FESTIVAL DE MÉRIDA
Unas troyanas que no entusiasman a pesar del empeño de los actoresEl montaje, dirigido por Carlota Ferrer y protagonizado por Isabel Ordaz, queda lastrado por la pérdida de protagonismo de la palabra en beneficio de los recursos audiovisuales
Con las piedras aún ardiendo y las chicharras cantando como descosidas. Con dos matrimonios de Córdoba chismorreando a tus espaldas y con sus móviles torturando ... a los espectadores colindantes con llamadas y mensajes de WhatsApp cayendo de vez en cuando a pesar de que esos aparatejos deben estar silenciados cuando comienza la obra. Ya me dirán, pero presenciar 'Las troyanas', la tragedia de las tragedias, la de las mil historias de desgracias en una historia, no parece de salida lo mejor en estas condiciones colaterales. Al Teatro Romano de Mérida uno tiene que venir despierto y con ganas de ver teatro en las noches de verano, pero a veces, por otros factores externos, eso no es suficiente para ver con atención un espectáculo, y si es posible saborearlo.
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Quizás aún estoy condicionado pero, sugestiones aparte, la verdad es que después de noventa y pico minutos de duración, con un espectáculo de idas y venidas, con demasiado peso de lo visual en detrimento de lo textual, el resultado de estas troyanas no es el más apetecible para quien escribe. O al menos, el que uno esperaba ilusionado, viendo el elenco de actores -lo mejor con diferencia-, el manejo de la escenografía y la dirección de una mujer que sabe navegar en este escenario -Carlota Ferrer- y un texto, el de Eurípides, que ofrece tantas aristas como dramáticas situaciones que pueden hacer interesante la dramaturgia para cualquier director y espectador.
En realidad, estas troyanas es el resultado de una decepción. Un proyecto teatral sin resplandor. Que no logra entusiasmar -incluso hay momentos que provoca cierto sopor- por su concepción a pesar del empeño de los actores es intentar darle el mayor lustre posible.
Las víctimas de las guerras, mujeres y niños preferentemente. Las violaciones. Las expulsiones de miles de personas hacia un territorio ignoto. La brutalidad y la injustificación de las acciones bélicas. La muerte. La desolación. La injusticia. La suerte que corren las mujeres capturadas tras una guerra. El texto de 'Las troyanas', que Eurípides escribió hace más de 2.400 años pero rabiosamente contemporánea a prueba de bombas (perdón por el símil), permite con semejante argumentario elaborar obras donde cualquier espectador sale satisfecho a poco que los actores estén bien y el guion no lo estropee. En Mérida ya hemos tenido ejemplos de sobra.
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Los más recientes, con otras dos Hécubas (la protagonista en esta Troyanas es Isabel Ordaz), sobre la escena del Teatro Romano. La de María Garralón, con dos veces consecutivas sobre el escenario, este año y el pasado, bajo el título de 'Ifigenia', y la de Concha Velasco, en 2013, con un montaje llamado propiamente 'Hécuba'. En ambos casos, Garralón y Velasco nos dejaron interpretaciones majestuosas.
En esta ocasión, el papelón es para Isabel Ordaz, la actriz madrileña con un vastísimo y premiado recorrido profesional aunque todavía, para cierta parte del público, se le conozca como 'la Hierbas' en la antigua 'Aquí no hay quien viva'. Ordaz es mucho más que 'la Hierbas', no se equivoquen. Como se intuía, se encuentra a sus 68 años en un momento espléndido. Tanto que no solo interpreta sino que versiona. Y se ha atrevido a ello en estas renovadas troyanas de 2025. Sobre el escenario lo ha hecho con eficacia. A veces de forma mesurada (no sabemos si porque era el estilo obligado o el que le ha salido para su papel), a veces de forma volcánica. Siempre, en todo caso, convincente. Dolorosamente convincente con tanta muerte a su alrededor.
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Porque Ordaz, que había actuado ya una vez en el Teatro Romano, se desenvuelve y se mueve con el escenario con credibilidad, que es lo mejor que se puede decir de una actriz. Lo mismo le pasa a otros cuatro actores, especialmente como Esther Ortega (Andrómaca, nuera de Hécuba); María Vázquez (Casandra, su hija), y Cristóbal Suárez (que interpreta al embajador griego Taltibio, encargado de comunicar su destino a las mujeres troyanas capturadas).
A ellos se suma Mina el Hammani, que se estrenó en el Festival de Mérida en 2021 interpretando a Yocasta en 'Edipo', con Alejo Sauras, en un papel de escaso protagonismo. Ahora es nada más y nada menos que Helena de Troya. La malvada que originó la guerra, la destrucción de la poderosa Troya y las desgracias de toda la familia de Hécuba.
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En estas troyanas, El Hammanitarda casi una hora en salir a escena pero merece la pena la espera porque desarrolla un papel que da vitalidad e impulso a un montaje que, en su conjunto, y ahí es donde radica su lastre, no logra enganchar de forma constante. De hecho, por momentos lo bloquea. Porque el problema es el montaje en su conjunto, no los actores. Amaga pero no da con la tecla del éxito final. Anticipa que puede ser un trabajo completo pero se queda a medias.
Esta adaptación de 'Las troyanas', presenciada anoche por cerca de 2.600 espectadores en su estreno, se abona a la costumbre últimamente de ocupar y tapar parcialmente la escena (en esta ocasión, con dos tiendas de campañas) del Teatro. Pero, sobre todo, se abona a la reiteración de proyectar imágenes, palabras y hasta frases tanto sobre las propias columnas del Teatro como en otros elementos que se interponen en la escena, en esta ocasión, esas tiendas de campaña.
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Además también se incrustan varias piezas musicales. Una vez como recurso, pueden resultar esos aditivos teatrales pero su reiteración desmonta la atención del público en lo que seguramente es lo más apreciado en Mérida: la palabra. Ágil, emotiva, descriptiva, sensorial. La de los grandes clásicos y la de los extraordinarios autores modernos. El pilar sobre el que sustentarse.
Si en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida la palabra pierde protagonismo en favor de lo visual, el resultado no puede ser nunca grandioso. Carlota Ferrer y la propia Isabel Ordaz son las que han versionado el texto de Eurípides. Y Ferrer también se ha encargado de la escenografía y el vestuario. Y ha buscado dar una vuelta de 180 grados al texto original. Mo está mal el propósito porque se puede y debe actualizar. El hándicap es otro. Es la ejecución de una escenografía, por tanto, deficientemente planteada.
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A veces el camino más fácil es el más complicado y es el de trasladar al público el dominio de la palabra por encima de otros aditivos audiovisuales.
Porque el espectador que viene a Mérida es mayor de edad. Igual aplaude, como anoche aplaudió, y por cierto hace en todos los casos, vaya por delante, pero no sale con una sonrisa de oreja a oreja y con el orgullo de haber saboreado un drama de los buenos en su escenario favorito del Teatro Romano. 'Las troyanas' de esta edición pasarán a la historia del Festival por ser un espectáculo con buenos actores, con Isabel Ordaz como referente, que no llegó a cuajar. Y eso la culpa no la tiene ni las chicharras que disfrutan con el calor, ni los pejigueros señores de Córdoba y sus incordiantes móviles.
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