El veterinario José-Marín Sánchez Murillo dirige el Laboratorio de Sanidad Animal de Extremadura. HOY

José-Marín Sánchez Murillo

Presidente del Colegio de Veterinarios de Badajoz
«El temor a que la peste porcina llegue a Extremadura está en el extensivo»

El director del Laboratorio de Sanidad Animal de Extremadura considera insuficiente el cordón sanitario aplicado en Cataluña

Ángela Murillo

Badajoz

Sábado, 6 de diciembre 2025, 07:40

El regreso de la peste porcina a España ha hecho saltar todas las alarmas. José-Marín Sánchez Murillo se enfrentó a esta enfermedad animal ... letal para los cerdos en los noventa. El director del Laboratorio Regional de Sanidad Animal de Extremadura y presidente del Colegio Oficial de Veterinarios de Badajoz presenció los estragos para los ganaderos y analizó miles de muestras infectadas. No olvida los duros momentos que atravesó el sector porcino y apunta las claves que permitieron erradicar este patógeno, que no afecta a los humanos.

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–¿Confía en las medidas adoptadas en Cataluña tras la detección de jabalíes infectados?

–Quiero ser optimista y confiar en la encapsulación de ese brote. Ahora mismo el problema está en esa fauna silvestre. Si conseguimos que quede ahí, incluso si hubiera transmisión a los cerdos domésticos en Cataluña, sería un problema, pero menor que si llegara a afectar al extensivo. Hay que ir con cautela, lanzando un mensaje de tranquilidad. El sector extremeño es fuerte, está preparado y concienciado. No estamos en los años 60, pero esta enfermedad da pánico.

-Se habla de la superpoblación de jabalíes como origen de la aparición de la peste porcina en Cataluña. ¿Hay que reducir poblaciones?

-Es un tema delicado. Los ciervos y los jabalíes han llegado a las ciudades, y eso no puede ser. Este es el principal problema que tenemos, y que antes no existía porque las poblaciones estaban muy localizadas. Un jabalí infectado se mueve miles de kilómetros, de un país a otro. Hay que controlarlo, pero no se puede poner puertas al campo. Por eso hay que tomar alguna determinación. En Cataluña las explotaciones son intensivas..., pero aquí son en extensivo, y, si llega, sería un desastre.

-La Comisión Europea impone en 91 municipios de ocho comarcas catalanas el área de exclusión. ¿Le parece suficiente?

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-No. Iría a máximos partiendo de la legislación. Hubiera hecho esos anillos de 20 kilómetros más grandes. Son terrenos que no están cercados y los animales se están moviendo. Por eso tenemos que ser más ambiciosos. Esta enfermedad es muy contagiosa y hay que aprovechar el invierno. Si se declara aquí la enfermedad, las cacerías se tendrían que parar porque no se pueden mover animales.

-¿Por qué hay que actuar ya?

-Dejando claro que esta no es una enfermedad transmitida por vectores, como la lengua azul, la leishmaniosis o la enfermedad hemorrágica vírica; hay que aprovechar ahora que no hay tantas moscas, mosquitos o tábanos, que sí ayudan a transmitir la enfermedad de una manera mecánica. Esos artrópodos se posan en una gota de sangre de un cerdo o un jabalí muerto, y se llevan miles de partículas víricas en sus patas o aparato bucal.

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–¿Qué supondría para un sector como el porcino extremeño, que ha logrado consolidar sus exportaciones, la irrupción de la peste porcina africana?

–Sería un desastre. Nuestros productos han alcanzado un gran nivel, son únicos en el mundo, y el cierre de las fronteras sería una pena. Ya nos echaron la raya roja hasta el año 95. Si vuelve a pasar, sería desastroso.

–La lucha contra la peste porcina africana en los noventa dejó imágenes dantescas en Extremadura, con piras de cochinos quemándose. ¿Cómo lo vivió?

–Fue tremendo. Participé en la campaña de lucha contra los portadores porque en ese momento la enfermedad ya se había cronificado. El virus seguía estando, pero no había sintomatología. Así que los veterinarios chequeábamos miles de animales; y, cuando se detectaba un portador, había que sacrificar todos. Asistí a varios sacrificios que fueron una barbaridad, como el de una finca donde hubo que matar más de 8.000 cerdos. En ese momento ya se usaba la pistola de bala cautiva, pero cuando entró el virus a principios de los sesenta había que matarlos a palazos.

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–¿Cómo se logró controlar la enfermedad en la región?

–Se consiguió por el gran esfuerzo humano y económico que se hizo. Muchos equipos trabajando de manera coordinada.

–¿En qué frentes se actuó?

–Uno de los problemas eran las instalaciones ganaderas que teníamos, eran antiquísimas, con paredes hechas de piedra y de barro, con oquedades. Ahí vivían los chinchorros, unas garrapatas que infectaban a los cerdos. Cuando se detectaba un brote, sacrificábamos a todos los animales y se declaraba el vacío sanitario, quedando la explotación libre de cerdos, pero, cuando volvía la actividad ganadera, otra vez los animales volvían a morir. Descubrimos que el problema eran los chinchorros, con el virus.

–¿Y cómo se solucionó?

–Se obligó a los ganaderos a que las paredes de las instalaciones fueran lisas. Y otra de las claves del control de la enfermedad fue que el diagnóstico funcionaba estupendamente. Analizábamos miles de muestras a diario en los laboratorios. Una vez que se confirmaba un positivo, el sacrificio se llevaba a cabo en menos de 24 horas. Y, obviamente, cuando la sintomatología era muy clara, se abría al animal en la misma explotación y si el veterinario veía las lesiones, que son muy características, se sacrificaba en el momento. No se esperaba un resultado.

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–Ahora se cree que un bocadillo comido por un jabalí está en el origen del foco en Cataluña, ¿cómo puede poner en jaque a un país un simple bocadillo?

–En Badajoz en los años 60 ocurrió lo mismo. La enfermedad llegó a través de restos de comida contaminados, procedentes de Portugal. De ahí pasó a unos cerdos en una casa del Gurugú, unos animales que quisieron esconder, y que al final llevaron el virus a las explotaciones.

-¿Han mejorado las técnicas y la capacidad diagnóstica 30 años después?

-En Extremadura estamos perfectamente capacitados para diagnosticar la enfermedad. Seguimos utilizando aquellas técnicas de 'screening' que empleábamos en los noventa y ahora se suma la PCR. Pero no estaría de más aumentar esa capacidad diagnóstica de nuestros laboratorios, para que no tuviéramos tanta dependencia de Madrid a la hora de la confirmación. Es un tiempo que se pierde.

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–¿Por qué no hay una vacuna para una enfermedad animal que provoca estragos?

–No debe ser fácil. Se busca desde los años sesenta, cuando el investigador Carlos Sánchez Botijas, veterinario al frente del entonces Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, empezó a hacer sus primeros estudios. Hizo una vacuna con el virus atenuado, pero resultó desastroso. Se probó en Badajoz y todos los animales vacunados murieron. Desde entonces se han hecho otros intentos con metodologías más modernas. Ahora se está avanzando mucho, hay alguna que está ya en fase avanzada, pero a día de hoy no podemos decir que exista vacuna.

–¿Qué mensaje lanza a la población general?

-Debe haber tranquilidad. Saber que esta enfermedad no se contagia a las personas. En eso puede uno estar segurísimo. Aunque se coma carne de un cerdo que está infectado, al humano no le afecta este virus.

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