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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
La Garrovilla, la Iglesia y sus casas hermosas. :: E.R.
La Garrovilla o lo inesperado

La Garrovilla o lo inesperado

Llegamos a esta villa por curiosidad y nos marchamos sorprendidos

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 26 de febrero 2016, 07:35

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El sábado pasado estuve en La Garrovilla y tuve la sensación de que el Carnaval en Extremadura no se acaba nunca, que se ha convertido en una fiesta que se superpone a la Cuaresma y que, si nos descuidamos, acabará mezclándose con la Semana Santa. El sábado pasado estuve en La Garrovilla y entendí, por fin, en qué consiste el Carnaval en la provincia de Badajoz.

Había ido a La Garrovilla por curiosidad. «Voy a conocer ese pueblo que queda a un lado y del que sé muy poco». Nada más llegar, noté que había coches por todas partes, sospeché que algo raro sucedía y caí en la cuenta de dónde me había metido cuando aparqué, salí del vehículo y me vino encima un desfile de 22 comparsas.

Así que me aposté en una acera y así aprendí la importancia de formar parte de una comparsa de Carnaval en Torremejía, en Alconchel, en Puebla de la Calzada, Montijo o La Garrovilla. Porque pasaban las chicas vestidas con trajes asombrosos y ejecutaban su coreografía con una profesionalidad admirable: no dejaban de sonreír, se sobreponían a cualquier contratiempo con solvencia y acababan componiendo un número de baile, música y alegría que me dejó tocado.

Ha pasado una semana y aún sigo pensando en el Carnaval de La Garrovilla: en su vistosidad, en su gentío, en su belleza, en su importancia... En su felicidad. Sí, eso, felicidad. La Garrovilla me pareció un pueblo bonito y feliz. Calles rectilíneas, amplias y arboladas, paseos agradables, casonas de tronío e importancia, gente muy amable y algunos rincones que me sorprendieron.

También hacía mucho la luz: atardecía y los brillos crepusculares, tan pastel, tan armónicos, envolvían La Garrovilla y hacían que destacara su ayuntamiento, que emocionara el pórtico plateresco de su iglesia, que atrapara la solidez imponente de sus casas burguesas.

La Garrovilla es eso que las gentes llaman un buen pueblo. Nada más llegar, notas que hay un peso y una tradición en los detalles. Para empezar, la población se creó al socaire de la Reconquista, o sea, que 800 años nos contemplan, ni más ni menos. Y eso marca. La historia siempre marca.

Además, desde 1599, La Garrovilla es villa, que para eso compraron los garrovillanos ese año la independencia de Mérida. El pueblo sufrió más de la cuenta durante la Guerra de Independencia. Y no falta un hijo ilustre: el conquistador Alonso de Mendoza, fundador de La Paz, capital de Bolivia. La Garrovilla tiene estación de tren, que, cuando se levantó, en 1864, en la primera ruta internacional española, de Lisboa a Madrid por Ciudad Real, provocó un resurgimiento de la villa, expectativas que se repitieron al ser tocadas estas tierras por las bonanzas del Plan Badajoz.

Estas particularidades se traducen en que, mientras los pueblos extremeños han perdido desde 1960 entre el 50% y el 60% de su población, de La Garrovilla se ha marchado el 30%, que es mucho, pero no tanto. El censo de 2015 acredita 2.453 habitantes, que votaron en 2015 mayoritariamente (56%) a su alcalde socialista, José Pérez Romo, aunque la alcaldesa favorita es la Virgen de la Caridad, patrona de La Garrovilla, alcaldesa perpetua y protagonista de la fiesta más importante de la villa, la que el lunes de Pascua la convierte en protagonista máxima.

Para rematar el viaje, otra sorpresa, uno de los hoteles-restaurante temáticos más bonitos de Extremadura: Cerro Príncipe, centrado en el jazz y con una cocina que merece la pena. Y así, de sorpresa en sorpresa, uno se va de La Garrovilla con la agradable sensación que provoca lo inesperado: llegas por curiosidad y te marchas deseando volver.

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