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Iwanicki, escribiendo en su ordenador. :: andrew iwanicki

14.500 euros por estar tumbado

Eso es lo que paga la NASA a los participantes en un estudio. La cama está inclinada, con la cabeza hacia abajo, y hay que aguantar 70 días sin levantarse

CARLOS BENITO

Viernes, 14 de noviembre 2014, 08:15

Como oferta de trabajo, resulta difícil concebir algo más tentador: 14.500 euros por pasar setenta días tumbado, con la satisfacción añadida de que esa sobredosis de reposo está contribuyendo al progreso de la ciencia. Pero las pegas, como tantas otras veces, están en los detalles, porque la NASA no ha puesto en marcha un plan secreto para potenciar la pereza. Para empezar, la cama donde están acostados los participantes en el estudio no es exactamente horizontal: se mantiene con una inclinación de seis grados, que deja los pies levantados y la cabeza hundida, una postura muy poco recomendable para las siestas reparadoras. Y, además, hablamos de setenta días completos sin levantarse para ir al baño, ni para lavarse, ni para comer, ni para estirar las piernas por el pasillo, ni para nada. Ni siquiera puede uno incorporarse para darle un beso en condiciones a la novia cuando viene de visita.

Estos experimentos tienen ya mucha tradición, tanto en la agencia estadounidense como en su equivalente europea, la ESA. Empezaron a hacerse en los años 60, aunque el refinamiento del colchón desnivelado fue una idea de la década siguiente, y las personas seleccionadas cuentan incluso con su nombre coloquial en inglés: son los 'pillownauts', algo así como los 'almohadanautas'. El objetivo de encamar a estos voluntarios es estudiar los efectos físicos de la microgravedad, para así buscar maneras de contrarrestar sus secuelas. Los astronautas de verdad sufren atrofia muscular, pierden densidad ósea y experimentan un deterioro general, ya que allá arriba su corazón no tiene que trabajar lo mismo para bombear la sangre hasta el último rincón del organismo. Sin la intervención de la gravedad terrestre, sus fluidos se acumulan más de lo normal en la parte superior de sus cuerpos, un fenómeno que se reproduce con la ocurrencia del lecho inclinado.

Estos días, la NASA está concluyendo un estudio de este tipo en el que han participado 55 pacientes, seleccionados de un total de 25.000 solicitantes. En principio, será el último que se lleve a cabo, ya que el recorte de fondos públicos impide continuar esta línea de investigación. Cincuenta y cuatro de los sujetos ya han completado sus setenta días de estancia en la cama, así que solo queda uno, el último 'almohadanauta'. Se llama Andrew Iwanicki, ha trabajado durante cuatro años en la industria de la música y, por suerte para los curiosos del mundo, es un tipo locuaz y ameno que ha relatado su experiencia en la revista 'Vice' y en una entrevista con los usuarios de la comunidad Reddit. Lo de Andrew, además, fue un cambio radical: días antes de incorporarse al estudio, que se desarrolla en Texas, había participado en su primera carrera Ironman. En cierto modo, pasó bruscamente de una prueba de resistencia a la contraria.

Los famosos seis grados, explica Andrew, se notan desde el primer momento y, al principio, se convierten en una obsesión. «Cada vez que me volvía o me movía, me deslizaba hacia el cabecero y, en unos pocos minutos, estaba estampado contra él con el cuello hacia un lado», cuenta. Pronto empezaron los dolores de cabeza y también de espalda, ya que la columna vertebral no está acostumbrada a permanecer tumbada veinticuatro horas diarias, con el peso del cuerpo encima. La afluencia de sangre a la cabeza sumergió a Andrew en «una neblina palpitante» y los intestinos tardaron tres días en hacer su trabajo: «El sistema digestivo no es tan efectivo sin la ayuda de la gravedad -detalla-. Cuando finalmente pedí la bacinilla, decidí que había tocado fondo: es imposible mantener la mínima dignidad mientras se caga en posición horizontal».

Videojuegos y series

Porque Andrew y sus compañeros tienen que hacerlo todo en sus camas inclinadas, hasta el punto de esperar como un gran alivio su media hora diaria de ejercicio en una máquina de remo modificada, donde están tendidos sin los insidiosos seis grados. También tienen permiso para levantar la cabeza durante las comidas: pueden apoyarse en el codo durante media hora, para facilitar así la ingestión y la digestión. Pero se asean en una cama-ducha de plástico, se lavan los dientes tumbados -«siempre creo que me voy a ahogar con la pasta»- y son sometidos a incontables pruebas sin cambiar de postura. Muchos participantes aprovechan el tiempo libre para estudiar un idioma, para jugar a videojuegos sin ninguna restricción o para devorar decenas de libros atrasados, aunque, al no poder levantar la cabeza, sujetar la novela se vuelve un esfuerzo agotador. Andrew se infla a ver series ('House Of Cards', 'The Wire', 'True Detective'...) y está preparando las pruebas de acceso a un posgrado.

«Cambian las sábanas cada dos días, así que está mucho más limpia que mi cama de casa», agradece. En cambio, se le ve un poco harto ya de la comida sosa de hospital: «Echo de menos la pizza, la cerveza, el whisky. Soy un hombre sencillo». El último 'almohadanauta' está hoy en la jornada número cincuenta de su viaje sideral sin salir de la cama y, al menos, este tiempo le ha servido para darse cuenta de algunas cosas importantes: «Mi novia y yo solo llevábamos juntos ocho meses y creía que esto podía ser el final. Hablamos todos los días y nos conectamos a menudo por Skype. Como no tengo las distracciones habituales de la vida, soy capaz de escuchar con más atención y hemos tenido conversaciones sobre algunas de esas cosas importantes que solemos ignorar a diario, al estar tan ocupados. Nuestra relación es más fuerte que antes». El día que viajó desde California para visitarlo, Andrew pudo comprobar que los besos también gustan cuando se está con la cabeza hacia abajo, aunque eso a lo mejor no tiene mucho interés científico.

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