La buena mano de doña Manolita
Quería ser famosa «como Manolete» y lo conseguió con trabajo y algún escándalo. Un pacto tenebroso con el diablo, un sobrino que lo perdió todo en el juego... 60 años después de su muerte, miles de jugadores la veneran comprando Lotería de Navidad en su administración
ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO
Domingo, 18 de diciembre 2011, 03:03
He vendido mi alma al diablo y por eso me colma de fortuna aquí, en la Tierra, a cambio de hacérmelas pagar todas juntas el día que estire la pata. Eso cuentan de mí». En la víspera de la Navidad de 1930, la actualidad española tenía aún más temperatura que la que arde estos días en el Congreso, La Zarzuela y los tribunales valencianos. Acababa de fracasar una sublevación militar republicana en Jaca, con sus detenciones y ejecuciones. Pero las fotos y declaraciones de doña Manolita cobraban casi tanta importancia como las de la artillería de la columna Dolla abriendo fuego contra las fuerzas sublevadas.
«Escuche usted ahora el verdadero secreto de mi buena mano. El año 1926, harta de que no correspondiese jamás a este administración un premio que valiese la pena, hice cuatro viajes a Zaragoza, y en los cuatro tuve la suerte de ver a la Pilarica con su manto rojo, que es signo infalible de fortuna. Pedí unos números que se me ocurrieron sin saber por qué, los vendí en mi casa y el premio gordo de Navidad fue conmigo aquel año, siendo este el comienzo de mi fama como lotera». A Pedro Massa, periodista de gomina y pajarita, le bastó esta explicación para su entrevista en la revista 'Crónica'. Si la creyó es otra cuestión. Porque Manuela de Pablo, la lotera más famosa de la España prerrepublicana, se las sabía todas para acaparar clientes y focos. «Yo solo quiero ser una cosa en esta vida: famosa, como Manolete, y lo seré», le prometió a la niña María Consuelo Bermejo Alonso. Hoy tiene 70 años y la administración Rialto, la número 15 de la Gran Vía, heredada de su madre, íntima de doña Manolita y sus hermanas.
María Consuelo es casi la única que queda en el negocio que trató a esta madrileña con moño celtíbero, medidas generosas de matrona y don de gentes: «Era guapetona, simpática y trabajadora como pocas. Estaba en el despacho hasta las tres de la mañana. Trabajo. En realidad, ese era su secreto». Entonces solo había 69 loteras en Madrid y un día como hoy, festividad de Nuestra Señora de la Esperanza, rezaban juntas en misa. «Es nuestra patrona, pero ahora no lo celebramos como antes. Esto no es lo que era». Ya no hay loteras tuertas, como Carmen, sombrerera de la reina Victoria Eugenia y hermana de doña Manolita. Al perder un ojo, la monarca le regaló un despacho en Sol. O como Monerrey, un picador retirado que cambió la garrocha por los billetes numerados en otro clásico de la calle Alcalá, El gato negro. Encantador, vividor, terminó casándose con la reina de los décimos y divorciándose al poco de ella. Era la II República y doña Manolita supo aprovechar los avances de su tiempo. Quizás hoy reinaría en los platós de 'Sálvame'.
«¿Pero está muerta?»
Le tocó vivir otro siglo. En 1904, con 25 años, abrió su primera administración. En San Bernardo 18, frente a la Universidad Central, empezó a despachar sueños y esperanza entre estudiantes, hasta que la Gran Vía la deslumbró con su neón y se mudó en 1931 para quedarse allí hasta su muerte en 1951. Estos días miles de personas soban su foto con los décimos y los desbocados deseos navideños. La lotería más popular de España -desde hace décadas en manos ajenas a la familia, incluidas las de una duquesa- se ha mudado este año al 22 de la peatonal calle del Carmen. Más ventanillas, pero la misma cola de cinco horas en días importantes para la superstición como este pasado martes 13. Para postre, la noche anterior unos encapuchados intentaron llevarse por la cara unos cuantos fajos de billetes. No tuvieron suerte. Otros, ni idea de quién es la gurú de la tribu lotera. «¿Que está muertaaaa? Yo veo ahí su nombre y su foto todos los días, y pensaba que estaba malica en la cama». Abraham Salazar, mediador social en paro, tan risueño como despistado, vende sus décimos a 22 euros en los alrededores de la fila. «Me quedo reventado, pero saco 60 euros al día y da para comer».
Pilar Salazar -mera coincidencia el apellido- le mira confusa. Ha oído muchas cosas de doña Manolita, «pero esta se lleva el Gordo». De negro hasta las zapatillas de estar en casa con las que patea Sol y alrededores, ha repartido varios premios salidos de esta administración «cuando el décimo era a 10 duros». La cola de la 'reventa', la de la izquierda, es la más corta y sufrida. Parados y desahuciados de la vida compran décimos con el sello de la casa para venderlos por 2 euros más en la calle.
Pero no colocan demasiados. Muchos temen una pifia. O sencillamente quieren ver la imagen de la mujer que más suerte ha vendido en el país cuando la dependienta le da el boleto boca bajo. O llorar ahí, rodeados de supersticiones y sueños.
