La portería
César Rina simón
Viernes, 13 de junio 2025, 22:13
El 10 de noviembre de 1848, Víctor Hugo tomó la palabra en la Asamblea Constituyente de la II República francesa. Los diputados llevaban días debatiendo ... dónde había que recortar para hacer frente a la bancarrota que se avecinaba. Y, como siempre, la cultura, el arte y todos los conocimientos inútiles estaban en el punto de mira del cañón recortador. En su discurso, Hugo señaló algo crucial: al contrario de lo que afirman nuestros todólogos, voceros de los dogmáticos del número, es en momentos de crisis cuando más hay que invertir en cultura. Ésta era la frontera que separaba los Estados que escogían el camino de la ignorancia para sanear sus cuentas de los que apostaban por invertir en las «antorchas de la mente». Enfurecido, concluyó: «Han caído ustedes en un error deplorable; han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria».
La tensión entre invertir en lo minoritario o apostar por lo previsible se trasluce también en el fútbol femenino, lo mejor que le ha pasado a este país desde que unas desconocidas ganaran el Mundial en 2023. Las mujeres jugaban a fútbol desde mucho antes, aunque no siempre las dejaran, ni siquiera en los patios del colegio. Asómense a cualquiera y lo comprobarán. Pero el Mundial demostró que se podía desarrollar un nacionalismo banal en torno a cosas que hicieran las mujeres. Podían ser buenas en muchos deportes, pero ganar en fútbol implicaba ocupar el centro simbólico de generación de identidad nacional, un espacio reservado hasta la fecha para el machirulismo patrio.
Cuando el fútbol femenino era algo residual, el Barça invirtió dinero en crear una plantilla y una cantera competitivas, en adecentar el estadio, en dignificar a las jugadoras. Me imagino a los economistas del club llevándose las manos a la cabeza por tal derroche de recursos. Pasados los años, el Barça femenino es uno de los mejores equipos del mundo y una máquina de hacer dinero. Cuando se ponen los medios en algo, aunque no exista estructura precedente, se generan inercias que desembocan en resultados. No hay más secretos: si Extremadura quiere científicos tendrá que invertir en ciencia. Si Cáceres quiere ser capital cultural tendrá que invertir primero en cultura.
El Cacereño femenino ha hecho una temporada histórica. Ha ganado partidos a equipos grandes, con remontadas y goles memorables, haciendo un tipo de fútbol en vías de extinción en las competiciones masculinas: el fútbol sediento y nervioso de nuestra infancia, en el que siempre se atacaba independientemente del resultado. Pero no por ganar, sino por existir, merecen mejores instalaciones. Pinilla está para competiciones infantiles, pero no para el Cacereño, por mucho que el entusiasmo de la afición trate de ocultar el carácter B que todo lo empapa. Son detalles, no muy costosos, pero imprescindibles para que las jugadoras entiendan que la ciudad está con ellas. No puede haber porterías situadas en los laterales tapando la visión a las gradas, ni que te encuentres en la puerta del cuarto de baño a Acedo, que acaba de meter un gol y tiene que hacer cola para orinar. Adecentar las gradas y construir un vestuario digno para las jugadoras serían inversiones insignificantes, pero le mostrarían a la ciudad y a las rivales que aquí el Cacereño y el fútbol femenino importan.
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