Intentan impedir los vertidos en la escombrera de la cantera de Balpia
Los propietarios de la finca anexa denuncian que ya están completamente rodeados de restos de obras
MARÍA FERNÁNDEZ
Miércoles, 31 de agosto 2011, 02:26
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Una hectárea y media al lado de un vertedero. Su madre compró el terreno en la zona, conocida como Corraleda de Rubia, en el año 1982. Ahora, la parcela tiene cuatro propietarios, sus hijos, y ya están hartos. Dicen que no pueden disfrutarla porque los vertidos son continuos ni tampoco venderla dada su proximidad con el vertedero. Y reclaman soluciones. Por esta razón, María Ángeles Roso Pozo, una de las dueñas, ha dicho basta y se ha erigido como portavoz de la familia. «Hay desprendimientos y la altura y cercanía respecto al terreno no son correctas», denuncia. «La parcela está calificada de suelo urbanizable, ¿pero cómo voy yo a construir aquí nada?», se pregunta.
Sobre las 11 horas de ayer, se plantaba, junto con su hija, su sobrino y otros menores, en la antigua cantera de Balpia a reivindicar soluciones y a intentar impedir que la empresa concesionaria, el grupo Santano, siguiera vertiendo residuos. Lo consiguió a medias. «Me he puesto delante de un camión y casi me lleva por delante. Otro operario, sin embargo, ha parado, así que he denunciado al primero», explica la afectada.
'Alcaldesa, soluciones para nuestro terreno' y 'No a los vertidos. Un día de campo, un día de muerte' eran los lemas que figuraban en dos pancartas que sostenían los chavales. Al mismo tiempo, los operarios de la empresa concesionaria asistían, entre la sorpresa y el desconcierto, a la protesta de la familia Roso Pozo mientras continuaban con sus labores diarias.
Eso sí, su acción ha logrado el objetivo que María Ángeles perseguía: llamar la atención de los responsables municipales. A la denuncia ante la Policía Local le siguió, ya por la tarde, un encuentro entre un técnico de la empresa concesionaria y María Ángeles, y después, la comunicación de que esta misma mañana, la concejala de Medio Ambiente, María Teresa González, acudirá a primera hora a la zona para interesarse por su situación y valorar el problema junto a las dos partes afectadas.
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«La última vez que estuve aquí se me partió el alma. Recordaba que cuando éramos pequeños, veíamos desde aquí las luces de Malpartida y Arroyo», cuenta la afectada. «Mi madre lo compró por 600.000 pesetas y con mucho sacrificio y por eso no quiero verlo así», añade, visiblemente emocionada. Ha tenido propuestas de compra, pero cuando los interesados acuden a ver el terreno y comprueban que está rodeado de escombros deciden que no quieren comprarlo. «La parcela tiene una tasación de 1,5 millón de euros, pero con la escombrera al lado y casi encima de la parcela, no lo venderemos ni tampoco podremos disfrutarlo entre la familia», dice, resignada. La cantidad de escombros, dice, ha llegado a vencer el pequeño muro de piedra que delimita la extensión de su finca.
En sus mejores tiempos, el terreno sirvió para el pasto de ganado. «Pero ahora no podemos», se lamenta. María Ángeles piensa, además, que a ninguno de los demás propietarios de las parcelas colindantes a la suya le interesa denunciar la situación. «Los terrenos de otros particulares están más alejados de los vertidos y la que más cerca está a la escombrera pertenece a una constructora», desvela.
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La escombrera controlada se abrió en febrero de 2001, bajo el gobierno popular de de José María Saponi. El objetivo era poner fin a las escombreras ilegales de la ciudad y al mismo tiempo, rellenar el hueco de la antigua cantera de Balpia y restaurar el paisaje. La lucha de María Ángeles no es nueva. De hecho, asegura que remitió varios escritos a la anterior corporación municipal relatando su problema y solicitando una solución para el terreno. «Entonces mandaron un perito y dijo que se encontraba en perfectas condiciones, pero yo creo que los límites se han sobrepasado», señala Roso.
Ahora ya ha pasado del plano administrativo al reivindicativo, aunque sigue queriendo lo mismo que en un principio: una solución para el terreno que hace ya casi tres décadas compró su madre con la intención de cederlo a sus hijos para que lo disfrutaran.
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