De humildes y modestos
Las personas modestas, o quienes propagan la falsa modestia, en realidad tienen miedo a que los demás puedan tildarles de prepotentes o creídos
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 10 de octubre 2010, 02:16
PARECE mentira que, a estas alturas de la película, aún no les haya hablado de la modestia. Para no faltar a la verdad e ir dejando las cosas bien claritas, es de recibo confesarles que no me considero modesto para nada. Yo aún diría más mi querido Hernández, me atrevería a afirmar que la modestia es algo que me desagrada profundamente. Nunca me he fiado de los modestos ni de quien hace de la modestia su forma de vida. Pues la modestia no deja de ser la más inocente de las mentiras. La de historias que podría contarles sobre personas que presumen de ser modestos -«deberías ser un poco más modesto., como yo»- te dicen, y ¡encima! Se lo creen. ¡Vaya morro! ¿Existe contradicción mayor?
Quien me conoce bien sabe que no suelo hacer uso de la modestia en mi vida. Me encanta que me halaguen, lo reconozco, que me aplaudan, que me piropeen, que me reconozcan cuando hago las cosas bien. Es una sensación fantástica y maravillosa y no me avergüenzo en absoluto, faltaría más. Tendrían que ver lo ancho (aún más) que me pongo cuando alguno de ustedes me escribe un comentario positivo en mi blog, o me comentan por la calle o en el trabajo lo mucho que les ha gustado mi último artículo dominical. «¡Que bonito aquello que escribiste sobre el dinero!», me dicen. «Sí, la verdad es que me quedó bastante bien», sentencio. Y me quedo tan tranquilo.
Ahora bien, justo es añadir que el hecho de que la modestia no vaya con mi carácter no quiere decir que uno no sea humilde, que lo soy. Hay que diferenciar entre modestia y humildad. Mariano José Larra decía que la modestia no es otra cosa sino orgullo vestido de máscara. Aunque la humildad esté algo presente en la modestia, a mi entender son dos cosas completamente distintas. La falsa modestia es incluso insultante. Yo creo que las personas modestas, o quienes propagan la falsa modestia, en realidad tienen miedo a que los demás puedan tildarles de prepotentes o creídos. Cuando una cosa está bien hecha, pues está bien hecha y punto. Sólo hay que tener humildad para reconocerlo. Poniéndonos un poco extremistas, hasta me atrevería a afirmar que la modestia sólo nos puede ocasionar disgustos.
Recuerdo con cariño una anécdota que se me antoja graciosa. Me encontraba cursando COU en mi instituto, El Zurbarán, de Badajoz. Sí, se llama igual que el instituto de la serie 'Física o Química'; quizás Jaime Vaca, ex compañero de mi quinta e hijo de Teresa Quintanilla, otra gran institución del centro, tenga algo que ver, ya que es guionista de algunas de las series más punteras de la televisión. El caso es que, por aquel entonces, los alumnos de mi clase disfrutábamos del privilegio de ser instruidos en Filosofía ni más ni menos que por mi querido don Manuel Pecellín Lancharro, a quien entre otras cosas le gustaba hacernos pensar un poco y darnos la oportunidad de empezar a tomar decisiones importantes. El bueno de don Manuel nos hacía corregirnos a nosotros mismos nuestros propios exámenes, y a evaluarnos adjudicándonos la nota que considerásemos oportuna. Los más 'modestos' de la clase, que casualmente eran los más empollones, muy 'modestamente' se contentaban con un 6 o un 7, a sabiendas de que su examen era de 10. Mi menda ni miraba el examen, y a la pregunta de don Manuel: «Enrique, ¿que tal tu?», yo respondía bien alto y claro. «Eso ni se pregunta, don Manuel. ¡Un sobresaliente como un castillo!». «Perfecto» apuntillaba Pecellín, mientras yo me dedicaba a reírme de la cara de lechuzos de mis 'modestos' compañeros que no se creían lo que estaban viendo sus ojos.
Quien dibuja una obra de arte, esculpe una bella escultura o compone una maravillosa sinfonía no puede ir con la cabeza bien alta si afirma que no ha sido para tanto.
En definitiva, no goza de mis simpatías tan hipócrita sentimiento. Igual es porque soy (siempre lo he reconocido) un pelín vanidoso o presumido, pero no creo. Ostento la humildad necesaria para reconocer cuando me equivoco o hago las cosas mal. Podríamos entrar en un debate apasionante estudiando la posibilidad de que la modestia esté reñida con la sinceridad, pero no quiero pecar de extremista. Es posible que también pueda ser un problema de timidez. Otra cosa que no soporto. «Es que yo soy muy tímido», me dicen muchas veces. «Pues te advierto que yo no», contesto rotundamente y cargado de razón. Y lo he intentado, de veras. Había días, cuando era pequeño, que antes de ponerme en camino hacia el colegio (mi querido General Navarro) ya estaba dándole vueltas al asunto. «Hoy voy a intentar ser ese niño callado, misterioso, que pasa desapercibido y que parece tener mil historias y secretos que guardar». ¡Imposible! Ya saben que el menda no se calla ni debajo del agua, y gracias al cielo con los años voy moderándome, pero cuando era pequeño no podía dejar de hablar. Mi madre cuando escuchaba en la tele o en la radio que a los niños había que escucharlos repetía para sí misma pensando en mi ¿más?
Allá se la vean los modestos con sus modestias. Un servidor, modestia aparte, mira a la modestia modestamente a los ojos y le dice a la cara ya viva voz, «¡modestia, aparte; apártese!