas

Las romerías son la esencia de la tradición festiva extremeña

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 6 de febrero 2017, 08:12

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«Yo, de todas formas, siempre he detestado al hombre blandengue», decía El Fary en el vídeo. Se trataba del típico envío entre cuñados por WhatsApp. Lo vi este sábado por la mañana junto con otros vídeos castizos, divertidos, bizarros, inteligentes, chabacanos... «La mujer tampoco admite al hombre blandengue y como la mujer es granujilla pues se aprovecha del hombre blandengue. Ese hombre del carrito de la compra... El hombre debe estar en su sitio, nunca debe blandear y la mujer necesita a un tío ahí», sentenciaba el padre de la filosofía machunga española.

Un poco mosqueado con las sentencias farinianas y sospechando en mí ciertas blandenguerías perpetuas, me acerqué después de comer a la romería cacereña de San Blas. Como hacía una tarde muy mala, había poca gente en la calle, mucha gente en los bares y media docena de personas en la iglesia. Compré roscas típicas de anís para mi madre y para mi suegra y compré un cordón rojo y otro verde bendecidos para proteger mi garganta. Me los até al cuello, componiendo una especie de bandera portuguesa antifaringitis, y me senté ante el santo.

Lo vi allí, en su peana, como se ve en la foto, con una rosca colgando de un milagroso cordón amarillo, que pendía de su mano derecha, rodeado de claveles rojos y me emocioné. Me puse blandengue del todo e imaginé que El Fary, desde el cielo, pensaría que no tengo remedio. Pero es que era lógico que me emocionara. De hecho, nada más superar la amenaza de gimoteo y mientras mi mujer, que a ella sí que la admiraría El Fary, me miraba estupefacta e incrédula, me levanté y me encontré con una amiga que me soltó solidaria: «Yo estoy a punto de llorar».

Ni El Fary ni mi mujer lo entenderán nunca, pero para un cacereño, bajar a San Blas el día de su fiesta es sumergirse de pronto en la infancia y recordar, en mi caso, cuando a mi hermano Javier le salieron unos bultos en la garganta, mi madre ofreció una misa si se curaba, se curó y vinimos todos a dar gracias al santo. O el día de la fiesta, que bajábamos los seis hermanos con mis padres y nos colgaban cordones, nos daban una rosca a cada uno y nos pasábamos la tarde entera entre Pinilla y la Audiencia, dando vueltas y disfrutando del ambiente.

Hacía más de 40 años que no bajaba a San Blas, a la romería, y el sábado redescubrí el alma auténtica del cacereño de siempre, el que mira el Womad con curiosidad, observa el Pop Art, el Horteralia y el Festival de Teatro con escepticismo, pero se vuelca en lo que de verdad siente suyo sin ambages ni cuarentenas, o sea, las romerías de Los Mártires, San Blas y Las Candelas, la Semana Santa, la Virgen de la Montaña, las hogueras de San Jorge y la feria de mayo. Fiestas que, como poco, caso de la feria o las hogueras de San Jorge, las más modernas, tienen más de un siglo de historia o que, como San Blas, llevan celebrándose casi medio milenio.

El sábado, en San Blas, la mañana estuvo animada, según cuentan. Por la tarde, que es cuando me llevaban mis padres siendo niño, flojeó bastante por culpa de la lluvia y la tristeza meteorológica. Pero quedaban los bares, quizás los más castizos de la ciudad. Bares donde los jóvenes celebran sus cumpleaños sin arruinarse y donde, caso del 'Micro', mantienen las esencias gastronómicas cacereñas de la oreja, los morros, los callos...

Así que bajé a San Blas y retorné a la infancia. Se me hicieron dos nudos en la garganta, uno real con el cordón y otro imaginario con la emoción, y redescubrí que, cuando las fiestas populares llegan a la ciudad, todos nos convertimos en 'blatovis': blandengues de toda la vida. Perdona, Fary.

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