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Así evolucionó la seducción, del «estoy enamorado» al «sexo fácil»

Con Facebook, Twitter o Tinder, el tono formal de las cartas de amor queda ya como excepción romántica de aquellos anclados a la tradición o empeñados en conservarla

LUCÍA M. CABANELAS (abc)

Martes, 9 de febrero 2016, 09:09

La irrupción de las nuevas tecnologías ha modificado sustancialmente costumbres tan arraigadas en la sociedad como la correspondencia por carta. Si antes era habitual plasmar los anhelos amorosos en tinta y papel, ahora, las declaraciones de amor de puño y letra parecen relegadas a la excepción romántica de aquellos anclados a la tradición o empeñados en conservarla.

Quizás por eso, reliquias como las misivas que el escritor y dramaturgo del romanticismo francés Alfred de Musset le enviaba a su amada, George Sand un pseudónimo de la escritora gala para ocultar su verdadera identidad, de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant, se custodien tan solo en la mente de los nostálgicos. Marcando las distancias con el usted más cálido que las palabras son capaces de invocar y sustituyendo París por una utópica Italia, De Musset escribía, allá por el siglo XIX:

«Mi querida George, tengo algo estúpido y ridículo que decirle. Le escribo tontamente en lugar de decírselo a la cara, no sé por qué, volviendo de este paseo. Debo estar desolado esta tarde. Se va a reír en mi cara, a partir de ahora me tomará por un mago de las palabras en todos mis encuentros con usted. Me cerrará la puerta y creerá que miento. Estoy enamorado de usted. Lo estoy desde el primer día que estuve en su casa. Creí que me curaría viéndola simplemente como un amigo. Hay muchas cosas en su carácter que podrían curarme; he intentado persuadirme como he podido, pero pago muy caros los momentos que paso con usted. Prefiero decirle que he hecho bien, porque curarme me produciría mucho menos sufrimiento si usted me cerrara su puerta. Esta noche había decidido decirle que estaba en el campo, pero no quiero contar mentiras ni parecer enfadado sin motivo. Ahora, George, usted dirá: "¡Otro que viene a molestarme!", porque no soy el primero que intenta conquistarla, como ya me dijo ayer hablándome de otro, pero no puedo evitarlo. Si quiere decirme que duda de lo que le escribo, mejor no me conteste. Sé lo que piensa de mí, y no espero nada de usted confesándole esto. Lo único que puedo perder es una amiga, y las únicas horas agradables que he pasado durante este mes. Pero sé que es usted buena, que usted ha querido, y me confieso ante usted no como un amante, sino como un amigo sincero y leal. George, me considero un loco por privarme del placer de verla durante el poco tiempo que usted va a pasar en París, antes de emprender su viaje al campo e irse a Italia, donde podríamos haber pasado bellas noches, si tuviera fuerzas. Pero la verdad es que sufro, y las fuerzas me fallan.

Sinceramente tuyo, Alf de M.».

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