Cánovas: pijos, parejas e indigentes
PPLL
Domingo, 7 de septiembre 2008, 11:25
A finales del siglo XIX, el ferrocarril llegó a Cáceres y la vieja ciudad, que ya llevaba medio siglo siendo capital de provincia, buscó la estación del tren, que quedaba a un par de kilómetros del casco urbano. Para ello creó un parque alargado, que con el tiempo se convirtió en paseo. En él florecieron los árboles y a su alrededor se levantaron chalés, un hospital, un asilo... Después fue el Broadway cacereño con cines y salas de fiesta. Hoy es un pequeño Wall Street o Fleet Street con sedes bancarias y de periódicos.
Ese paseo, eje de la vida social cacereña, se llama 'de Cánovas': alrededor de un kilómetro de setos, parterres, árboles, césped, fuentes y quioscos de flores y de prensa. Pero Cánovas, al igual que todo parque central de las urbes occidentales, es algo más que un paseo. En este espacio verde se escenifica cada día la representación social de una ciudad. A estudiarla ha dedicado su tiempo, entre octubre de 2007 y junio de 2008, la profesora Rosa Pérez.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, Rosa es profesora de Secundaria en un instituto de la provincia de Cáceres. Esta bilbaína lleva viviendo en Extremadura desde el año 1995. Acaba de terminar la carrera de Antropología presentando un trabajo de investigación titulado: «Etnografía del Paseo de Cánovas: corazón de la ciudad de Cáceres». En él, tras muchas horas de observación y más de 200 entrevistas, realizadas a usuarios cotidianos de Cánovas, se retrata una ciudad a partir de un paseo.
Tras una exposición de la metodología científica empleada para realizar el estudio, Rosa se centra en la definición del espacio, con sus dos secciones: el Paseo de Cánovas y el Parque de Calvo Sotelo, separados por una fuente llamada Luminosa. A estos dos espacios, los cacereños los conocen como Parque de Arriba (Cánovas) y de Abajo (Calvo Sotelo).
A lo largo de la historia, Cánovas en su conjunto ha sufrido una evolución en su uso, pero siempre ha sido el lugar donde los niños empezaban a jugar y los adolescentes, a pasear y coquetear. Estos paseos se realizaban arriba y abajo, arriba y abajo, siguiendo una costumbre tradicional constatable en paseos de Oviedo, Zamora, Guadalajara o Alicante, paseos que, indefectiblemente, eran bautizados con el curioso apelativo de tontódromos. En el Cáceres de mediados del siglo XX, el tontódromo de primavera-verano era Cánovas, mientras que cuando llegaba el frío, los paseos de ida y vuelta buscaban el abrigo de los soportales de la Plaza Mayor.
El trabajo precisa que, entre los años 60 y 80 del siglo XX, se produce una notable diferenciación social en el espacio verde de Cáceres. Así, la acera situada frente al parque, entre las calles Antonio Silva y Virgen de la Montaña, será conocida como Cursilandia porque por ella paseaban los llamados pijos, que, según el diccionario de María Moliner, son las personas «que en su vestuario, modales, lenguaje, etcétera, manifiestan gustos de una clase social acomodada». Su 'uniforme', según recoge el estudio de la profesora Rosa Pérez, era: vaqueros Lee o Levis Strauss, polo Lacoste o Fred Perry y zapatos Castellano color Burdeos.
Frente a Cursilandia, en uno de los laterales del paseo de Cánovas, estaba Catetolandia, llamado así porque por allí paseaban los reclutas, que intentaban ligar con las empleadas domésticas, y las clases menos pudientes o que, simplemente, preferían no aparentar 'gustos de clase social acomodada'. Con la llegada de la democracia, Cursilandia y Catetolandia desaparecieron y llegó el botellón, que unió en la Plaza Mayor a los paseantes de ambos espacios de Cánovas.
Prensa y flores
Pero de todo eso hace ya un cuarto de siglo y el estudio antropológico de Rosa Pérez se centra en la realidad actual de Cánovas. Analiza, por ejemplo, los diferentes quioscos de prensa y flores del paseo y concluye que los compradores de periódicos son personas mayores o funcionarios de edad madura y empleados de agencias bancarias u oficinas privadas, pero casi nunca jóvenes. Las flores son compradas también por personas mayores, siempre mujeres, salvo el caso esporádico de algún joven que quiere agasajar a una chica.
