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REGIONAL

«Antes, los de Plasencia íbamos a Cáceres a presumir»

Vicente Paniagua HosteleroEs gordo, su bar se llama La Pitarra del Gordo y hasta organizó un campeonato de gordos. Es un personaje en el norte de la región

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Domingo, 3 de octubre 2010, 16:44

Sus padres nacieron en Ahigal y se trasladaron a Plasencia después de la Guerra. Su padre era mutilado de guerra. En Madrid la metralla le arrancó un riñón. No podía dedicarse al campo. Le dieron un puesto de guardia municipal en Plasencia y posteriormente, la conserjería de la plaza de abastos, donde estuvo 40 años.

Vicente empezó a trabajar en la confección en 1962 en Sederías Numancia, la tienda más importante de entonces, en la calle Talavera y en la Plaza Mayor, donde en el antiguo local sigue la tienda Bianco, que es de un hijo de Pérez Enciso, el dueño de las clásicas Sederías. De ahí sale para poner un pequeño negocio de confecciones en la Puerta del Sol. No le va mal. Se traslada a la Calle del Sol, la principal de Plasencia, pero tiene mala suerte: le coge de lleno el bajón económico que produjo el final de la construcción de los pantanos. Era 1968.

-La crisis cíclica. Aquella fue la de los pantanos.

-Me cogió de lleno y no fui capaz de levantar cabeza. Con los pantanos, había trabajo para todos, pero se acabaron y llegó el boom de irse a Alemania. Me lo planteé también. Tenía para elegir: o poner un bar o irme a Alemania. Y bueno, me dio por poner un bar.

-¿Acertó?

-No sabemos cómo me hubiera ido en Alemania. De momento estoy contento. Ese bar lo pongo en el año 69 en la calle del Sol. Se llamaba La Ría. Era tipo marisquería porque por aquí eso no se conocía. Tuve unos primeros años extraordinarios. Luego las cosas fueron yendo a su sitio, normal, sin destacar. Compré aquel local. Cuando me surge una operación atractiva para venderlo en 1992, vendo y casi, casi me dedico a pasear.

-Vamos, que se podría haber jubilado con esa venta.

-Quizás no fuera para tanto o quizás, sí. Pero yo le dije a mi mujer: ¿Por qué no ponemos por ahí un cachino de bar para entretenernos un poco? Una cosina cómoda sin cocina. Vi un local en la calle Patalón, la calle de los vinos. Puse en marcha mi idea: jamón y vino. Y de maravilla.

-¿Y se llamaba?

-La Pitarra del Gordo. Contra viento y marea. Ninguno de mi familia quería porque no le parecía oportuno explotar mi obesidad. Mire, a mí me pasa una cosa, yo sé que soy gordo, no puedo negarlo, es absurdo esconderlo. La gente cuchichea, yo me doy cuenta, lo oigo. No hombre, no, esto hay que quitarlo, el bar se va a llamar La Pitarra del Gordo. Del Gordo, que la gente diga el gordo y es la única forma de que no vuelvan a decirlo en plan despectivo. Luché contra la familia porque ninguno quería. Mi mujer la que menos. Quizás es de las pocas veces que se ha hecho lo que yo dije. No crea que mi mujer lo ha aceptado mucho.

-Pero usted dice: Plasencia. Y siempre hay alguien que comenta: "¡Ah, caramba, La Pitarra del Gordo!".

-Efectivamente. Desde el primer momento lo vi bien y acerté. Entonces solo tenía jamón y vino. Mi mujer estaba en la máquina de cortar jamón. Yo veía entrar por la puerta a cinco personas, ponía cinco vasos de vino, ella preparaba cinco tapas de jamón. Si querían otra cosa, yo les aclaraba que aquí no había cerveza ni otra cosa, nada más que vino y jamón. A la gente le sentó de maravilla. Nos divertíamos mucho, el bar lleno de gente y la caja también, que es de lo que se trataba, claro.

-¿Ha llegado a tener cinco Pitarras del Gordo?

-Estuve en la calle Patalón hasta 1998, año en que me vengo a la Plaza. También había abierto una Pitarra del Gordo en Salamanca. Mi intención era que mi hijo se fuera allí al frente porque Salamanca siempre me ha gustado mucho y ya tenía una excusa para vivir entre Salamanca y Plasencia. Pero mi hijo se echó novia en Plasencia y el proyecto se acabó. Seguí con lo de Salamanca, subía dos veces por semana el vino y los jamones. El primer año fue de maravilla. Me hice socio del Salamanca en 1ª, me saqué el abono de las corridas de de la feria de septiembre. Como un señor. Pero no era cuestión de ir y venir constantemente y decidí traspasarlo a los mismos camareros. Puse una Pitarra en Miralvalle. Después salió el local de la Plaza. Más tarde abrí la quinta pitarra en Sor Valentina Mirón. Ahora tengo solo estas dos de la Plaza y de Miralvalle.

-¿Sigue con la pitarra o ha cambiado al vino con D.O. Ribera del Guadiana?

-Le voy a dar la opinión verdadera, la única. En Ahigal, la creencia que había era que 'contra' más fuerte el vino, mejor. Mi familia guardaba el vino de un año para otro porque cuanto más tiempo pasara, más recio se hacía el vino. Y yo creo que eso es un error grandísimo. El vino hay que tomarlo del año, que es cuando más graduación tiene y cuando más se puede paladear. Si se deja más tiempo en la tinaja sí es más fuerte, pero para ellos, que se merendaban un mendrugo de pan y un cacho de tocino, pero para chatear, eso no vale. Los vinos de Ribera del Guadiana ni los conozco, ni los tomo, ni me gustan. Quizás porque esté acostumbrado a beber de lo mío. Esos vinos tienen adulteración, conservantes, que no digo que sea malo, Sanidad dice que es muy bueno.

