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«Todo lo que me ha pasado en la vida, muchas cosas por ser ciega, ha sido maravilloso»

«Todo lo que me ha pasado en la vida, muchas cosas por ser ciega, ha sido maravilloso»

Ana Peláez Narváez Consejera de Relaciones Internacionales de la ONCE, presidenta del Comité de Mujeres del Foro Europeo de la Discapacidad y exrepresentante en la ONU

Antonio Tinoco

Sábado, 9 de junio 2018, 19:52

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Pónganse cómodos y dispóngase a leer la historia de una mujer que va por el mundo desbordando alegría. Tiene unas manos tan expresivas que serían capaces de mantener por sí solas una conversación. Desprende por sus manos, pero también por su tono de voz y por su risa continua tal entusiasmo que es fácil imaginarla esperando impaciente a que suene el despertador cada día para saltar de la cama a disfrutar de la vida. Ana Peláez Narváez (Zafra, 1966) es ciega, nació con un mínimo resto visual que pronto perdió, y tiene una inteligencia luminosa: siempre sacó sobresalientes; se fue a estudiar a Bruselas; hizo dos carreras a la vez y le quedaba tiempo para enseñar braille; se presentó a una oposición nacional de acceso libre y sacó el número 1. Fue vicepresidenta de la ONCE en Castilla y León con 29 años y, con 34, consejera general. Desde entonces es la responsable de las Relaciones Internacionales de la Organización y la representa en las uniones Europea, Latinoamericana y Mundial de Ciegos. Ana Peláez es un referente internacional en el mundo de la discapacidad. En particular, es la voz de las niñas y mujeres con discapacidad en los foros más decisivos: ha formado parte, durante 8 años, del Comité de Naciones Unidas sobre los derechos de las Personas con Discapacidad, de la que ha sido vicepresidenta y cuya Convención debe parte de su articulado a sus aportaciones. Y preside, en representación de España, el Comité de Mujeres del Foro Europeo de la Discapacidad. Ana Peláez, que ha recibido la Orden de Isabel la Católica, repite una y otra vez que tiene «una vida maravillosa». Al inicio de la entrevista, eso de que tiene una vida maravillosa fueron sus palabras. Al final de la entrevista, son también las de quien la ha escuchado contarla.

Aquí va en primera persona:

«Nací con un poquito de resto visual. Mi padre me llevó a Barraquer pero no sirvió de nada. Me escolarizaron en el colegio de monjas de Zafra, pero enseguida me dijeron que no podían atenderme porque no tenían condiciones para que yo estudiara. Murió mi madre y mi padre me llevó a un centro de la ONCE que había en Sevilla. Tenía 5 años. Recuerdo que volvía a Zafra en vacaciones y sólo me relacionaba con mis hermanos y primos. No tenía más amigos. Así estuve hasta los 14 años. Cuando iba a iniciar la Secundaria, la alternativa era seguir en Sevilla o ir a Madrid, donde había colegios de la ONCE para ciegos. Pero me dije: «¿Por qué no en Zafra?» Fui con mi hermano al Instituto Suárez de Figueroa, directa a matricularme. Recuerdo que la secretaria que estaba allí se quedó parada y me dijo: «Espera, que esto lo tengo que consultar», y se fue para dentro. Volvió y me dijo que sí, que me cogían. Cómo son las cosas: lo que recuerdo de ese momento, que era verano, es que me dije: «Es el último verano que voy a pasar sin amigas en Zafra».

«En Zafra no había un colegio para mí así que, con 5 años, me fui interna a uno de la ONCE en Sevilla»

Primeros estudios

Después he valorado el acto de generosidad que tuvo el instituto. En aquel momento –curso 80-81– estaba en mantillas la Lismi, la legislación sobre personas con discapacidad, pero lo que contaban eran las actitudes inclusivas. En el Suárez de Figueroa las tuvieron conmigo sin necesidad de una ley y sin restricciones. Y lo hicieron sin tener en cuenta mi expediente, que era excelente, ni el runrún que había en Zafra acerca de mis capacidades. Allí me presenté yo el primer día de clase. Y desde entonces fue maravilloso. Enseguida se cumplió mi pronóstico: me incorporé sin trabas al instituto, al pueblo, al grupo de jóvenes con las guitarras. Todos contaron conmigo».

