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SOCIEDAD

Menestra sinfónica

La Orquesta de las Verduras vienesa asombra por sus instrumentos y por su música: «Si nos escuchas sin vernos, jamás sospecharás con qué tocamos»

CARLOS BENITO

Domingo, 16 de febrero 2014, 11:24

Los conciertos de The Vegetable Orchestra empiezan en el mercado, cuando los miembros de este conjunto vienés acuden a comprar las verduras y hortalizas con las que fabricarán sus instrumentos: las marimbas de zanahoria, los tambores de calabaza, las flautas de rábano japonés, los violines de puerro, las guitarras de apio, las castañuelas de berenjena... Y también, por ejemplo, las ramitas de perejil, que no necesitan mayor transformación, porque una vez húmedas pueden producir un chirrido muy similar al de un grillo. Para que suenen esos finos tallos hay que saber tocarlos, claro, y antes de eso hay que tener la ocurrencia -quizá una chaladura, quizá una genialidad- de que todo lo que compramos en la frutería sirve perfectamente para hacer música.

Este grupo de austriacos tuvo la iluminación en 1998, y desde entonces sorprende al mundo con sus instrumentos vegetales, tallados a base de cuchillo y taladro, y también con su música inesperada. Porque, más allá de su fabulosa apariencia, ocurre que algunos de estos artilugios producen sonidos cautivadores, intrigantes, muy diferentes a los de una orquesta convencional. Algunos incluso tienen vagas resonancias animales. «Si nos escuchas sin vernos, probablemente jamás sospecharías que los sonidos están creados exclusivamente con verduras. Creo que algunas de nuestras composiciones pueden sonar como si fuésemos un grupo electrónico, con influencias experimentales y un montón de ritmos orgánicos», explica a este periódico Matthias Meinharter, a quien vemos en la foto principal con su flauta bajo de rábano y zanahoria. 'Orgánico', faltaría más, es un adjetivo que se aplica habitualmente a su arte.

Los instrumentos se preparan inmediatamente antes de la actuación, porque las verduras y hortalizas tienen que estar en su punto de frescura para sonar bien. Los pepinos pasados, aseguran los músicos, son igual de desastrosos en un concierto que en una ensalada. Los intérpretes tampoco sienten mucha simpatía por las bandejas del súper y sus productos homogéneos en tamaño, forma, color y... sonido: lo suyo son los mercados, más cercanos a la huerta, aunque cada vez les proporcionan menos sorpresas. «Aún hay diferencias locales, pero, como resultado de la globalización, encuentras las mismas verduras en la mayoría de los lugares del mundo -explica Ulrich Troyer, otro integrante de la orquesta-. Nuestro mayor hallazgo fue una calabaza gigante en Schenectady, en el estado de Nueva York, que además ganó también algunos premios en concursos de calabazas».

El órgano de zanahorias

A veces, un ejemplar determinado puede inspirar un instrumento nuevo. «Los resultados siempre son únicos, e incluso puede suceder que nunca volvamos a recurrir a ese diseño. Uno de los últimos que hemos inventado es el oboe de cebolleta y zanahoria, con las partes verdes de la cebolleta como lengüeta», describe Meinharter. Hay estructuras particularmente ingeniosas, como el órgano de zanahorias, que emplea aire a presión, o la afilada vaina de judía que sustituye a una aguja de tocadiscos.

Durante la actuación, los instrumentos que no están en uso se envuelven en paños húmedos, para que no se sequen. Aun así, no se puede evitar que su timbre vaya cambiando gradualmente a medida que avanza el concierto. Esa es una de las complicaciones de tocar con calabacines, pimientos y demás frutos de la tierra, aunque la singular línea creativa de The Vegetable Orchestra también plantea ciertas ventajas. En sus conciertos, por ejemplo, huele la mar de bien: mientras los músicos interpretan el programa, el cocinero que les acompaña va elaborando una sopa con las sobras de la compra, es decir, con todas aquellas verduras que no se hayan empleado y con los recortes de las que se han incorporado a algún instrumento. Al final, en un bis reconfortante y sabroso, el contenido de la olla se reparte entre el público. A nadie se le escapa que, con un Stradivarius, el caldo queda mucho peor.

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