Curiosamente, establece diferencias sociales 'florales'. Así, la clase media compraría sus ramos en los quioscos del parque, mientras que la élite o las personas que se consideran de estatus superior prefieren una pequeña floristería situada en la acera de lo que antiguamente era Cursilandia. Esas diferencias sociales entre clientes también las observa la investigadora vasca en las zapaterías y joyerías de la avenida del parque e incluso en las entidades bancarias, deteniéndose en el caso del BBVA, donde son mayoría los clientes de clase alta y los inmigrantes.
De sus entrevistas y observaciones a lo largo de nueve meses, la antropóloga extrae la conclusión de que las diferencias sociales marcan el día a día en el Paseo de Cánovas, hasta el punto de que cada grupo procura apropiarse de un espacio que no comparte. Durante las fiestas «la población de Cáceres que se autoconsidera de un alto estatus social intenta por todos los medios diferenciarse del resto de los visitantes. Si en los distintos puestos y casetas (de Cánovas) la mayor parte de los compradores son de una clase inferior, no se acercan, prefieren pasar de largo».
Estas diferencias sociales se hacen palpables al estudiar a los actores del parque. Según Rosa Pérez, «las parejas con niños que, aparentemente, tienen mayor poder adquisitivo llevan a sus hijos al parque infantil de Cánovas o de Arriba y los que, aparentemente, tienen menor poder adquisitivo los llevan al parque de Abajo o de Calvo Sotelo». Resulta curioso que en los columpios de 'Arriba' el uso esté organizado con colas, tiempo de uso y exigencia paterna de que este orden se respete, mientras que en los columpios de Abajo no hay reglas. También llama la atención que a los columpios de Arriba o 'de clase alta' acudan familias que viven en barrios periféricos donde ya existen parques y juegos para niños.
Otro grupo muy frecuente en los parques extremeños es el de los jubilados. El trabajo de la profesora Pérez distingue en Cánovas entre jubilados de bajos ingresos, que pasean y se sientan en bancos de cualquier lugar del parque, y jubilados de clase media y alta. Estos raramente se sientan en los bancos, hacen tertulia paseando y prefieren dos zonas: cerca de la Cruz de los Caídos o alrededor del Bombo o quiosco de la música.
También los inmigrantes son actores de Cánovas. El trabajo apunta que los 'propietarios' de los diferentes espacios de Cánovas procuran no mezclarse con ellos y que los padres abortan sutilmente el intento natural de los niños de mezclarse si se trata de hijos de inmigrantes.
En las entrevistas, para los nacidos en Cáceres, Cánovas es un orgullo y no distinguen estratificación social. Los foráneos notan enseguida las diferencias sociales y se dividen entre quienes consideran Cánovas un lugar horrible y un bonito paseo. La profesora Rosa Pérez ha convivido durante nueve meses con los llamados indigentes que 'viven' en un rincón del parque de Calvo Sotelo. Empezaron como aparcacoches en la Plaza Mayor y han acabado en los bancos del paseo. Forman dos grupos. El más antiguo está formado por siete u ocho miembros, se conocen desde pequeños y están muy unidos, hasta el punto de que si uno no baja al parque, van a su domicilio a interesarse por él. Otro grupo menos numeroso tiende a aislarse y diferenciarse del anterior e incluso discuten. Mantienen una rutina diaria: levantarse, desayunar o no, bajar al parque, conseguir algo de bebida en el supermercado Tambo e ir a comer al comedor social de las monjas de Santa María, donde pueden ducharse a diario, salvo los domingos, y consiguen un bocadillo y un zumo con lácteos para la cena. La mayoría tiene vivienda y el resto pernocta en los sótanos del antiguo edificio del Banco de España. Casi todos tienen una pensión. Están descontentos con la prensa porque, dicen, da una imagen distorsionada y sensacionalista de sus vidas y nunca han hablado con ellos. Los paseantes procuran alejarse de ellos y hay conocidos de la profesora Rosa Pérez que no la saludan desde que la vieron con los indigentes. En una de esas convivencias, Rosa se indignó: «Estaban tranquilamente sentados con sus bebidas en bolsas de plástico. Llegaron dos policías municipales jóvenes, un hombre y una mujer. Se dirigen al grupo con actitud prepotente y despectiva, con su pies retiran las bebidas, las pisotean, les vacían el contenido y dejan las bolsas y los envases en el suelo del parque. Me sentí indignada».