Rechazada en Bruselas

«En el instituto yo me apuntaba a un bombardeo. Un día nuestra profesora de francés ofreció a los alumnos un programa para estudiar en francés acogidos por una familia del país de destino. «¡Yo, yo, yo me apunto!», dije en cuanto lo oí. A mí se me daba bastante bien el francés, así que no veía ningún problema para irme adonde hiciera falta. En el instituto me facilitaron todo. Había una selección entre los aspirantes, primero regional y después nacional, pero la pasé sin dificultad. Los problemas empezaron a surgir cuando ninguna familia quería acogerme. Veían mi expediente y cuando leían que era ciega se echaban para atrás. Entonces pedí que cambiaran el expediente y que en lugar de poner que era ciega pusieran que veía poco. Pusieron en el expediente: «deficiente visual», que no especificaba lo que veías y lo que no veías. Estaba ya nerviosa porque mis compañeros del programa se habían ido el 15 de julio y yo bien entrado agosto seguía esperando en Zafra. Lo de poner «deficiente visual» en lugar de «ciega» funcionó, al menos en apariencia: el 26 de agosto me aceptó una familia de Bruselas. ¿Pero qué pasó cuando mi familia de acogida me vio bajar del avión? Que dijo que no me quería. ¡Es que saltaba a la vista que no era deficiente visual, sino ciega! Pero la vida es maravillosa porque ¿qué pasó a continuación? Que otra familia que estaba allí, en el aeropuerto, dejando a su hija que con el mismo programa de estudios se iba para Italia, me dijo: «si tienes dificultad para encontrar familia en Bruselas te vienes con nosotros». Estuve unos días con la tutora del programa buscando una familia de acogida. No la encontré y me fui con ellos. Y fue tan estupenda y tan importante para mi vida aquella experiencia que mi familia belga quería que me quedase a estudiar en la Universidad. Desde entonces esa familia es parte de la mía. Han estado en todos los acontecimientos familiares que hemos tenido. Y en Semana Santa vendrán con nosotros a Zafra a conocer nuestra nueva casa. Ellos dicen que se sienten premiados habiéndome tenido, cuando en realidad soy yo la que tengo que estarles eternamente agradecida».

«La familia que me tenía que acoger en Bruselas me rechazó cuando vio que era ciega. Pero me acogió otra»

Estudios en el extranjero

«Mi padre tenía un don»

«No quise quedarme en Bruselas porque si lo hacía me iba a desvincular para siempre de mi país. Y volví. Me dejé llevar por el hecho de que tenía amigas y amigos en Zafra, donde enseguida encontré de nuevo mi sitio. Tenía, en especial, tres amigos que me han ayudado tanto que sin ellos no habría hecho lo que he hecho. Y también empecé a salir con un chico.

Como se ve, he tenido muchísima suerte en todo lo que he hecho en mi vida, pero creo que la suerte de la que nacen todas es que primero la he tenido con mi familia. Siempre me trató con absoluta igualdad. He tenido bastante liderazgo en mis grupos de referencia, y también entre mis hermanos. Somos ocho. Mi padre tuvo cuatro hijos con su primera mujer, que era mi madre, y otros cuatro con su segunda mujer. Yo soy la segunda de los primeros cuatro hijos y siempre he actuado de hermana mayor, de cabeza de los hermanos, que depositan en mí una enorme confianza y me valoran mucho. Desde siempre esperan mi consejo y mi guía.

El secreto de todo es la actitud de mi padre. Tenía una empresa de productos químicos y de limpieza en Zafra. Nos iba bien aunque hubo malos momentos económicos. Estudió en el Ramiro de Maeztu de Madrid, y era una persona muy preparada. Y sobre todo tenía un don que no lo dan los estudios: sabía dar a cada persona un lugar único. Cada uno de sus ocho hijos fue especial para mi padre. Era un ejemplo. Yo, que soy madre de una sola hija, me parece extraordinario. Tengo tanta suerte que por su larga enfermedad la vida me dio la oportunidad de estar con él todo el tiempo que no había estado de pequeña, cuando salí a estudiar. Fue una estupenda ocasión para conocerlo mejor».

Azafata en la Expo

«Cuando volví de Bruselas a Zafra una de mis preocupaciones era qué carrera estudiar. Opté por Psicología y Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla. Las hice a la vez porque había facilidad: estaban en el mismo edificio y había muchas asignaturas que se convalidaban. Mis planes al acabar la carrera eran hacer el Doctorado, pero en el último año ocurrieron dos cosas, como siempre, maravillosas: la primera fue que la ONCE me pidió que hiciera de azafata en su pabellón de la Expo de Sevilla. Me encargaba de enseñar a la gente cómo una persona ciega manejaba ordenadores, escáneres, etc. Ahora esto es cotidiano, pero en el 92 era muy novedoso. Pues ocurrió que uno de los visitantes del pabellón –¡por el que pasaban 11.000 personas al día!– se quedó prendado de mí y me fue conquistando poco a poco. Aquel chico, que se llama Juan, se fue a vivir a Inglaterra, pero me llamaba continuamente por teléfono al pabellón y me mandaba postales. El día que se clausuraba la Expo se presentó y me invitó a comer en el pabellón del País Vasco, porque él es vasco, y me dijo ¡que se iba a casar conmigo, nada menos! Y, efectivamente, me casé con él seis años después.

