¡Vamos Rafa!
En el deporte, y siempre desde mi más humilde y sincera opinión, existen dos tipos de campeones, los llamados «siesos» y los apasionados. Ni que decir tiene que Rafa Nadal se halla sin duda en el segundo grupo
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 19 de septiembre 2010, 02:23
SIEMPRE me cayó bien este chico, Rafa Nadal, desde que en su día le hicieran una pequeña entrevista cuando fue abanderado de la selección española en la Copa Davis del año 2000. ¡Parecía tan sincero, tan ilusionado y a la vez tan tímido, comedido y humilde que daba gusto escucharlo! Cuatro años después levantó su primera ensaladera con el equipo español, pasando de abanderado a héroe nacional en lo que parecía ser una de las más prometedoras carreras de la historia del tenis. Así ha sido, y ya hace tiempo que se encuentra entre los más grandes, a pesar de contar tan sólo con 24 años de edad. Tras la proeza del pasado lunes, venciendo al serbio Novak Djokovic en el US OPEN, ha agrandado aún más su ya enorme leyenda, y algunos consideran que es el mejor jugador de la historia de este deporte. No me atrevo a afirmarlo tan categóricamente, pero desde luego no me tiembla la voz a la hora de proclamar que es un gran campeón.
En el deporte, y siempre desde mi más humilde y sincera opinión (no vaya a ser que alguno se lo tome a mal), existen dos tipos de campeones, los (cariñosamente) llamados «siesos» y los apasionados. Ni que decir tiene que Rafa Nadal se halla, sin duda, en el segundo grupo, y que por supuesto mi menda se declara simpatizante total y gran seguidor de estos. No quisiera concluir con esta afirmación, que a los campeones llamados siesos haya que restarles un ápice de mérito y valor a su clase y demostrada maestría en las artes que ofician, pero indudablemente son los segundos, los apasionados, los que transmiten la sensación de parecer ser como el resto de mortales, con sus virtudes, con sus defectos, con sus manías, errores y aciertos, de ahí que sean estos campeones los que más simpatía despiertan a la 'gran masa'.
En este segundo grupo de campeones apasionados, por poner un ejemplo, también podríamos incluir a la selección española de fútbol y de baloncesto. A todos nos gustó ver a Casillas llorando tras el golazo de Iniesta. O 'comiéndole los morros' a la Carbonero preso de alegría y de emoción tras la consecución del sueño del Mundial para España. Un servidor, por ejemplo, recuerda con especial emoción la que montaron los jugadores de la selección española de baloncesto cuando se impusieron hace cuatro años en Saitama (Japón) en una final sin Pau Gasol, y aplastaron a los griegos con una de las mejores exhibiciones de baloncesto que he presenciado jamás.
Rafa Nadal agrada por igual a los aficionados al tenis y a los que no sienten especial predilección por este deporte. Gusta a niños, a adultos, despierta simpatías por igual entre hombres y mujeres, porque al hecho innegable de ser un magnífico jugador de tenis, se le suma su capacidad para que cualquier mortal pueda verse reflejado en su figura. Rafa Nadal se emociona ante cada reto, ríe, llora, se enfada, explota de ira en algunas ocasiones, se equivoca, rectifica, vuelve a caer para levantarse de nuevo. Pierde y no busca excusas, reconoce sus errores. Llora de alegría, de rabia, de emoción y tristeza. Es tan humano como podemos serlo cualquiera de nosotros, y todo esto, junto a su humildad, hace posible que existan personas que lo tengan en un pedestal.
Mi hermano Gonzalo lo adora. Nunca hemos hablado del tema pero estoy segurísimo. Nunca he apreciado por ninguna otra persona o artista esa adoración que mi hermanito profesa a Rafa Nadal. Y sin embargo, no me atrevería a afirmar que sea el tenis su deporte favorito. Con esto quiero demostrar una vez más mi teoría de que los grandes campeones se hacen todavía más grandes en el deporte más difícil y complicado que existe: el deporte de la vida, y en la carrera imparable hacia la consecución del título más importante, el de llegar a ser buenas personas. Mi hermano ha estado muchos años trabajando con niños pequeños en una guardería, y mí me encantaba pasar de vez en cuando a visitarle porque me hacía mucha gracia aquello de ver a un tío tan grande entendiéndoselas con niños tan pequeños. Como imaginarán, aquello era lo más parecido al infierno. Críos por doquier corriendo, saltando, gritando, pegándose y haciéndose sus necesidades encima. Pero mi hermano tenía un truco que no le falló nunca, y es que cada vez que quería que los mocosos le prestasen atención gritaba muy fuerte «¡Vamos Rafa!» y todos los niños, estuvieran haciendo lo que estuvieran haciendo, se paraban en seco, dejaban de llorar, de correr y de pegarse y todos juntos gritaban levantando las manos «¡Vamos Rafa!». Y dicho esto (cada uno lo decía como podía, a su manera, imagínense que algunos de los niños apenas balbuceaban) corrían a sentarse bajo un gran póster que tenía colgado mi hermano en la pared. Un gran póster de Rafa Nadal con su característico gesto de triunfo y unas grandes palabras que rezaban un poco más abajo «¡Vamos Rafa!». Esto sólo puede conseguirlo alguien tan grande como Nadal. Un genio, un campeón, un héroe, un histórico, un luchador, un currante, un artista, una gran persona. en definitiva, un gran hombre.
Desde estas líneas yo también grito «¡Vamos Rafa!», de corazón. Son muchos los niños que te adoran y para los que representas los valores más importantes que hay en la vida. No sé si algún día te convertirás en el deportista más grande de todos los tiempos, pero lo que es ya una obviedad es que eres el mayor campeón en el corazón de millones de niños.