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El último político mesiánico

Diego Carcedo

Sábado, 26 de noviembre 2016, 11:27

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Con la muerte de Fidel Castro termina una saga de políticos que, seguramente bien intencionados, quisieron cambiar el mundo para bien y al final lo dejaron peor de lo que estaba. Todos habían confundido la revolución social que querían con el despotismo y la imposición de la igualdad imposible con la negación de las libertades. Su memoria deja opiniones diferentes: todos ellos - Lenin, Mao, Stalin, Ho-Chi Minh siguen en sus tumbas despertando admiración y odio a partes iguales.

Durante décadas del siglo pasado la Figura de Fidel despertó pasiones entre amplias capas de la sociedad. Había librado a Cuba, la última y más querida ex colonia española, de una dictadura cruel y corrupta y de un ambiente podrido, mafioso y prostibulario, para abrirle una etapa de ilusión y esperanza que despertaba sueños de cambio en otras latitudes. La personalidad de Fidel y su magnetismo dialéctico, cautivaba a propios y forasteros.

Pero aquella etapa duró poco y enseguida la Isla se vio sometida a un régimen dictatorial que castigaba a quienes no compartían sus métodos poniéndolos frente a la opción de la cárcel y el fusilamiento o el riesgo de huir hacia el exilio. La endeble economía liberal se hundió, la ayuda exterior tropezó con el bloqueo impuesto por la potencia hegemónica del Norte, y la protección demagógica de los comunismos europeos privilegiaba la protección militar a la cobertura de las necesidades de la gente.

Ante tantos problemas vitales, los cubanos comenzaron a dar la espalda a su Gobierno y, aunque el carisma de Fidel seguía obrando milagros haciendo creer que todo estaba bien encaminado, la realidad es que sólo la represión equiparable a la cualquier otra Dictadura de raíces capitalistas y la demagogia contra los Estados Unidos, a cuyo bloqueo se atribuían todos los males, le garantizaba continuidad y estabilidad frente al descontento popular.

No todo es negativo a lo largo de su prolongada etapa de poder pero entre todas no llegan a compensar el dolor causado en muchas familias, el miedo con que vivía gran parte de la población, y el daño que su obstinación en mantener teorías políticas y económicas fracasadas acabó causando. Cuba con él primero y su hermano Raul después, lejos de conseguir prosperidad se convirtió en un país mendicante.

Fidel ha muerto después de ver cómo el Gobierno que legó a su heredero familiar cedía al orgullo patrio y restablecía las relaciones con el viejo enemigo, los Estados Unidos, que lo largo de medio siglo no habían regateado esfuerzos para quitarlo de en medio. Con su desaparición y la avanzada edad de su sucesor, es previsible que el comunismo en su único reducto occidental, pase pronto también al museo de la Historia donde ya están otros muchos.

Mientras se impone reconocer que nos ha abandonado un personaje histórico de verdad, discutido, polémico, enfervorizador de masas y verdugo implacable con sus enemigos y adversarios. Ahora toca a esa historia de la que forma parte juzgarle ya desde la perspectiva más lejana de los amores y odios que despertó en vida.

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