-Sanidad dice que el pitarra no es tan bueno.

-Me parece muy bien lo que diga Sanidad, quizás no sea tan bueno porque creen ellos que no pagamos el impuesto al no estar etiquetado. Que lo pagamos igual. Son creencias y cada uno opina lo que quiera. Estamos hablando del vino de pitarra como Dios manda. Después hay muchas burradas en vinos de pitarra. No perdiendo la madre, no hay nada igual. Lo compro en Santa Cruz de Paniagua, Ahigal, Cilleros.

-¿Qué clientes curiosos han pasado por aquí?

-Pues recuerdo a Miguel de la Quadra Salcedo, que se bebió los pitarras suficientes para meterse detrás de la barra a despachar. O hijas de ministros, que me exigían, quienes venían con ellas, mantelerías y yo les decía que de eso nada, comían y tan a gusto.

-¿Cómo era aquella Plasencia de sus inicios?

-Ha cambiado mucho. Entonces existían las cuadrillas, que iban de bar en bar tomando las rondas y hoy eso ya no lo hay. Antes se bebía más vino, ahora la reina es la cerveza y también se beben muchos refrescos. Antes había más borrachos en los bares, tomaban dos copas y acababan cantando. Eso ha desaparecido totalmente.

-¿En Plasencia no miran ustedes más a Salamanca que a Cáceres?

-Ahora con la autovía quizás se vaya más a Salamanca. Pero antes, no. Antes los de Plasencia íbamos a Cáceres a presumir porque éramos más que Cáceres. Los viajantes de Medicina hacían cuartel general en Plasencia porque Plasencia era más divertida que Cáceres. Le hablo de la época de los pantanos. Había una mano de obra 'espantosa' y los fines de semana venían todos aquí a gastar dinero. Los martes, día de mercadillo, no se cerraba. Plasencia era una gran capital, pero al acabarse los pantanos, la gente se fue. Lo que siempre le ha hecho falta a Plasencia han sido buenos políticos que no se dejaran llevar todas las cosas que hemos perdido o que hayan traído cosas. Yo de política, no. Pero es lo que oigo.

-¿Entonces Plasencia ya no es aquella ciudad tan divertida?

-Sigue siendo divertida, pero solo para los jóvenes. Es que antes era para todo el mundo. Una persona de mediana edad, ¿dónde va una noche si no es a cenar? Antes teníamos tres pistas de verano, funcionando las tres. Alguna como la Jardín Avenida a la que venía gente de todos los sitios, de Cáceres, de Salamanca. Venían las mejores orquestas.

-¿Plasencia tiene futuro, cómo la ve?

-Está pegando un pequeño bajonazo, pero eso es general por la crisis. Plasencia tiene que ir cada vez más para arriba. Esperemos que, tras la crisis, la construcción se enderece un poco, aunque no llegue al ritmo de antes. Pero sí, Plasencia va para arriba. La gente de los pueblos de alrededor está comprando pisos en Plasencia, se viene a vivir aquí, yo veo buenas perspectivas.

-¿Cómo se lleva con los políticos?

-En un bar no se debe tocar la política. Yo he llegado a tener en un mismo ayuntamiento un cuñado, un compadre y un íntimo amigo de tres partidos distintos y he votado a los tres.

-¿En Plasencia entra el sushi, el maki, la cocina oriental, las novedades o es muy clásica comiendo?

-Si acaso un poco la juventud, pero yo, por lo que veo, aquí esas cosas modernas no pegan.

-¿Cómo se llevan los hosteleros de la Plaza Mayor?

-Muy bien. Cuando ha llegado usted, yo estaba sentado en la terraza del bar Globo. Hay armonía con todos. A veces se empeñan en meter en esta Plaza conciertos que son para un campo de fútbol o un multiusos y esos eventos no se deben traer aquí. A mí me da más una mesa, que se sientan a cenar, que no diez mesas, que se sientan a ver el espectáculo y se suben a los veladores. Esos eventos, como el concierto de Maldita Nerea la noche antes del Martes Mayor, cuanto más lejos, mejor.

-Después de no haberse ido a Alemania, de haber montado La Ría y cinco Pitarras. ¿Qué balance hace usted de su vida ya jubilado?

-Mi hijo Raúl lleva el negocio. Satisfecho y hacia adelante hasta que Dios quiera. Pudiera estar un poco arrepentido porque yo, contra viento y marea, hubiera seguido con jamón y vino. Pero es que me vienen a la memoria casos preciosos de seis matrimonios, los seis maridos en mi bar bebiendo vino y las seis mujeres en el bar de enfrente bebiendo cerveza. Y mientras ellas se tomaban una caña, ellos se tomaban cinco vinos.

-¿Cómo se llamaba aquella tapa.?

-Acojonante tapa. Era jamón. Esa palabra viene del público. Yo me he limitado a cogerla del público. He tenido una señora que me ha pedido por favor que cambiara esa palabra, que las había más bonitas para explicar lo grandiosa que es una cosa. Le prometí que la cambiaría, pero vamos, sabiendo que no voy a hacerlo porque la tapa de jamón no es exquisita ni es magnífica, es ¡acojonante!

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