No es que el gran Rafa Nadal sea, precisamente, un ejemplo de buen orador. Ni que el ser número uno implique que sus estándares intelectuales ... hayan de ser equiparables a los de Confucio o Schopenhauer. Sin embargo, por una de esas casualidades vitales, servidora, que siempre se ha mantenido en una equidistancia pasiva entre filosofía y deporte –es decir, entre bici estática y novelones–, se siente plenamente identificada con sus últimas declaraciones. El tenista, tras ser eliminado del US Open, argumentó: «Los años pasan. Es el ciclo de la vida [...] otros llegan y nosotros nos iremos yendo».
Aun habiéndolo escuchado mil veces en boca de Julio Iglesias, no ha sido hasta ahora que este axioma ha calado en mi existencia.
Sucedió que ese día volvía a mi trabajo. El mismo y único que llevo treinta y seis años –los mismos que tiene el manacorí– desempeñando.
Hete aquí que este curso –soy profesora– mi instituto se ha llenado de gente con la carrera recién terminada y una recién estrenada vocación. Con la supuesta autoridad que dan los años, me dispuse a escuchar sus diatribas sobre estándares de aprendizaje, rúbricas, saberes, porcentajes…, y toda esa terminología nueva que cada una de las ocho leyes educativas que he conocido aporta para, en resumen, nunca terminar de arreglar lo importante.
A medida que iban hablando, mi sentimiento de «yo a lo de siempre» se fue diluyendo hasta hacerme sentir fuera de contexto. Había que programar una casi milimétrica forma de enseñanza, llena de reglas y burocracia y con unos cánones de calificación infinitos que, además, no sirven de mucho si luego la misma ley se empeña en hacer manga ancha cuando el mes de junio aprieta.
Servidora, que no sabe hacer otra cosa que dar clase, siempre ha compaginado la preparación de temas con la espontaneidad de cada momento. Siempre ha creído en la flexibilidad que la magia, o el caos, de cada aula requería y nunca ha sido partidaria de aplicar fórmulas matemáticas a una ecuación tan intangible como el cerebro adolescente. Y menos cuando no se pueden homologar variables como la situación geográfica, personal, social y hasta la hora del día en que tratas de interesarles.
Total, que me sentí como un artesano en la NASA.
Es, como dice Rafa, el ciclo de la vida, aunque a mí me hizo sentir vieja, abrumada y desplazada del único sitio al que creía pertenecer.
Pensé, entonces, que, si antaño ser veterano era una virtud, hoy, con esta vida que corre más que el tiempo, se convierte casi en un lastre. Que hay una juventud enérgica y mucho más capacitada de lo que pensamos, que sabe moverse en este nuevo contexto infinitamente mejor que nosotros. Y que, si de lo que se trata es de sustituir la imaginación por estándares y la empatía por parámetros para crear robots ignorantes, aunque perfectamente calibrados, a servidora que, ya, la vayan relevando.
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