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'Empotrado'. Dos 'peshmergas', combatientes kurdos armados, ayudan a Ángel a colocarse el chaleco antibalas antes de acercarse a la primera línea de fuego en Irak. :: HOY
Vacaciones en la trinchera

Vacaciones en la trinchera

Ángel Manuel Sastre, periodista extremeño, se juega el tipo en Latinoamérica durante todo el año y cuando le toca descansar viaja a conflictos bélicos

Rubén Bonilla

Domingo, 15 de febrero 2015, 08:36

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Arriesga su vida en México, Venezuela, Brasil, El Salvador, Chile o Nicaragua. Pero no tiene bastante. Es tal su pasión por el periodismo que el extremeño Ángel Manuel Sastre utiliza sus vacaciones de verano y Navidad para cargar cámara, micrófono, ordenador y trípode y adentrarse en un conflicto bélico para contarlo desde dentro.

Ángel, de 34 años y natural de Don Benito, recuerda con cariño que su primer trabajo remunerado fue en su localidad natal, tras deambular por varios medios en Madrid con contratos en prácticas. De Extremadura volvió a la capital durante unos meses y de ahí dio el salto a Londres como corresponsal para una radio española. Fue entonces cuando empezó a fraguar en su cabeza lo que quería hacer con su vida. «Hace ya casi diez años, estando en Inglaterra, conseguí una beca en Argentina y me planteé un proyecto bastante ambicioso. Quería ser el corresponsal de varios medios para toda Latinoamérica», recuerda.

Historias de vida

Fruto del frenesí de viajes en el que se embarcó, Ángel se vio recompensado con el premio Larra de la Asociación de la Prensa de Madrid en 2010, otorgado a periodistas menores de 30 años, por la cobertura que hace para La Razón, Onda Cero y Cuatro del continente americano, que ya ha recorrido de norte a sur. «He estado prácticamente en los principales acontecimientos de esta región en la última década», afirma. Elecciones, cumbres iberoamericanas o entierros de Estado como el de Pinochet o el de Hugo Chávez. También ha estado 'empotrado' -periodistas que se introducen dentro de cuerpos militares para informar desde dentro- con ejércitos como las tropas de élite de Río de Janeiro, los Kaibiles de Guatemala y la Polisucre de Venezuela... Son los temas que le piden los medios para los que trabaja habitualmente.

Pero este extremeño concibe el periodismo sobre todo desde una visión social, con historias de vida. Cada vez que tiene a la vista algún viaje lo prepara con mucha antelación y estudia los principales problemas que tiene el país que va a visitar para mostrar la 'otra realidad'. «Yo aprovecho unas elecciones o una cumbre para mostrar los problemas de América Latina, que tienen mucho que ver con la desigualdad, la pobreza o el narcotráfico. Que voy a un terremoto en Perú, pues expongo la prostitución infantil en Iquitos; que hay una cumbre en Bolivia, pues reporto de los enfrentamientos por la coca; que toca viajar al Mundial de Brasil, pues me adentro en las favelas. Lo que intento es buscar lo que a mí más me apasiona del periodismo: ir y encontrar historias con factor social y humano que sirvan de denuncia», relata. Defiende esta rama de su profesión junto a la de investigación por ser las que verdaderamente «aportan cosas a la gente»

En los diez de años de viajes, Ángel tiene guardadas varias escenas en su cabeza que no olvida porque pasó realmente miedo. Estuvo varios días viajando en el techo de 'La bestia', el ferrocarril más peligroso del mundo conocido como el 'devorainmigrantes'. «Recuerdo la entrevista a una mujer hondureña que viajaba en el techo del tren 'La Bestia' mientras cruzaba México para llegar a Estados Unidos, recorrido que aprovechan las bandas y policías para atacar, secuestrar, violar y robar a los inmigrantes. Ella, que estaba embarazada, viajaba con su marido y dos hijas de seis y siete años, y el hombre las abandonó por miedo a mitad de camino», rememora el dombenitense.

Ver y mostrar las miserias de estos países hace que a veces tenga sentimientos de culpabilidad por su trabajo. «En los vertederos de Nicaragua de los que viven miles de familias, donde los animales y personas se disputan los restos de comida, puedes hacer un gran periodismo de denuncia. Me metí en el agua pestilente, tuve hasta urticaria, para sacar buenos planos, pero al terminar el día yo me voy a ducharme al hotel, mientras ellos no pueden. Yo cuento cómo viven y siento como si les robara su historia. Yo me voy y ellos siguen allí muriéndose».

Pero no todos son recuerdos tristes y de calamidades. Uno de los instantes más emotivos que ha vivido sucedió en 2010 en la mina San José, en el desierto de Atacama, en Chile. El periodista acudió al Campamento Esperanza y vivió junto a periodistas y familiares los momentos angustiosos, finalmente felices, del rescate de 33 mineros que estuvieron atrapados a unos 720 metros de profundidad durante 70 días.

