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OPINIÓN

La vida es sueño

Cada noche, antes de meterme en la cama experimento una sensación parecida a la de abrir un libro, o a los momentos previos al estreno de una película

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 18 de julio 2010, 02:06

ME encanta dormir. Si pudiera, dormiría cada día 600 horas. Tengo facilidad para descansar a cualquier hora y donde sea y mi sueño, realmente es reparador. Es posible que sea éste uno de los motivos por lo que casi siempre estoy de buen humor.

Existen personas a las que no les gusta dormir. Lo siento por ellas, es su problema. Parece que se sientan ofendidas cuando cuentas que, como no tenías nada que hacer, te has levantado a las tres de la tarde. «Eso es perder el tiempo», te dicen algunos, medio cabreados. Cuando yo duermo, nunca pierdo el tiempo. ¡Lo necesito! Y a los que no les guste dormir desde aquí les pido que respeten la necesidad del descanso de los demás, pues también es cierto que no todo el mundo requiere las mismas horas de sueño. Muchos amigos y compañeros me han contado a lo largo de su vida que, por ejemplo, en su casa los despertaban temprano siempre, a pesar de no tener nada que hacer, simplemente porque a sus padres no les gustaba que sus hijos estuvieran dormidos. Gracias a Dios, mi santa madre ha respetado siempre mi afición al descanso. Es más, antiguamente, cuando no había móvil, y alguien llamaba al fijo de mi casa preguntando por mí, mi madre no osaba despertarme en la vida; ya fueran las 10 de la mañana o las cuatro de la tarde. Podía estar al otro lado del teléfono el mismo Rey de España, que mi madre lo despachaba con un «Enrique está durmiendo, le diré que te llame cuando se levante». ¡Gracias mamá! Una vez estuve a puntito de faltar a una actuación de mi grupo. La noche antes nos habíamos metido 500 kilómetros para el cuerpo actuando en un pueblo, y al despertarme era casi la hora del concierto y yo ni siquiera había acudido a la prueba de sonido. Eso sí, toqué de lujo, pues estaba recuperado de verdad.

Además del descanso y beneplácito que proporciona, son los sueños uno de los motivos que categóricamente me llevan a afirmar mi predilección por esta actividad, tan necesaria como el comer. Mis sueños son increíbles; en ellos experimento todo tipo de sensaciones mágicas. Yo no sé si será por aquello de que me guste tanto leer o el cine, pero cada noche es como si leyera una novela o fuera el director de una gran producción del mejor cine antiguo de Hollywood. Sin complejo alguno, los comento con mi novia, mi familia, amigos y compañeros de trabajo y realmente se quedan impresionados por su originalidad. Ya sé que no soy la única persona que sueña cosas raras, por Dios, no vayan a pensar que estoy tonto, pero realmente en innumerables ocasiones rayan la barrera entre sueño y realidad de tal manera que pueden llegar a generar dudas. Como cualquiera, por supuesto, también sufro de vez en cuando alguna pesadilla; pesadilla que me gustaría que visionaran algunos directores de películas de terror para que aprendieran un poco. Pero no puedo engañarles, casi siempre son geniales. Entre millones de cosas, en mis sueños he sido una estrella musical, el mejor futbolista del mundo, detective, soldado de mil batallas, piloto de cazas y de carreras, he viajado a todas las épocas, he tocado la batería con los Beatles, ayudado a Mozart a componer la pequeña serenata nocturna, he visitado con Tintín el Templo del Sol, he viajado a la Luna en un cohete y he asistido al estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Era tal la emoción que sentía al escuchar por primera vez aquellas deliciosas notas, que las lágrimas asomaban por mis ojos en el momento de despertarme. También he sido drogadicto, un asesino a sueldo, miembro de la mafia, ladrón de poca monta, un fracasado, he sentido la mayor de las miserias y desgracias de la vida. He muerto y he sufrido la pérdida de seres queridos; he sido hombre, mujer, homosexual, blanco, negro, judío; he sido incluso un dios, un demonio y millones de cosas más.

Cada noche, antes de meterme en la cama experimento una sensación parecida a la de abrir un libro, o a los momentos previos al estreno de una película. No sé si lo que voy a ver me va a gustar, pero va a transportarme a un mundo mágico de sensaciones nuevas y desconocidas.

El sueño de esta noche ha sido precioso. No es la primera vez que me ocurre, pero por desgracia no es muy repetido. Yo no era yo, que eso también es muy habitual en mis sueños, era un joven de buena apariencia, poseía un rostro de duras facciones, era alto y delgado, y vivía en una época muy lejana. Caminando hacia ninguna parte por calles de piedra blanca, contemplé la angelical cara de una joven, casi una niña, que caminaba a pocos metros de donde yo estaba. En ese momento la mayor de las sensaciones inundó mi cuerpo. Como si toda la felicidad del mundo hubiera ido a caer sobre mí. Era muy parecida a cuando te enamoras por primera vez, y yo, gracias a los sueños, he vuelto a sentirla esta noche. ¡Que sensación tan bonita y hermosa! Hubiera estado durmiendo siglos. Ha sido fantástico.

Amigos, duerman bien, descansen plácidamente, déjense envolver por la magia de los sueños cada noche. Ya lo decía un tal Calderón: «la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

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