El hilo negro de la Mafia
Íñigo Domínguez, corresponsal en Roma de este periódico, repasa en un libro la despiadada historia de la organización criminal y su juego de espejos con el cine: prácticamente no hay registro domiciliario en el que no aparezca el DVD de 'El padrino'
CARLOS BENITO
Domingo, 26 de enero 2014, 01:30
La historia de la Mafia a ambos lados del Atlántico puede servir de fuente casi inagotable de anécdotas, ideal para animar sobremesas que languidecen. Ahí está, por ejemplo, Carmine Galante, furioso al salir de la cárcel porque su gran enemigo, Frank Costello, había muerto durante su condena: como sucedáneo de venganza, se dio el gusto de poner una bomba en su mausoleo. O el animal de Albert Anastasia, un entusiasta del asesinato porque sí, que un día se enteró por la tele de que un ciudadano había testificado contra un ladrón de bancos: él no tenía nada que ver con el asunto, pero odiaba tanto a los chivatos que mandó a sus chicos que acribillasen a tiros al pobre hombre. O tenemos a Paul Kelly, que en realidad se llamaba Paolo Antonio Vaccarelli y lideraba la banda en la que se curtieron Al Capone y Lucky Luciano: como su enfrentamiento con otro 'gang' neoyorquino amenazaba con arrasar la ciudad, los dos jefes decidieron boxear para dirimir sus desavenencias, con tan mala suerte que empataron y tuvieron que seguir matando.
Íñigo Domínguez, corresponsal de este periódico en Roma, se sabe mil como estas, y recoge muchas de ellas en su libro 'Crónicas de la Mafia', que sale mañana a la venta. Pero las anécdotas son solo los descansillos de un relato apasionante y descorazonador, repleto de muerte, coacciones, intrigas y corrupción a todas las escalas: la Mafia lleva siglo y medio infiltrada «como un hilo negro» en las instituciones italianas, hasta el punto de que su historia se confunde muchas veces con la del país, y el repaso de Domínguez da cuenta de ese trato íntimo y continuo entre malhechores y políticos, con las apariciones estelares de Giulio Andreotti -el «señor de las tinieblas italianas»- y Silvio Berlusconi. En Sicilia, la siniestra comunidad de intereses se ha mantenido durante generaciones. Resulta emblemático, en ese sentido, el 'saqueo de Palermo', la fiebre constructiva que arruinó la belleza de la capital de la isla en los años 50 y 60 del siglo pasado: en un mes se concedieron 3.011 licencias urbanísticas a cinco personas. Fue por aquel entonces, un poquito tarde, cuando la Iglesia hizo su primera declaración pública sobre la Mafia: «La Mafia no existe. Es un invento de los comunistas para atacar a la Democracia Cristiana», soltó el arzobispo de la ciudad.
Ese colegueo de los mafiosos con políticos, jueces, curas, policías y servicios secretos serpentea por debajo de la vida pública italiana y, en algunos tramos de su historia, ha convertido la lucha contra la Cosa Nostra en algo meramente teórico. En 1969, un tribunal de Bari juzgó a 64 mafiosos, todo el clan de Corleone, que después habría de atemorizar al país durante 40 años. Antes del fallo, los jueces recibieron una carta urgente de Palermo, con faltas de ortografía, que planteaba la situación así: «Si un caballero de Corleone es condenado, saltaréis por los aires, seréis destruidos, y también vuestras familias. Un proverbio siciliano dice: 'Hombre avisado, medio salvado'». Todos los acusados fueron absueltos, si exceptuamos una condenita por robar un carné de conducir. Aquel pequeño delincuente era Totò Riina, el mismo que en los 80 decretó la segunda guerra de la Mafia y ordenó exterminar a sus rivales con una frase terrible: «Hasta el vigésimo grado de parentela y desde los 6 años». Mil muertos hubo. Domínguez recuerda también la desesperante figura del juez siciliano Corrado Carnevale, que desde el Supremo anuló medio millar de condenas a mafiosos.
Los criminales de la Mafia, es cierto, siempre han mostrado una admirable capacidad de adaptación. Vito Genovese, 'boss' de Nueva York, regresó a su Italia natal cuando fue acusado de asesinato, en 1937, y se hizo amigo del alma del ministro de Exteriores, yerno de Mussolini. «Le abastecía de cocaína», puntualiza Domínguez. Tras la caída del fascismo, los estadounidenses nombraron gobernador a un político corrupto que no tardó en elegir un singular asesor e intérprete: un tal Vito Genovese. Hay más casos así: Albert Anastasia, aquel tipo que hizo matar a un desconocido por ser honrado, fue designado sargento de la Policía Militar en el Puerto de Nueva York. No obstante, si algo queda claro a medida que se avanza por las páginas de 'Crónicas de la Mafia' es que estos tipos no disfrutan mucho de la vida, siempre pendientes de cargarse a alguien o de evitar que alguien se los cargue, sin poder fiarse ni de su sombra. Por supuesto, la mayoría suele acabar mal o fatal. Cuando John Gotti se chuleó ante 'Chin' Gigante de que ya había metido a su hijo en la organización, el viejo capo le respondió desde el lado real de las cosas: «Cáspita, lo siento». Claro que todavía viven y mueren peor los héroes que se atreven a plantarles cara.
