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GÜIQUIPEYA: Ismael Carmona, un filólogo del proyecto.|L.C.
De la Güikipeya al parabreru castúo
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

De la Güikipeya al parabreru castúo

PPLL

Lunes, 21 de abril 2008, 12:08

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EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA Por J.R. Alonso de la Torre Puebla de la Reina Paco Lozano es maestro, aunque nunca ha ejercido porque desde muy joven hubo de hacerse cargo del café familiar, el bar Moyano, situado en la Plaza Mayor de Arroyo de la Luz. Cuando era adolescente, comenzó a coleccionar palabras en el instituto. Eran expresiones del habla popular de Arroyo. Después, en el trato diario con los clientes del bar, la colección fue creciendo hasta conformar un minidiccionario de casi 200 términos que comienza con abarientos (negocios poco claros) y acaba con zalampierno, un sinónimo de peruétano o pispierno que se usa en Arroyo para referirse a una persona grande, bruta y con mucha fuerza.

A esos personajes se les llama en Talarrubias retotollúos, según recoge el diccionario «Expresiones con talandango» de este pueblo pacense. Talandango viene a significar salero y el diccionario está colgado en Internet. La recopilación léxica arroyana, sin embargo, solo se puede encontrar en unas hojas grapadas y fotocopiadas que tiene Paco Lozano.

El caso de estos dos pueblos de Cáceres y Badajoz no es único. El amor a las palabras locales y familiares es antiguo y no ha nacido ahora con la tan traída y llevada Güiquipeya extremeña. Basta teclear en Google «diccionarios de variantes del español» y buscar después entre los resultados los referidos al extremeño para encontrarse con los glosarios de Logrosán, Acehúche, Acebo, Valdelacasa de Tajo, Cilleros, Piornal... Y así hasta 16 diccionarios locales de otros tantos pueblos de la provincia de Cáceres y ocho (Azuaga, Arroyo San Serván, Valverde de Llerena, Higuera de Vargas, etcétera) de la provincia de Badajoz.

Habla de Acehúche

Entre ellos, destaca el diccionario de Acehúche, con 1.400 entradas, no en vano, el habla de este pequeño pueblo situado entre el Tajo y el Alagón ha sido objeto de numerosos estudios rigurosos por su riqueza y particularidad. La misma que poseen otras hablas cacereñas que desde siempre han despertado mucho interés en el ámbito universitario: Cedillo, Herrera de Alcántara o A Fala de Valverde del Fresno, Eljas y San Martín de Trevejo.

Después están los estudiosos de los localismos que, al igual que Paco Lozano, rastrean vocablos de pueblos y comarcas y los recogen en libros como «Vocabulario serón», una obra escrita y publicada por el villanovense Tomás Chiscano. En ella se rescatan del olvido palabras casi en desuso de Villanueva de la Serena y los pueblos de su entorno.

En «Vocabulario serón» se aprende que en La Serena abundan los sinónimos de borracho. A saber: achispao, apipao, borrachuzo, piporro, peo, jateao o zorondón. No se queda atrás el acervo de apelativos referidos a personas torpes y testarudas, que son bestiajos, bicharracos, cabestros, cenachos, maneaos, ceporros, cermeños, chabacanos, garroteros, geñúos, perogallos, perritracos, porrúos, remolones o zopencos.

En Arroyo de la Luz, un tío muy bruto es un berello y si posee un miembro viril descomunal, se le llamará bendo. Hay un campo semántico sorprendentemente rico en el léxico popular de los pueblos extremeños. Es el del juego de las canicas o, más autóctono, bolindres. En el 'diccionario' arroyano de Paco Lozano se recogen palabras como arrevarcar o gavilondra para referirse a hacer trampas, mitra es un golpe entre las bolas. Rosnar es rodar y bochi, la carambola entre dos bolindres. El gua es, como en el resto de Extremadura, el hoyo adonde van las canicas, pero una charca que hace menos agua que un gua es un chavanque.

Siguiendo con las curiosidades, en Arroyo de la Luz, un asao no es un cochinillo a la brasa, sino una tinaja o una jarra de barro. Una colleja es un cujío, una voltereta, una cumpinchaílla, una persona bajita, un changüín y un desnutrido, un emperecío. Lo mozos bien vestidos van engaripolaos y las colas del súper o del cine se llaman garrafileras.

