En nuestros tiempos posmodernos tenemos acceso a más información que nunca a golpe de clic. Sin embargo, paradójicamente este exceso de información genera desinformación. Ello ... favorece la creación de burbujas informativas y cámaras de eco mediáticas.
Una cámara de eco es una sala insonorizada que funciona como una caja de resonancia en la que solo oímos nuestra propia voz rebotada en las paredes. Metafóricamente, un efecto similar se produce en los medios y las redes sociales, donde los usuarios, arrastrados por el sesgo de confirmación, solo interactúan con quienes piensan como ellos y buscan, escuchan, ven o leen solo aquellas informaciones que refuerzan sus creencias, opiniones o ideas preconcebidas y se aíslan de las contrarias a las suyas. Ese efecto es retroalimentado por los propios medios y redes en internet al utilizar algoritmos que personalizan los contenidos.
Esas cámaras de eco azuzan el tribalismo, la intolerancia y, en fin, la polarización. Porque, como dice Luis Miller, doctor en Sociología y científico del CSIC, «un error habitual consiste en pensar que lo que define a la polarización es el extremismo, pero en realidad es la incomunicación» entre dos bloques que «son de partida muy heterogéneos» y a los que aglutinan «megaidentidades» (Ethic, 13 de diciembre de 2023). En España, la derecha utiliza como megaidentidad la territorial, al dividir la sociedad entre proindependentistas y constitucionalistas, mientras que la izquierda usa el concepto de la extrema derecha y la derecha extrema, que, como explica Miller, «busca meter en el mismo saco a todos los ciudadanos de derechas como contraposición al bloque progresista o plurinacional».
Sin embargo, Miller insiste en que los medios y las redes sociales aceleran la polarización, pero quienes la generan son los partidos, hasta tal punto de que se ha convertido en su principal estrategia. Es decir, su objetivo ya no es buscar consensos, sino reafirmar los disensos, las megaidentidades. El inicio de legislatura lo está confirmando. Las Cortes han dejado de ser un foro para convertirse en cámaras de eco, en un ring donde los dos bloques, como gallos de pelea, no discuten sino disputan, no debaten sino desbarran, no se hablan sino se ladran, no tratan de convencer al adversario sino vencerlo. En definitiva, no hay comunicación, sino pendencia. Los dos bloques han roto los puentes, han cavado trincheras en las instituciones (incluido el Poder Judicial) y han emprendido una guerra de desgaste.
Lo más preocupante es que esa polarización política se está trasladando a la calle e intensificando. La cacareada amnistía del 'procés' la está catalizando. La sangre no ha llegado aún al río, pero declaraciones incendiarias como la de Santiago Abascal en las que amenazaba con que «habrá un momento dado en que el pueblo querrá colgar de los pies» a Pedro Sánchez, evocando la muerte de Mussolini, pueden encender la mecha. Miller lo advierte: «Es probable que veamos cada vez más altercados porque está demostrado que la retórica de los líderes influye en los comportamientos de la ciudadanía».
Temo que estos versos de Yeats resulten premonitorios: «Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente / no puede ya el halcón oír al halconero; / todo se desmorona; el centro cede; / la anarquía se abate sobre el mundo, / se suelta la marea de la sangre, y por doquier / se anega el ritual de la inocencia; / los mejores no tienen convicción, mientras los peores / rebosan de febril intensidad».
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