«Ya no hay ningún gobierno que se llame democrático que no tenga en su agenda la discapacidad»

Avances

La segunda cosa maravillosa que me ocurrió el último año de carrera es que empecé a dar clases de braille a unas personas que estaban preparando una oposición abierta y a nivel nacional de la ONCE. En principio me lo planteé como una oportunidad de ganar un dinerillo, pero después me dije: «¿Por qué no me presento a la oposición si, al menos, llevo adelantados mis conocimientos de braille?». Me presenté y saqué el número 1, lo cual me daba la posibilidad de elegir plaza en el lugar que quisiera. Como quería seguir estudiando y hacer el Doctorado, me fui a Salamanca para estudiarlo. Mi trabajo consistía en producir material en braille para estudiantes universitarios y, además, encargarse de la biblioteca del centro. Llego a Salamanca y el director de la ONCE me dice: «¿pero cómo vas a encargarte tú de pasar a braille textos si no los ves?» Lo que no sabía el director de la ONCE de Salamanca es que yo jugaba con ventaja: tenía mi experiencia con todos los aparatos y ordenadores estupendos que había en la Expo y cuyo manejo me había encargado de enseñar y, sobre todo, la ventaja de tener a Juan, un hombre maravilloso que estaba enamoradísimo de mí y que se fue ¡a Estados Unidos! a comprarme los mejores ordenadores y escáneres que había para que pudiera hacer mi trabajo. ¡Y lo hice. Fue un reto personal inolvidable! La ONCE no supo nunca las horas que me pasaba en mi casa por las noches cogiendo la destreza y la habilidad que mi trabajo requería».

3.011 personas, una a una

«Así estuve tres años porque, con 29, me eligieron vicepresidenta del Consejo Territorial de Castilla y León. Seguramente la experiencia más extraordinaria que he tenido en mi vida porque me dio la oportunidad de ir a las casas de los 3.011 afiliados de la ONCE en esa comunidad. Los entrevisté uno a uno. Conocí de sus bocas cómo vivían, cuáles eran sus condiciones, sus aspiraciones, cómo se sentían. Fui a ver a gente a pueblos recónditos, a residencias, a hospitales, a cárceles... Ese regalo que me ha dado la vida me marcó para siempre, me situó en el punto decisivo para desplegar mi actividad posterior, porque el mensaje que me dieron fue que debía trabajar para que esa gente estuviera mejor atendida. Todo lo que he hecho después es a partir de la experiencia que me proporcionaron esas 3.011 personas. Conocí cientos de historias inolvidables. Recuerdo a una niña de un pueblo de Burgos. Se llamaba Celeste. Tenía 5 años y padecía un tumor. Su madre y la profesora de apoyo de la ONCE me habían dicho que su pronóstico era muy grave. Celeste me contó lo feliz que era, y cómo el hecho de no ver le hacía sentirse mucho más libre porque podía imaginar las cosas como quisiera. Me dijo que la gente que veía se tenía que conformar con ver verde la hierba, cuando ella la veía del color que le apeteciera ese día. No puedo olvidar a Celeste. El suyo ha sido uno de los grandes regalos profesionales que he tenido. Yo, que soy creyente, estoy convencida de que Dios me brindó la experiencia que tuve en Castilla y León porque la iba a necesitar cuando, con 34 años, me nombraron consejera general de la ONCE para que llevara, nada menos, las relaciones internacionales de esta organización y contar al mundo qué hacía la ONCE en España. Esa responsabilidad no podría haberla hecho si no hubiera sido por lo que me enseñaron los 3.011 afiliados de Castilla y León. Siempre los llevo en el alma».

«Nos falta creernos los derechos de las personas con discapacidad. Incluso a los propios afectados»

Objetivos por conseguir

En los foros internacionales

«De esa comunidad pasé, en el año 2000 y casi sin solución de continuidad, a participar en la Unión Mundial de Ciegos que se celebró en Australia y en la que había gente de 150 países. ¡Qué experiencia fue aquella! ¡Qué impacto, de Castilla y León a Australia! Allí me di cuenta de que yo, que representaba a una organización que era un referente mundial, tenía mucho que aprender en relación a la discapacidad en general, no solo visual. Y por eso, con los años, y con el trabajo de la ONCE en el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi), he ido integrándome en los foros internacionales que tienen que ver con la discapacidad en general, no sólo con la visual. He tenido la inmensa suerte de representar a España en el Foro Europeo de la Discapacidad y en la redacción de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, a cuyo Comité he pertenecido durante ocho años.

Puedo decir, por tanto, que he tenido circunstancias complicadas en la vida, como todo el mundo. Complicado es ir a un colegio interna a los 5 años lejos de tu familia; complicado es llegar a tu pueblo y no tener amigos o bajarte de un avión y ver que la familia que te espera renuncia a acogerte... Pero al fin son complicaciones estupendas porque cada una ha sido una oportunidad de superación personal que mejoran tu vida. Y es que todo lo que me ha pasado, y dentro de eso muchas cosas por ser ciega, ha sido maravilloso».

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