Arranca la tala de 225.000 pinos en Gata, obligada por el mal del gusano
ANTONIO J. ARMERO
Martes, 17 de marzo 2009, 18:36
El ruido de las motosierras ha llegado a la sierra de Dios Padre. Desde las Peñas del Drago, un alto en mitad de ese escenario, el mensaje llega con una calidad asombrosa. Quince o veinte segundos de motor acelerado, dos segundos de silencio -que viene a ser, más o menos, lo que tarda un pino de ocho metros en quebrarse- y un golpe seco. Medio minuto en el que sólo habla el aire y vuelta a la secuencia. En lo que dura un cigarrillo, se oyen caer una decena de árboles. Ese ruido de motosierras en acción llegó a la zona anteayer, día uno en la operación de emergencia contra el Bursaphelenchus Xylophilus, la enfermedad forestal más conocida como 'el nematodo de la madera del pino', o más simple aún, 'el gusano del pino'. En noviembre se detectó un pino pinaster afectado por esta patología, precisamente en las Peñas del Drago, y ahí arrancó una historia de la que aún queda mucho por escribir. Un solo gusano de milímetro y medio ha bastado para poner un círculo de monte de cuarenta kilómetros de radio en cuarentena; un único gusano de milímetro y medio que obligará a talar todos los pinos que haya en 1.215 hectáreas, que son más de 225.000; un único gusano que va hacer que la Junta de Extremadura se gaste 2,5 millones de euros. ¿Qué sucedería entonces si aparece otro? Pues precisamente esto es lo que explica que ayer sonaran las motosierras en el monte preferido por los vecinos de Villanueva de la Sierra, el primer pueblo de la comarca de Gata en su vertiente sur. Un ruido que hoy se escuchará más que ayer, porque el operativo no ha hecho más que arrancar, y que no cesará en las próximas tres semanas. La consejería de Agricultura y Desarrollo Rural ha preparado el dispositivo de tal manera que todo esté terminado antes del 1 de abril. Ese día figura en las cartas que la Junta remitió a los dueños de terrenos afectados, es a la que se refirieron los técnicos en las reuniones informativas celebradas en enero en Villanueva de la Sierra, Pozuelo de Zarzón y Santa Cruz de Paniagua, y también es la que aparece en la legislación vigente de la UE. Sin embargo, la administración autonómica matiza que esa fecha «es recomendable, no obligatoria ni exigible». La respuesta a la pregunta de por qué ese día y no otro está en el ciclo de vida del escarabajo que transporta al peligroso gusano de un árbol a otro, ya que el nematodo es incapaz de cambiar de ejemplar sin la ayuda de ese vector. En torno a esa fecha, los escarabajos -que por sí solos no constituyen amenaza alguna para los árboles- aumentan su actividad, y por tanto, las posibilidades de que el Bursaphelenchus Xylophilus aparezca en otro pino, la especie más vulnerable a esta patología. Tragsa, Dyrex y Fomex Para intentar llegar a esa fecha, la Junta recurrió a los contratos de emergencia -cualquier otra fórmula recogida por la Ley de las Administraciones Públicas habría dilatado el comienzo de los trabajos en exceso-, y encargó el trabajo a tres empresas, tal como ya ha explicado HOY en informaciones anteriores. En concreto, la tarea en tiempo récord está en manos de técnicos y operarios de la empresa pública Tragsa y las privadas extremeñas Fomex y Dyrex. Cada una de ellas tiene una parcela de monte asignada (de unas trescientas hectáreas, aproximadamente, en el caso de las empresas privadas), y en ellas irá aumentando la actividad a medida que pasen los días. En la zona competencia de Dyrex está Juan Jesús Tenorio, ingeniero técnico forestal. Tiene los pies sobre un cortafuego y junto a él hay un bulldozer removiendo la tierra. Lo que hace esa máquina es abrir espacio y habilitar un parque, que es el lugar al que irá llegando la madera talada. Allí, en el parque, estarán las máquinas que la reducirán hasta astillas inferiores a dos centímetros. «Una de las premisas es intentar dañar al monte lo menos posible», explica Juan José Tenorio, que ayer estaba al frente de un equipo de ocho personas: siete hombre con motosierra y un maquinista. Hoy llegarán más cuadrillas, y también máquinas que facilitan el trabajo, como las autocargadoras (para transportar los árboles cortados hasta el parque) y las astilladoras (para triturar la madera). La directora general de Explotaciones Agrarias y Calidad Alimentaria comenta qué se hace una vez que la copa del pino está en el suelo. «Tras la tala -explica María Curiel-, el árbol deberá ser sometido a un proceso de destrucción que garantice la eliminación del complejo parasitario, lo que se consigue a través de procedimientos tales como la incineración, tratamiento térmico, triturado, fumigación...». «Se está tratando -continúa- de dar una salida a la madera que se genere como consecuencia de la tala, pero lo cierto es que en la comunidad autónoma sólo existen tres industrias que dispongan de las instalaciones necesarias para realizar un tratamiento térmico a esa madera, y es poco probable que entre las tres puedan asumir todo el material que está previsto se produzca tras la tala. El volumen que no puedan absorber estas empresas debe ser astillado en el área demarcada». ¿Y después, qué? ¿Qué habrá en el lugar de los pinos? Según la Consejería de Agricultura y Desarrollo Rural, «muy probablemente» la zona se repoblará con especies frondosas. Es decir, castaños, encinas o alcornoques, principalmente. De hecho, en las primeras hectáreas sobre las que ya están actuando las empresas privadas, los pinos se sustituirán por alcornoques. No obstante, Curiel asegura que «las labores de regeneración serán desarrolladas una vez que haya concluido la tala, y la fecha de esta se encuentra condicionada a que las condiciones de humedad del suelo sean las adecuadas para el arraigo de las plantas». En el mismo escenario, los hombres de las motosierras se mezclan con los técnicos de Sanidad Vegetal, que van tomando muestras de árboles (se han hecho ya seiscientas en un área de veinte mil hectáreas). Uno de ellos agarra la máquina de taladrar y hace tres agujeros en un pino talado hace unos minutos, un ejemplar que a la vista de su tronco, tiene más de cincuenta años. De cada una de esas tres inserciones coge astillas de distintos tamaños y las mete en una bolsa de plástico transparente. A su lado, el compañero, GPS en mano, apunta las coordenadas exactas del árbol, anota una lista de números y letras en un cuaderno de hojas cuadriculadas y le pone una pegatina a la bolsa. El destino de esa muestra es el Laboratorio de Sanidad Vegetal de Badajoz. Si allí se detectara un positivo, habría que remitir esa madera sospechosa al CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). Su laboratorio de Agroecología sería el encargado de certificar cualquier posible positivo por Bursaphelenchus Xylophilus, ese nematodo que tiene al sector forestal español pendiente de lo que ocurre en Extremadura. Ese gusano ínfimo que ha devuelto el ruido de motosierras a la sierra de Dios Padre.