Azucena, una excajera de híper desesperada, con los últimos 20 euros de la semana en la mano, se desahoga en la ventanilla.
-Me muerooooooo. ¿No queda nada terminado en 13? Es indignante. Tres horas en la fila y nada... Perdóname, es que no puedo más. Me han echado, no encuentro nada. Tengo frío y estoy muy angustiada.
-Cálmate. Mira, yo estaba como tú hace nada y ahora trabajo. Tranquila, todo pasa.
A la empleada sin nombre, «tengo prohibido hablar con la prensa», se le puede pasar todo menos la paciencia. Aquí trabajan 23 personas a destajo, de cara al público y en la oficina, donde atienden el aluvión de internet. En semanas como esta, la gerente, Concha Corona, cierra a la una de la mañana. Se han licenciado en psicología detrás del blindado. A estas alturas de la campaña, ni se molestan en maquillarse el cansancio. «Es agotador. Apenas paramos unos minutos para comer. Pero lo bueno es que somos como una familia. Aquí vemos de todo. Gente que lo está pasando mal. Otros vienen encantados recordando historias de doña Manolita».
Hay quien se santigua al entrar, quien intenta colarse como la presentadora Christina Rapado y sale de estampida -«¡vigilante, vigilante! A la cola, a la colaaaaaaaaa, fresca», le gritaban las de atrás este martes- y quien pasa cada décimo hasta cinco veces por la foto de la castiza Manuela de Pablo. A Cristina Cascos y Ana Díaz, dos veinteañeras recepcionistas del sur de Madrid, les «parece demasiado. Esperar cinco horas es una tradición importante de la Navidad, lo vivimos con ilusión. Pero lo de pasar el décimo por su cara... joé, nos da yu-yu. Eso es mucha superstición».
La superstición y el juego han sido, ironías del azar, la ruina de esta familia de loteros. Doña Manolita rió los caprichos a sus clientes, pero sabía que nunca convencería a un ratón de que un gato negro trae buena suerte. No lo tuvo tan claro el nieto de su hermana Carmen, heredero del puesto de Sol. Lo perdió todo en los casinos.
Alfredo Salgado trabajó poco y disfrutó mucho. En los ochenta, una administración de lotería se llevaba el 2,40% del importe en ventas -hoy es el 4%-. Con abrir la ventanilla en Navidad, este hombre excéntrico de ojos tristes, se podía embolsar 10 millones de pesetas. Pero quería apostar más duro. Y a golpe de chequera formó la cuadra Los Olivares, con sesenta ejemplares, algunos campeones como 'Lunar'. Se lo compró, una coincidencia más, a 'la voz' de la lotería, la presentadora de TVE Marisa Paredes. Cronistas de los hipódromos recuerdan aún su hablar atolondrado y los «cañones que nos dejó a más de uno». Al gran jockey Román Martín le debe 3 millones de pesetas de entonces, «pero es historia. Mejor dejarlo».
Como un mendigo
A más de un crupier de Madrid y Valladolid le dejó el carrillo morado, y a Hacienda, un agujero de 40 millones de los de entonces. Los cubrió la compañía de seguros Crédito y Caución. «Entre 1967 y 1993 éramos la aseguradora de Loterías y Apuestas del Estado. Si alguien no devolvía el dinero recaudado o los décimos sobrantes, nosotros nos hacíamos cargo, y eso pasó con este señor. No ha sido el único, pero aquí hay gente que todavía se acuerda porque era el sobrino de Manolita», detalla un portavoz de la compañía. Alfredo huyó de España en 1987 perseguido por los acreedores y una deuda de 100 millones. París, Buenos Aires,... Ni rastro hasta que se dejó caer hace más de una década por San Sebastián, donde en mejores tiempos ganó con su cuadra la Copa de Oro. Pero ya no vestía traje y austriaco. «Parecía un mendigo, se alojaba en una residencia de Irún», le recuerda un periodista que no ha vuelto a ver las 10.000 pesetas que le sacó.
Al final de la cola de 3 kilómetros de doña Manolita, que el pasado martes doblaba por la plaza del Carmen -cada día lo hace en un sentido para no perjudicar siempre a los mismos comerciantes-, Ricardo, un veterano de la 'reventa', asegura que Alfredo murió hace poco en la miseria. En el despacho de Sol, el que puso en marcha su abuela -por cierto, bastante malavenida con su famosa hermana- y cerrado por el juez, hoy se venden chuches.
En la plaza más popular de Madrid, para ver a hombres y mujeres con esa media sonrisa o la angustia atravesadas en la cara, rumiando fantasías en fila india, hay que mirar hacia otro lado. A otras administraciones castas como el Doblón de Oro, con la cuarta generación en la ventanilla, o hacia los más de sesenta vendedores como la gitana Pilar o el despistado Abraham. Hace tres años apenas eran una decena, pero la crisis los ha multiplicado. «La buena suerte no es casual, es producto del trabajo», pensaba en voz baja la lotera más popular de España. Por algo aguantó al pie del mostrador hasta los 71 años, cuando cerró los ojos para cumplir su pacto por tanta suerte.