Borrar
Manifestación en contra de la mina de litio de Cáceres. :: L. C.
¿Está en contra de la mina?

¿Está en contra de la mina?

En los bares de Cáceres, el debate sobre la fiebre del litio está vivo

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Lunes, 2 de abril 2018, 08:03

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Nací en la calle Antonio Hurtado de Cáceres, hijo de funcionario y ama de casa, yerno de funcionario, hermano de tres funcionarios, cuñado de cinco funcionarios, padre, suegro y tío de ningún funcionario, pero con siete sobrinos que trabajan en Ecuador, Estados Unidos y Madrid. Cada día, regreso del trabajo a casa, paso por debajo del edificio donde nací, sigo adelante, cruzo un semáforo y me embarga la agradable sensación del retorno al hogar, de la comida caliente, de la tarde relajada, en fin, de la regalada vida de provincias de quien tiene un trabajo seguro.

Hace dos miércoles, en ese relajado trayecto del trabajo a casa, un caballero, que tomaba una cerveza y fumaba un cigarrillo a la puerta del bar La Pausa, me pidió por favor que me detuviera. Tendría unos 60 años, apariencia humilde, pelo canoso, cutis curtido, propio de haber pasado muchas horas trabajando a la intemperie, y una tristeza en los ojos que se compensaba con su autodeterminación al hablar.

«¿Usted está a favor o en contra de la mina?», me soltó a bocajarro y así, con esa pregunta, acabó bruscamente con la agradable sensación que me embargaba, con la tarde regalada que me aguardaba, con mi regalada vida de provincias. «¿Usted está a favor o en contra de la mina?»...

No me inquietó la pregunta. Es más, ni titubeé. «Estoy en contra», le respondí con la misma determinación con que él me había preguntado. Entonces, el desconocido me hizo otra pregunta de respuesta menos comprometedora pero, a la larga, más inquietante. «¿Tiene usted trabajo, verdad?», interrogó y afirmó a la vez. Reconocí que sí y el señor me hizo una tercera pregunta-reflexión sencilla, quizás demagógica, pero de las que te hacen dudar: «¿Se ha dado usted cuenta de que de cada cien cacereños que están en contra de la mina, 99 tienen trabajo? Y si no son 99, pues son 80 o 90, me da lo mismo, pero la gran mayoría tiene trabajo».

Llegados a este punto, ya no supe qué responderle. Evidentemente, podría haber echado mano del argumentario científico, del laboral, del ecológico, del catastrófico, del emocional... Pero no, sentí la tribulación de ser culpable por disfrutar de una regalada vida de funcionario de provincias, que, egoístamente, rechaza de inmediato cualquier atisbo de molestia o de cambio.

No acabó el desconocido ahí su mensaje, sino que siguió argumentando y preguntando: «¿Vio usted obreros en la manifestación que se celebró en la Plaza, había gente de Pinilla, del Carneril, del barrio de Las Minas?». Le reconocí que no había ido a la manifestación, pero que sí habían acudido mi mujer y otros familiares y que me habían comentado que había sido una concentración mayoritariamente de clase media acomodada, que no habían visto a nuestros vecinos de Llopis ni se habían encontrado con grandes masas de vecinos de La Mejostilla.

Y allí mismo, a la puerta del bar La Pausa, en la calle donde nací y vivo, aquel caballero de mirada triste y verbo decidido, me contó su vida: «Yo soy de Aldea Moret y si no hubieran abierto allí las minas hace más de cien años, no habríamos tenido tren. Tengo dos hijos con carrera y los dos están trabajando, pero no en Cáceres, sino en Chile». A esas alturas de la conversación, mi maldita capacidad para empatizar automáticamente hasta con los perros callejeros se había desbordado y solo sabía titubear.

Aquel buen señor, al verme así, debió de pensar que ya me había castigado bastante y cambió de tono y de tema. «Que quede claro que no quiero molestarle, que le digo esto desde el respeto y que no deseo discutir con usted ni culparlo de nada, pero entienda mi situación y la de tantos obreros de Cáceres. Por cierto, mi mujer, que la pobrecita murió hace siete años, le leía todos los días y confiaba en usted», me dijo y yo seguí mi camino con ganas de llorar. No he cambiado de opinión, sigo estando en contra de la mina, pero me matan la duda y la culpa.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios