El Gurugú clausura el comedor de verano que ha atendido a más de 70 niños

A la Fundación Caja Badajoz, a la organización Catalana Educo, a la panificadora de El Nevero, a una veintena de jóvenes de los Salesianos, al centro de promoción de la mujer. Antes de hacer balance, Ricardo Cabezas, el presidente de la asociación de vecinos del Gurugú, nombra a todos los que le han ayudado a cumplir con el tercer comedor de verano que pone en marcha. «Es de bien nacidos ser agradecido».

Se siente especialmente orgulloso de la red de solidaridad que se ha creado en estos tres años con el proyecto. Y gracias a ese cordón de ayuda, los organizadores pueden atender a todos los niños que lo necesitan. Hoy clausuran la iniciativa con más de setenta inscritos, pero a las comidas han acudido medio centenar porque había quien iba días alternos y quienes sólo se quedaban a las actividades.

El veterano representante vecinal dice cada verano que ojalá el siguiente no tenga que repetir, pero sabe que se trata más de un deseo que de una posibilidad. «Aquí hay gente que ha trabajado toda su vida en la construcción y llevan cuatro años en paro, sin nada». La radiografía que hace Cabezas de su barrio le lleva incluso a pedir un plan especial para el desempleo. «Alguien debería hacer algo».

De momento, desde la asociación de vecinos ponen un parche de dos meses, aunque asumen que es como apagar un incendio con un extintor.

Fue hace tres años, en la crisis más profunda, cuando decidieron dar el paso. La mayoría de los chicos del barrio comen en el colegio y al acabar el curso sabían que algunos padres iban a tener dificultades para garantizar una alimentación saludable. En la asociación decidieron sacar provecho a la cocina industrial que montaron para dar cursos de cocina y organizar un programa de asistencia social completo.

Los niños llegan a las nueve de la mañana, desayunan y después repasan tareas del colegio, una actividad clave en un barrio con tanto fracaso escolar. A media mañana, se montan en el autobús que les lleva dos días a Castelar y otros dos a la piscina de la Granadilla. A la vuelta, comen y se van a casa.

En el barrio han superado con naturalidad los debates sobre la idoneidad de estas iniciativas por el miedo a la estigmatización de los niños. «Lo de darle de comer es lo de menos, lo importante es fomentar la convivencia y que los niños no pasen tanto tiempo en la calle», resume Cabezas. Los seis menores tutelados por la Junta de Extremadura del centro San Juan Bautista que acuden a las actividades ejemplifican esa convivencia de la que habla Cabezas. No desayunan ni se quedan a comer, pero se suman a las excursiones. Este año han ido al museo etnográfico y a una ruta en piragua por el Guadiana. Para hoy esperan a dirigentes de la Fundación Caja de Badajoz, del colegio Salesiano y de las empresas que durante estos dos meses han donado alimentos. Gracias a esta implicación, la estructura ha ido creciendo.

En el Gurugú arrancaron con 30 niños en 2013, en 2014 llegaron a 45 y en esta ocasión han superado, de largo, el medio centenar. El presupuesto ha pasado de los siete mil de la primera edición a los 14.000 de este verano.

A diferencia de lo que ocurre con otros comedores públicos, en el Gurugú tratan de facilitar al máximo la burocracia para beneficiarse.

Se trata de ayudar a las familias más necesitadas, algo que conocen de sobra en la asociación porque trabajan durante todo el año con ellas y porque la sede de la plaza de la Rana no supone un lugar extraño ni nuevo para los chicos. La mayoría acude durante el curso escolar a clases de refuerzo por las tardes y trabajan con los mismos voluntarios. Algo parecido ocurre con el Centro de Promoción de la Mujer, donde también conviven a diario con las carencias familiares.

Son los beneficios de una red de solidaridad que se ha ido ampliando y de la que tanto presumen en el barrio.