Un país que nunca se acaba
Una provincia de ChampionsEl pospartido. España nació en Madrigalejo y Casar de Cáceres y Jaraíz son capitales mundiales
Escribo masticando jengibre y la culpa la tiene el Cacereño. El jengibre tiene un sabor acre y picante, pero es bueno para la voz y ... estoy afónico. Cuando, el jueves pasado, Álvaro Merencio, delantero del Cacereño, batió a Juan Musso, portero del Atlético de Madrid, en el minuto 30 del partido de Copa del Rey, grité gol tantas veces, con tanta fuerza y tan desbordado por la emoción y la incredulidad que castigué mis cuerdas vocales de tal forma que una semana después sigo con la voz cascada. Así que venga jengibre y bebidas calientes.
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Tras el gol, ya no volví a gritar. Preferí no unirme a los cánticos de sí se puede por preservar mis cuerdas vocales y por sospechar que no se podía, sobre todo desde que en el minuto 67 se lesionó Pablo Barrio, un central formidable que transmitía espíritu, orden, intensidad y pasión al resto de la zaga y que cada vez que despejaba o se lanzaba cual poseso para taponar un disparo del Atlético, hacía gestos de tal vehemencia dramática que el resto de la defensa se contagiaba y estaba en todo.
Se lesionó Barrio y aquello se complicó, tanto que hasta entraron goles de rebote. Pero fue bonito, muy bonito. Y no solo el partido, sino todo lo que ocurrió fuera y dentro del estadio desde que llegué en autobús urbano a las 16.30 hasta que volví a casa a las 21.30, a tiempo para ver a Broncano. Y este último detalle no es menor porque la organización de los traslados me pareció encomiable, con autobuses lanzadera gratuitos y un control del tráfico y la seguridad propios de Primera División. En fin, que me sentí habitante de una ciudad de Champions League y fui tontorronamente feliz.
En estos partidos especiales, además de admirar las jugadas, también se disfruta del contexto y de los detalles. Por ejemplo, que el Atlético de Madrid traía tantos suplentes y ayudantes que una decena tuvieron que sentarse en la grada, entre el público, incluido el mediático Gustavo López. Por ejemplo, que invitaron por megafonía a cantar el himno del Cacereño y no se lo sabía nadie a mi alrededor, y eso que somos abonados con muchos años de oficio. Por ejemplo, ver todo el tiempo la cabeza del Cholo Simeone asomando tras su banquillo y comprobar cómo se metían con su incipiente alopecia varios espectadores calvos. Por ejemplo, las colas de 30 hombres para mear en las letrinas de caballero. Por ejemplo, la publicidad…
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Me parecieron muy divertidos los anuncios proyectados en las pantallas cambiantes. Aquello parecía Fitur más que un partido de fútbol. Además de algunas empresas locales y varias nacionales, se anunciaban Alcántara (Mucho más que un destino turístico); Cáceres (Patrimonio de la Humanidad. Capital Europea de la Cultura 2031. Ciudad candidata); Plasencia (Destino imprescindible); la IGP Ternera de Extremadura y la IGP Vaca de Extremadura.
Pero los mejores anuncios fueron cuatro. Uno de ellos por inesperado y porque muchos supimos por primera vez de un Carnaval extremeño. El anuncio, que pudo ver toda España, rezaba así: «Campo Lugar y Pizarro. Martes de Carnaval. Ven a visitarnos». Pero es que, además, era el único con el de Plasencia que mostraba imágenes en las vallas-pantallas. Finalmente, estaban los anuncios grandilocuentes, que asombraron a España por su rimbombancia.
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Uno era el de Madrigalejo. Su eslogan: «Aquí murió el rey y nació España». ¡Toma ya, con dos balones! Y los otros eran mundiales y ampulosos. Uno, con fondo rojo: «Jaraíz de la Vera. Capital Mundial del pimentón». El otro, con fondo amarillo: «Casar de Cáceres. Capital Mundial de la torta del Casar». Lo dicho: una provincia de Champions.
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