Educar en la España vaciada: una vocación a prueba de obstáculos
Tribuna ·
Cada vez que un alumno elige la Formación Profesional en vez de marcharse, es una victoria para la comunidad, para la educación y para el futuro de la España rural. Sin embargo, el sistema parece empeñado en poner obstáculos a estos centrosSer docente en la Extremadura más rural no es solo una profesión, es un compromiso, una forma de vida y, en muchos casos, una lucha ... constante por el reconocimiento y la supervivencia. Quienes elegimos enseñar en estas tierras sabemos que la educación aquí no es un mero servicio, sino un pilar fundamental para la comunidad, una vía para evitar la despoblación y una oportunidad para que los jóvenes construyan su futuro sin tener que abandonar sus raíces.
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Cada día entro en mi aula con una mezcla de entusiasmo y preocupación. La hostelería, el sector en el que formo a mis alumnos, es un mundo apasionante, lleno de posibilidades. Les enseño técnicas, gestión de servicios y, sobre todo, les transmito la idea de que su tierra también puede ser un lugar de éxito. Sin embargo, esa visión optimista choca con la fría realidad de las estadísticas y las decisiones administrativas: la constante amenaza de cierre de ciclos formativos debido a las pocas matrículas, la falta de inversión en recursos y la percepción de que la educación en zonas rurales es prescindible.
Pero no lo es.
Nuestros alumnos no son meros números en un informe, son jóvenes con aspiraciones, con talento y con el deseo de quedarse en su tierra y contribuir a su desarrollo. Cada vez que uno de ellos elige la Formación Profesional en vez de marcharse, es una victoria para la comunidad, para la educación y para el futuro de la España rural. Sin embargo, el sistema parece empeñado en poner obstáculos a estos centros que, lejos de las grandes ciudades, luchan por ofrecer calidad y calidez en la enseñanza.
Aquí, en los rincones más alejados, no tenemos grandes infraestructuras ni presupuestos desorbitados, pero sí tenemos un compromiso inquebrantable con nuestros estudiantes. Cada docente en estos centros rurales es más que un profesor: es un mentor, un guía y, en muchos casos, un defensor de la educación como motor de cambio social. A pesar de las dificultades, seguimos adelante porque creemos en lo que hacemos, porque sabemos que sin educación no hay futuro, y porque estamos convencidos de que la España vaciada no está vacía de talento ni de posibilidades.
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La Formación Profesional en estas zonas no solo prepara trabajadores, sino que fortalece el tejido social y económico. Cada estudiante que se forma en hostelería, cada joven que aprende a gestionar un negocio, cada futuro sumiller o empresario que decide quedarse, es un paso hacia la revitalización de estos pueblos. Sin embargo, muchas veces sentimos que nadamos contra la corriente, que nuestras voces no son escuchadas y que nuestras aulas pueden desaparecer si la administración sigue viendo la educación como un simple juego de cifras.
Lo que realmente necesitamos es una apuesta decidida por la Formación Profesional en la España rural. Más recursos, más apoyo, más reconocimiento. Necesitamos que se entienda que estos centros no son un gasto, sino una inversión en el futuro de toda una comunidad. Si dejamos que la educación se desvanezca en estos pueblos, estaremos condenando a las próximas generaciones a la emigración forzada, a la pérdida de identidad y al abandono de su tierra.
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Pero mientras haya alumnos con ganas de aprender, mientras haya familias que sigan confiando en la formación como un camino para el desarrollo, y mientras haya docentes dispuestos a luchar por ello, la educación en la España vaciada seguirá viva. Porque educar aquí es más que impartir clases; es construir un futuro, es plantar semillas de esperanza y es demostrar que la enseñanza es el arma más poderosa contra el olvido.
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