Ayuno, abstinencia y aranceles
La mirada holística ·
Pilar Coslado
Jueves, 17 de abril 2025, 08:38
Concluida la Cuaresma, ese periodo litúrgico que tradicionalmente se asocia al ayuno, la abstinencia y la introspección, una pensaría que al menos en el terreno ... empresarial podríamos respirar con alivio. Pero no. Este año, el calendario no nos ha traído solo procesiones y torrijas, sino también una penitencia suplementaria que no aparece en ningún evangelio, pero que ya empieza a formar parte de nuestra particular Pasión según 'San Trump'.
La nueva trilogía del sacrificio empresarial se llama 'Ayuno, abstinencia y aranceles'. La triple A que no otorga ninguna calificación positiva, sino que más bien nos deja con la cartera temblando y el ánimo encogido. Mientras algunos hacían propósito de no comer carne los viernes, las empresas se enfrentaban a un menú mucho más indigesto: restricciones comerciales, medidas proteccionistas y una guerra arancelaria de incierto final, desatada por la resurrección –pero esta sí literal– del proteccionismo económico 'made in USA'.
El presidente ha vuelto a la carga, blandiendo su particular cruzada comercial con la misma fe con la que algunos cargan con pasos de varios kilos por las empedradas calles de Extremadura. Su objetivo: proteger a la industria estadounidense, aunque sea a costa de romper con décadas de globalización, acuerdos multilaterales y normas de libre comercio. Como si el mundo fuera un mercado medieval y la economía pudiera ordenarse a base de decretos, excomuniones comerciales y tasas aduaneras.
Las consecuencias de esta 'Cuaresma arancelaria' no se han hecho esperar. Sectores como el agroalimentario, el siderúrgico, el tecnológico o el automovilístico van a sentir en sus propias carnes –sin posibilidad de abstenerse– el peso de este viacrucis económico. Las cadenas de suministro se han tensado, los precios han subido, y las previsiones de crecimiento se han tambaleado.
Porque si bien la Cuaresma tiene un final claro con la Pascua, lo que nos espera en el terreno comercial es mucho más incierto. El 'Domingo de Resurrección' de los mercados globales parece aún lejos, y nadie tiene muy claro si al tercer día –o al tercer trimestre– se levantarán las barreras o si más bien presenciaremos la consolidación de un modelo cada vez más autárquico.
Las empresas, mientras tanto, hacen lo que pueden: unas rezan, otras resisten, y muchas reformulan sus estrategias para sobrevivir a esta penitencia inesperada. Lo cierto es que, en este viacrucis comercial, no hay cirineos que nos ayuden a cargar con la cruz. Ni siquiera un Pilatos que se lave las manos y dé paso al diálogo.
Tras esta travesía por el desierto de los aranceles, esperemos que llegue –como en la liturgia– la luz de una nueva época. Que el mundo empresarial pueda resucitar con acuerdos, con diálogo y con visión estratégica. Y que la próxima Cuaresma, si hay que hacer algún sacrificio, sea por creencia y voluntad propia, y no por decreto.
Quizá, y solo quizá, podríamos sacar alguna enseñanza de esta Cuaresma atípica. Que el sacrificio, cuando es compartido y tiene un propósito común, puede ser constructivo. Pero cuando es impuesto de manera unilateral y se convierte en castigo, solo deja heridas. Si la globalización tenía muchos pecados, la respuesta no debería ser su crucifixión, sino su reforma.
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