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Criptolipanes, la enésima burbuja financiera

Su sólo nombre asusta a los lobos de Wall Street. El año pasado,las criptodivisas alcanzaron una capitalización global de seiscientos mil millones de dólares. Tres veces más que el PIB de Portugal.Dos veces más que el de Dinamarca y siempre por encimade países tan solventes como Suecia, Noruega o Bélgica

Jacinto J. Marabel

Jueves, 18 de enero 2018, 00:20

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Cuentan que hace ya algún tiempo y en un lugar relativamente lejano, un ladrón robó del jardín del sabio Carolus Cluius su más preciado tesoro: un bulbo de tulipán. Y aquellas flores arribadas al puerto de Amsterdam ocultas en una bodega, procedentes del Palacio de Topkapi, acabaron por tejer un colorido manto sobre las Tierras Bajas. Los sucesores de Guillermo el Taciturno se volvieron locos y comenzaron a adornar sus mansiones con profusión de ellas, sin escatimar en gastos. De tal modo que en 1623 una variedad exótica de tulipán costaba mil quinientos florines, diez veces más que el sueldo anual de un holandés de la época o el equivalente a veinticuatro toneladas de trigo. Se dice que un marinero ruso ajeno a esta desenfrenada pasión por los bulbos, fue condenado a muerte tras zamparse un par de ellos como acompañamiento a un plato de arenques. Pero sea como fuere, lo cierto es que los holandeses siguieron especulando con su valor, hasta que pasó lo irremediable: la burbuja explotó. El 6 de febrero de 1637 no se encontraron compradores para un lote de medio kilo y el pánico se cebó en los inversores, el mercado entró en quiebra y Holanda se vio envuelta en una depresión económica que lastró durante décadas.

La tulipomanía se pone de ejemplo en las Facultades de Economía como la primera burbuja financiera de la Historia. Y los estudiantes se preguntan por qué aquellos tipos listos que, aún antes del calvinismo, dieron sobradas muestras de un sexto sentido para los negocios comprando a los nativos Canarsie la isla de Manhattan por sesenta florines, enajenaron un país a cambio de unos tristes tubérculos. La respuesta no es sencilla, porque esta historia no admite lecciones y las circunstancias tienden a repetirse. En los rascacielos que hoy se alzan sobre los antaño sagrados bosques indios, saben de esto. Allí, convaleciente aún de la terrible arritmia de 2008, el corazón financiero de Occidente se abre las carnes a la extrema volatilidad de las criptodivisas.

Su sólo nombre asusta a los lobos de Wall Street. El año pasado, las criptodivisas alcanzaron una capitalización global de seiscientos mil millones de dólares. Tres veces más que el PIB de Portugal. Dos veces más que el de Dinamarca y siempre por encima de países tan solventes como Suecia, Noruega o Bélgica. Una tercera parte de esa cantidad se corresponde con el valor de mercado de Bitcoin, cuyo rendimiento sobrevoló el pasado ejercicio el 1.300%. Ese mismo año, el 40% de las transacciones en Bitcoin se tradujeron en yenes, lo que obligó a modificar la legislación japonesa para que los minoristas comenzasen a aceptar pagos virtuales. Ripple le va a la zaga y se ha hecho con una capitalización de ochenta mil millones de dólares. Ethereum, favorita de entidades como Santander y BBVA, más de setenta mil. Coinbase, Dash y otras están empezando a impactar en la riqueza de los países. La incertidumbre política de algunos de ellos ha impulsado la creación de criptomonedas como activo seguro: en diciembre, Nicolás Maduro anunció el Petro, respaldado por las reservas venezolanas. Más aullidos en Wall Street.

El paradigma de esta espiral de consecuencias impredecibles se llama Bitcoin. Aunque su vórtice se sitúa en la crisis de las hipotecas subprime, nadie sabe quién está detrás de su código fuente. Con todo, el paladín del moderno anarcocapitalismo responde al enigmático nombre de Satoshi Nakamoto, él fue quien en 2009 puso en el mercado 50 bitcoins con un valor de 0,003 dólares cada uno, que era el precio de la electricidad necesaria para generarlos virtualmente. Pero hasta mayo del año siguiente no tuvo lugar la primera transacción, cuando alguien compró dos pizzas por 10.000 bitcoins. Hoy, esas pizzas son una pasta. Sólo le diré por no aburrirle que si usted hubiera sido visionario, al cambio tendría en sus bolsillos ciento cincuenta y tres millones de dólares. Salvo lo que religiosamente correspondiera declarar a Hacienda, claro.

Las criptodivisas son un tipo de activo digital que parecen llamadas a revolucionar el ámbito de las transacciones financieras, gracias a una marcada descentralización y falta de regulación. Su virtualidad bursátil está basada en un sistema de cadena de bloques, en el que el libro de contabilidad de cada usuario queda registrado y es público al resto de participantes a través de una elefantiásica base de datos compartida sin un servidor que centralice. La información viaja encriptada y se agrupa en bloques, inextricablemente enlazados entre sí. Unos complejos sistemas informáticos vigilan que no sea modificada, confirmando las operacio nes, analizando los algoritmos y creando secuencias que son añadidas a la cadena.

Para algunos esto es la libertad extrema. El sistema de bloques ahorra tiempo, costes y su trasparencia le capacita como el instrumento más fiable de los ciudadanos frente al poder financiero omnímodo y corrupto. Para otros no es sino una muestra del liberalismo más feroz. Las criptomonedas son un peligroso juego sin autoridad supervisora que certifique las transferencias ni la capacidad económica de los participantes, además campo abonado a las organizaciones criminales que operan en la Deep web. La financiera Merrill Lynch las demoniza, pero el grupo Goldman Sachs deja la puerta abierta a futuras operaciones. En este asunto, nada es lo que parece. Pero la burbuja especuladora sigue cotizando al alza.

Hace mucho tiempo y en un lugar muy lejano, el padre de Bella robó la más preciada rosa del jardín de Bestia y la hija acabó pagando el descaro. El hermoso cuento de Madamme Leprince de Beaumont tuvo un final feliz. El de los tulipanes no. Ignoro si el de las criptodivisas lo tendrá, pero como la Historia es cíclica quizás le resulte interesante saber que puede encontrar bulbos de tulipán a 0,003 dólares. Las casualidades no existen, así que si se los aceptan por un par de pizzas piense que quizás esté cambiando el cuento.

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