Fototostón
Una frase de mi padre se me quedó grabada: «Hijo mío, te iteran que cuides tu letra, y con razón. La letra es comparable al aliño de una persona, y una persona desaliñada repele. Haz caso a tu profesora y practica la caligrafía»El espectáculo del visionado de las fotos de los demás es realmente reprobable. Ver las instantáneas de otros es un rollo. ¡A ver si nos vamos enterando!
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 5 de septiembre 2010, 02:18
EN los últimos tiempos, propiciado quizás por el auge hoy en día de las cámaras digitales, el final de las vacaciones de verano se nos antoja insufrible a los pobres mortales que en la vida le vimos gracia a eso de visionar -una por una, ¡Dios mío!- las fotos de las vacaciones de los demás. Aunque es cierto que no sólo se prodigan en vacaciones, puesto que existen mil excusas para ver fotos e incluso vídeos, como pueden ser bodas, lunas de miel, confirmaciones, comuniones, bautizos, comidas de trabajo o nacimiento de larvas, entre otros. Sí, es cierto que tras el mes de agosto esta pesada 'enfermedad' multiplica por mil el número de usuarios que la padecen y, sobre todo, de la que los sufrimos. Conste en acta que este peligroso y temido virus que posee una gran parte de la población, por el que se siente terriblemente obligada a mostrarte punto por punto como han sido sus vacaciones de verano -o en definitiva, cualquier momento de su vida-, ha existido siempre desde el principio de los tiempos.
El tema de estas nuevas cámaras digitales, tan perfectas, con tanta definición y tan fáciles de usar, sólo ha conseguido empeorarlo aún más. Hasta la llegada de éstas uno se lo pensaba muy bien a la hora de disparar con la cámara y decir eso de «mira el pajarito». Algunos ya no se acordarán, pero los carretes costaban -supongo que siguen costando- una pasta gansa. Luego estaba el tema del revelado, que tardaba días. Y lo más importante, que estuvieran bien las fotos. Menudos chascos que se han pegado cientos de miles de parejas o amigos al comprobar en su día que no le salía bien ni una puñetera foto de las vacaciones. Recuerdo una polaroid que le regalaron a mi hermana Lourdes el día de su primera comunión, o sea, hace siglos. A mi señor padre le costó un 'huevo' y parte del otro -creo que aún la está pagando-. Era un aparato formidable. A mí me tenía fascinado a pesar de mi corta edad. Sabía que era algo muy grande. Hacía unas fotos realmente magníficas, y encima, revelado al instante. Cada carrete nuevo suponía una nueva muesca al cinturón de la familia, pero a todos nos encantaba. La verdad es que si uno lo piensa bien es realmente magnífico y muy práctico poder disfrutar de las fotos al momento, pero todo tiene un precio, y aunque el revelado hoy sea gratis, lo que no es gratis es el tostón a soportar.
Mi menda tiene muchos amigos -al menos hasta la publicación de este artículo- e incluso familiares afines a esta vieja-nueva moda de enseñarte las fotos de cualquier cosa. Uno, que a pesar de su carácter sabe contenerse y que por desgracia es más tolerante de lo que quisiera, ya está acostumbrado al trámite, por lo que pone una condición innegociable a la hora de dirigirme a casa de uno de ellos al temido y soporífero visionado. Exijo que el mueble bar del hogar de los plastas esté hasta las trancas de primeras marcas de licor. Quienes me conocen bien ya saben de mi aversión por este tipo de actos, aún así me siguen invitando con insoportable insistencia. Ya lo sé señores, que el alcohol no es la solución, pero es la única forma de evadirme ante la tortura que me espera durante horas. Y me ayuda, que narices, por lo menos me río. Veo las cosas de otra manera. Con un poco de suerte me pongo 'puntón' antes de tiempo, ¿y por qué no? Hasta puede que disfrute un poco.
Lo mejor, sin duda, es cuando los tortolitos de turno empiezan a discutir entre los dos los avatares del viaje. «Esta es de cuando estuvimos en París antes de ir al Louvre», dice él. «Que no, hombre, que ahí estábamos todavía en Venecia», insiste ella. «¡Que te digo que no! Que esto fue antes de ir al Louvre». En ese momento ella pone cara de pena y cierra los ojos, y el mosqueo de ambos va en aumento. Esto se repite varias veces durante toda la narración, sacando como conclusión que al menos cada uno ha hecho un viaje diferente. Reconozco que puede llegar a ser de los mejores y más divertidos momentos de la velada.
Yo no sé si será que en el fondo siento envidia de los pedazos de viajes que se pega la peña. Como casi nunca tengo un puñetero duro no viajo todo lo que me gustaría, pero también he hecho mis escapadas cuando he podido y he disfrutado de vacaciones, como todo el mundo. Sin embargo, quien suscribe nunca ha tenido la necesidad imperante de mostrarle mis fotos al personal. Si algún día me caso, no me veo invitando cada semana a una pareja de amigos para meterle por los morros el vídeo de mi boda y las posteriores «tropecientasmil» fotos del viaje de novios.
Señores, de corazón. El espectáculo del visionado de las fotos de los demás es realmente reprobable. Sólo es admisible la asistencia a tan aburrido acto social si se acude, como el menda, con la esperanza de que entre tantísima foto se cuele una instantánea comprometida para los dos a más no poder. Esto es demostración clara de que uno es educado y de buena familia, amén de un castigo ejemplarizante para los plasta de turno. Ver las fotos de los demás es un rollo. ¡A ver si nos vamos enterando!