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OPINION

Las economías ocultas de las dehesas

PABLO CAMPOS PALACÍN

Jueves, 5 de junio 2008, 02:59

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LAS cuentas económicas del sector agrario son elaboradas de acuerdo a un reglamento de la Unión Europea que data de 1995. Esta uniformidad estadística es de cumplimiento obligado para todos los países que la integran. En la práctica, este reglamento viene aplicándose en el área de las dehesas sólo para las actividades agrícola y ganadera, pero no para la actividad de la selvicultura.

El problema para el área de las dehesas no se reduce a la carencia de una estadística anual del valor de las producciones de pastos, bellotas y otros frutos del monte. Tampoco se contabiliza el valor de la pérdida económica por el deterioro y la destrucción del arbolado, en caso de producirse. Es para asombrarse, pero de estupor, comprobar que después de varios lustros de gobiernos de las autonomías, éstas sigan ignorando en sus informes anuales de la renta agraria de la región la valoración económica de los alimentos que aportan las dehesas tomados en pastoreo por la ganadería y las especies cinegéticas que en ellas se explotan. Que en Europa no se preocupen por recabar toda la información económica de los recursos naturales de los sistemas adehesados es razonablemente admisible, en cambio, que las administraciones públicas españolas incurran en este fallo de la estadística económica oficial es un comportamiento miope. Esta omisión de las cuentas oficiales del sector agrario impide conocer la verdadera renta que generan los recursos naturales y ambientales de las dehesas.

Si el valor económico de los pastos y los frutos comerciales de las dehesas es una realidad oculta en la estadística de la renta agraria, se puede comprender entonces que las administraciones no hayan establecido un sistema contable para conocer la renta real con origen en otras realidades económicas emergentes que competen a las economías ocultas de los servicios ambientales y culturales de las dehesas. Los servicios ambientales son una producción económica que el público disfruta gratuitamente cuando visita las dehesas por sus vías de paso públicas, pero también las futuras generaciones se verán beneficiadas por la rica biodiversidad que mantendrán las dehesas bien conservadas. Ahora es muy necesario conocer el valor económico de los servicios ambientales de las dehesas, puesto que el reciente reglamento de desarrollo rural de la Unión Europea y su correspondiente transposición al español abogan por compensar a los propietarios de la tierra por la contribución de los sistemas agroforestales a la conservación de la biodiversidad y la fijación de carbono. Este cambio en la política agraria comunitaria ha de favorecer en mucho la captación de compensaciones europeas, si las autoridades españolas son capaces de aportar datos probatorios en Bruselas de la cuantía que alcanzan hoy estos beneficios ambientales públicos de los más de seis millones de hectáreas adehesadas españolas.

De momento el mercado de la tierra ya está teniendo en cuenta la parte privada de las rentas ambientales de las dehesas. Los nuevos compradores pagan un sobreprecio por las adquisiciones de dehesas debido al valor que dan al disfrute recreativo que les garantiza en exclusiva, que se estima supera ya los 100 euros por hectárea y año.

Aún menos que en el caso de sus recursos naturales, podemos esperar ver publicada la estadística oficial de la economía de los servicios de la dehesa cultural. Esta fuente de renta de la dehesa es la opción de futuro más firme, en nuestra época globalizada, que tienen las áreas adehesadas españolas para dinamizar el desarrollo local. Quienes han viajado por los ranchos americanos y australianos han visto las culturas de las dehesas allí trasplantadas. En Hawai todavía se les llama a los vaqueros de los ranchos espaniolos. Las prácticas de herraje a caballo y con lazo de los ranchos americanos no son más que la herencia del herraje de las vacas mostrencas de las marismas del Guadalquivir. Estamos en un mundo donde están aumentando los viajeros culturales que buscan los ancestros de sus formas de vida actuales y los paisajes rurales que incorporan una rica gastronomía local y otras prácticas genuinas (como la tienta de reses bravas), todas estas emergentes demandas de los nuevos turistas de elevada capacidad de gasto son una base sólida para diseñar políticas públicas de desarrollo rural a escala de rutas culturales por la dehesa. Estas políticas deberían dirigirse a un mercado globalizado de viajeros culturales-gastronómicos, cuya principal procedencia sería la de Europea occidental, pero también serían de una importancia notable los viajeros que han de proceder de Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda e Iberoamérica.

Ignorar estas potencialidades económicas de las dehesas ocultadas en la estadística económica oficial dificulta el progreso de sus economías de los servicios ambientales y culturales. Por fortuna, al menos la administración autonómica de Andalucía va a poner remedio a esta precariedad, y mediante un acuerdo con el CSIC y la empresa pública Egmasa está iniciando la elaboración de la cuentas económicas comerciales y ambientales en sus más de cuatro millones y medio de superficie de montes.

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