Al atardecer, mi suegra entra en mi casa con su llave, se sienta en mi sillón finlandés con su lupa y coge mi periódico con ... descaro. Lee lo que escribo, pero no lo comenta nunca. A veces hablo de ella, pero le da lo mismo, ha asumido que es un personaje de columna y ni se da importancia ni se la da a su yerno. Sí me comenta las columnas de Rosa Palo. Dice: «Me gusta leer a esta muchacha». Y yo completo el subtexto: «Pero a ti, no». Las suegras son así, cuanto más las mimas, más te ignoran.
La mía lee el diario de arriba abajo con su lupa. Es bonito verla así, convertida en una especie de Sherlock Holmes del periodismo, buscando crónicas, reportajes y noticias para acabar siempre en la sección que más le gusta: 'Vivir'. Para mi suegra, mujer muy religiosa, 'Vivir' se ha convertido en el Novísimo Testamento y, lo peor, intenta evangelizarnos todas las tardes. Un día nos recomienda que bebamos agua con una pizca de sal para tener más memoria, al otro se transmuta en polígrafo y nos dice que a veces le mentimos porque la miramos directamente a los ojos, por no hablar de cuando exige silencio porque el ruido produce acidez de estómago.
Todo esto lo aprende en 'Vivir', que, sin duda, es la sección más leída por mi suegra y sus amigas nonagenarias. Los viernes se juntan a tomar té con bolluelas y comentan los artículos de la semana: cómo dormir mejor en invierno, las medidas de la cocina perfecta o qué son los gusanos auditivos. El último viernes de enero, las sorprendí comentando un artículo publicado el día anterior sobre las seis posturas idóneas para lograr el gran orgasmo. «¡De qué habláis!», me espanté. «De lo que tú deberías escribir», se partieron de risa.
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