La sonoridad de garrafilera es una característica del léxico popular extremeño. Husmeando en recopilaciones locales, encontramos vocabularios de fonética espectacular. Así, en Cañamero están los pollanclones o adolescentes, que si salen gamberros, se convierten en zangaliporros, si son torpes, se denominan somormujos y si molestan, gaznápiros. El mozo alborotador es un gaviarro y el que no vale para nada es cascamurria. Y si van a Cañamero no confundan un bogavante (marisco) con un volagante (muchacho pillo).

Más rotundo aún es el léxico con talandango de Talarrubias. Vean si no: andacapadres (aperos de labranza), aparrancajones (ir montado en caballería), arrebatajina (follón), desmajuá (débil de salud), jurichear (incordiar), trascamundear (cambiar de sitio las cosas), pujiedes (pamplinoso) y sinapismo (pesado). Vamos, que se acerca uno a Talarrubias, le sueltan: «Me voy aparrancajones con los andacapadres que tengo una arrebatajina que me jurichea con tanto trascamundeo sinapista que me va a desmajuar» y a ver quién encuentra por ahí adelante otro hecho diferencial más pujiedes.

En Internet se puede encontrar un «Parabreru cahtellanu/extremeñu», el tratado de dialectología «Extremoduro», con 86 páginas en catalán sobre el extremeño, varios diccionarios castúos y un «Brevi izionariu estremeñu».

Eso es en Internet. En la vida real, la riqueza del léxico local apabulla, sobre todo entre los jóvenes. Recientes trabajos de campo realizados por profesores de Secundaria lo demuestran. Como siempre, los campos de lo prohibido son los más ricos. Es decir: el sexo, la escatología, el insulto y la droga. Aunque en cuestión de jergas juveniles, lo que hoy es novedad, mañana es carrocería. Ahora destacan vocablos como melokotroko para referirse al botellón, desfraguiñaos para describir cómo viste un alternativo o limpiagapos, que es como se llaman los pantalones anchos que arrastran por el suelo.

En Arroyo de la Luz se inventaron en los años 40 unos curiosos porros de jarviluria para sustituir al escaso tabaco. La jarviluria era una sana hierba de la dehesa. Hoy, los porros ya no son de jarviluria, ahora se llaman makaflais y quien acaba jiwi (fumao) pilla un cebollazo, sobre todo si se fuma un triturbo de tres boquillas y triple carga.

Ahora, los feos son pepinillos o calabacines; los torpes, cartulis; los abobados, ursus y los tíos que no están buenos, pero tienen ocurrencias, son los simpáticos. Si no eres ni ocurrente ni macizo, lo siento pero puedes ser un gremlin. Por el contrario, si eres una gamba, es porque de ti se comerían todo menos la cabeza. Pero que no te lo coman delante de colegas porque os pueden afear el gesto con la frase: «No se come delante de la gente pobre».

Además de lexicología rural extremeña y jergas juveniles, en la región también se siguen encontrando vulgarismos, algunos de ellos tan modernos como Carracú, para referirse al Carrefour; leuro, uro o ebro para identificar el euro y siguen triunfando la mutitienda y el felofán.

Mantienen su vigencia los vulgarismos de toda la vida: asín, cada vez más asumido, los indestructibles amonós, entovía, asubir y abajar y los clásicos cocholate, almóndiga y cocreta. Se siguen poniendo indiciones con las abujas, pegando los rotos con desafilm y guardando los grabanzos sobrantes en el frigorícico.

La de intervocálica es ya una reliquia en media España y eso a veces es un problema. Recuerden si no, lo que le sucedió a aquella joven de un pueblo cacereño de la Ruta de las Chimeneas, que la sacó a bailar un pretendiente y respondió decentísima: «No, que estoy peía». Sin salir del ambiente verbenero, se recuerda mucho en las tertulias filológicas el caso de aquel chico refinado que ligaba con una muchacha de un pueblo cacereño cuando ella, inopinadamente, eructó. El joven, azorado, intentó arreglarlo con un impostado: «Jesús». Pero ella, natural y sin remilgos, le resumió la situación con dos vulgarismos aclaratorios: «No, si no es un estornúo, es un rigüeldo».

Güiquipedias, recopilaciones populares de localismos, estudios científicos de las hablas locales, jergas juveniles, vulgarismos sólidamente establecidos... El habla extremeña está viva, pero nadie hace de ello un hecho diferencial, una seña de identidad ni un arma arrojadiza. Simplemente, somos nosotros y hablamos así.

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