Y, sin embargo, la ficción ha convertido la figura del mafioso en algo casi entrañable, como si su amor por tradiciones y códigos redimiese tanta barbaridad. La segunda mitad del libro se dedica a una filmografía del género. «A los mafiosos -comenta Domínguez desde Roma- les encantan las historias de mafiosos. Como la Mafia es una cosa muy secreta, un mundo hermético en el que la información es muy preciada, ellos están constantemente averiguando y compartiendo información para reconstruir qué sucede. Las anécdotas y batallitas son un género muy suyo y, además, son vanidosos: se consideran hombres de honor, se ven de forma heroica». Por eso les apasiona 'El padrino', que aparece invariablemente en los registros de sus casas. El libro reproduce la efusiva crítica de un experto, el matón Salvatore Gravano: «Ahí estaba toda nuestra vida, la boda, la música, el baile. ¡Éramos nosotros, el pueblo italiano! Hizo que nuestra vida pareciera honorable». Salvatore, como tantos otros, empezó a utilizar frases de la película e incluso dice que se animó a matar más, porque hasta entonces solo llevaba un mísero asesinato en su cuenta.
En la cama con Miss Cuba
No era la primera vez que, en un curioso juego de espejos, el cine modelaba a la Mafia real. «Está, en los años 30, el caso de George Raft, que tenía pinta de mafioso, era amigo de mafiosos y, claro, hizo de mafioso muchas veces -resume Domínguez-. Imitaba a los que él conocía y pronto se convirtió en un modelo: la sonrisita, las miradas, las actitudes... Los mafiosos ven a los tipos más famosos del momento haciendo lo que hacen ellos, y eso les influye. George Raft acabó reciclado cuando la Mafia lo llamó como relaciones públicas de uno de sus hoteles en La Habana». Cuba fue el gran sueño de la Mafia, que se alió con el dictador Batista, quedó a cargo de desarrollar el turismo y se dedicó a construir hotelazos, casinos y salas de fiestas, donde se corrían juergas gente como Sinatra o el senador JFK. Cada mes le pasaban a Batista una comisión de 1,28 millones de dólares, pero la Revolución acabó con aquel rentable gobierno de la Cosa Nostra. Domínguez cuenta que a George Raft, el mafioso del celuloide, le pilló en muy mal momento: la multitud exaltada irrumpió en su hotel justo cuando estaba a punto de acostarse con Miss Cuba. El libro también recoge los intentos posteriores de la CIA y la Mafia para acabar con Fidel Castro, como unas pastillas venenosas que no pudieron usarse porque se quedaron pegadas al congelador.
En los últimos años, la Mafia parece aletargada, ha moderado su presencia pública. Viene a ser la aplicación de la filosofía del último gran capo, Bernardo Provenzano, aquel especialista en hacerse el tonto que pasó 43 años 'desaparecido' y fue detenido en 2006: vivía en una casa de campo, con sus casetes de Mina, Schubert, la banda sonora de 'El padrino II' y los grandes éxitos de Los Pitufos. Pero el repaso de Domínguez no permite hacerse ilusiones, porque la Mafia es tozuda y está consagrada a su propia supervivencia: «La Mafia sigue presente -dice el autor-. El miércoles hubo en Roma una operación policial. Fue contra la Camorra, pero sirve de ejemplo: 28 restaurantes del centro de Roma eran suyos. Aunque no la veamos, la Mafia está ahí, infiltrada en la economía, metida hasta la médula de la vida italiana. Aquí su presencia está asumida, como si fuese un fenómeno atmosférico del que no te puedes librar».
Editorial: Libros del K.O. Páginas: 431. Prólogo de Enric González. Precio: 18,90 euros en papel y 6,99 euros en 'ebook'. El libro tiene su origen en la serie de reportajes publicada en estas páginas en verano de 2012.
Puesto en el brete de recomendar tres películas no muy conocidas sobre la Mafia, Íñigo Domínguez escoge las siguientes: «'The Black Hand' (1906), de Wallace McCutcheon, se considera la primera película sobre la Mafia y merece la pena como curiosidad arqueológica, porque solo dura 11 minutos y se ve en un momento en internet. 'La fuerza del destino' (1948), de Abraham Polonsky, es una película maldita de un director purgado en la caza de brujas que retrata la Mafia como perversión del capitalismo salvaje, es decir, muy actual. Y 'El poder de la Mafia' (1962), de Alberto Lattuada, es una de las mejores películas italianas sobre la Mafia, en clave sarcástica y sociológica, con Alberto Sordi y, sorpresa, escrita por el maestro Azcona.