Conflictos bélicos

Antes de comenzar su periplo por América, ya tenía en mente ir a algún conflicto bélico. Pero le faltaba dar el salto. El extremeño convenció a los jefes de los medios para los que trabaja habitualmente para poder abandonar la zona que cubre y utilizar sus vacaciones para entrar en lo que los reporteros de guerra llaman 'front line', la línea de fuego.

«Siento una atracción por los grandes perdedores y por joder la comida a ciertos telespectadores», cuenta con una sonrisa. «El periodismo no es solo un 'breaking news'-noticia de última hora- o ser un contador de historias. Hay que ir a buscar la historia, meterse en el barro. La base está en el periodismo incómodo, cuando enseñas algo que los poderes o regímenes no muy democráticos no quieren que se vea».

Palestina, el primer viaje

El primer viaje a un conflicto bélico que hizo fue a Palestina, a los territorios ocupados por Israel. La decisión de ir allí la marcaron varios factores: facilidad para llegar y el tener una amiga sobre el terreno que podía facilitarle el trabajo. «Es un sitio en el que pensamos todos, es un icono, y si no hay un conflicto latente no es tan peligroso», asegura. Y sin dudar agarró la mochila y se plantó allí. «Estuve grabando los territorios ocupados ilegalmente (lo dice la ONU, no yo), y mostré cómo familias palestinas se quedaban a dormir en la calle porque los israelíes habían derrumbado sus viviendas». Fueron sus primeras vacaciones en zona de guerra.

Tres años después ya tenía nuevo destino: Siria. El país árabe vivía, y aún perdura, una guerra entre el Gobierno del presidente Bashar Al-Asad y los rebeldes, a los que se han unido en estos últimos tiempos facciones como el Estado Islámico. «Fue una experiencia personalmente muy dura. Acabábamos de entrar en el país desde Turquía en dirección a Alepo y nos enteramos de los secuestro del periodista Marc Marginedas, enviado especial de El Periódico; Javier Espinosa, corresponsal de El Mundo; y el fotógrafo Ricardo García Vilanova», recuerda con cara seria. «No se me ocurre un lugar más peligroso para trabajar en zona de conflicto a nivel de secuestros, 'frontline' y bombardeos que Siria. Yo tuve la suerte de ir acompañado de reporteros experimentados como J. M. López y Antonio Pampliega para pasar esos momentos».

En Alepo sufrió el mayor susto que ha tenido en combate. Un día estaba grabando en las trincheras a los rebeldes lanzando granadas con la mano por encima de un muro. Por un error, uno de los proyectiles no pasó, rebotó contra la pared y cayó al lado de donde estaban («casi en los pies»). Tocó correr para salvar la vida.

En septiembre estuvo en otro punto caliente del planeta: Irak y la lucha de nuevo contra el Estado Islámico. «Estuve con los peshmergas, combatientes kurdos armados, en los duros enfrentamientos contra los yihadistas. La verdad es que impresiona ver a 200 metros de donde estás grabando las banderas negras del Estado Islámico. Piensas: 'en dos carreras te han cogido'», rememora. Reconoce que el incremento de secuestros y ejecuciones a reporteros en esta zona hace que te pienses, aún más, el viajar a estos lugares.

Respecto a este grupo, Ángel critica que hoy en día se ponga más el foco mediático en los vídeos propagandísticos con ejecuciones («tipo medievo») quemando a la gente viva, que en los numerosos civiles que siguen muriendo en Siria cada semana. Estas navidades pasadas tampoco han sido de descanso. Ha pasado la Nochebuena y la Nochevieja viendo las penuria de los ucranianos que se ven envueltos en la disputa entre el Gobierno de su país y los independentistas prorrusos. Lamenta que aunque hubiera un alto el fuego declarado, la realidad era que familias enteras vivían en los sótanos de los edificios porque los bombardeos no han cesado nunca.

¿Qué le empuja a volver?

Aunque parezca sorprendente, poner tu vida en riesgo a veces tiene pérdidas económicas. Son muchos los gastos que entrañan estos reportajes: vuelos, traductores, transportes o seguridad son solo algunos de los desembolsos que hay que realizar. Por ello se suelen buscar compañeros de profesión en el lugar para hacer el viaje más llevadero. «Cada vez cuesta más meter información internacional en los medios, utilizan mucho las agencias y se da la misma noticia en todos lados. Antes, tener información internacional propia daba prestigio», se lamenta.

Entonces, ¿por qué emprender esta tarea? «Lo que yo he visto en la guerra es el mayor exponente de dolor, de muerte, de desgracia... Y paradójicamente es el sitio donde más cómodo me siento, donde creo que tengo que estar porque siento que es importante mi trabajo, que es un poco para lo que yo estudié. El periodista hace falta en muchos sitios para ser el testigo incómodo a los ojos de la sociedad. No falta el factor adrenalina, la aventura y, siendo justos, el ego».

Este extremeño cuenta los días para sus próximas 'vacaciones'. Ya tiene destino: África y el ébola.

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