Siete siglos de perros de caza y caracolas
Ya en el siglo XIV hay referencias a la región en 'El Libro de la Montería', una obra de Alfonso XI
JAVIER ÁLVAREZ AMARO
Viernes, 29 de julio 2022, 12:59
El sonido inconfundible de la caracola retumba en el silencio del monte.
A lo lejos, el veterano rehalero escucha los ladridos de los perros que ya corren respondiendo a su convocatoria. Con el corazón aún latiendo con fuerza tras una intensa jornada, el perrero confía en que esta vez regresen todos sus animales tras la primera llamada. Se apoya en una roca para recuperar el aliento y recuerda a su abuelo, que le enseñó todos los secretos de la recova cuando aún era un zagal. Y a su padre, con el que recorrió tantas monterías, con el que aprendió a amar y a respetar el monte.
Es la historia de un fin de semana cualquiera en Extremadura entre octubre y febrero. En total, durante la temporada se llevan a cabo unas 1.500 monterías repartidas a lo largo y ancho de toda la región que congregan a más de 5.000 personas cada fin de semana. Esta es una modalidad que aúna tradición y vigencia, y que crea riqueza y empleo en nuestra tierra. Según los últimos estudios realizados, genera un flujo económico que ronda los 160 millones de euros al año.
La montería es hoy una modalidad practicada por todo tipo de cazadores. Según la RAE, la palabra 'rehala' procede del término árabe 'rahala'
¿Y el origen de la palabra rehala? Pues según la Real Academia Española procede del término árabe 'rahḥála', que significa «ajuar doméstico». A su vez, esta palabra es una derivación de un término del árabe clásico, 'riḥalah', que definía el «basto de camello». Hoy la RAE define una rehala como «jauría o agrupación de perros de caza mayor, cuyo número oscila entre 14 y 24».
Para encontrar en nuestra tierra los orígenes de la montería y la recova (palabra que se usa en Extremadura tradicionalmente para referirse a la rehala) hay que retroceder, al menos, 700 años.
Y es que se tiene constancia de que se practicaba ya en el siglo XIV, cuando Alfonso XI escribió el 'Libro de la Montería'. En esta obra se describe el origen de los actuales rehaleros y tienen un protagonismo especial los montes extremeños (se citan más de 200), con relatos sobre la caza del oso y el jabalí, principalmente. En aquel tiempo la organización de la rehala recordaba a un dispositivo militar, y se definía al montero como «aquel que tiene perro y lo suelta en la montería».
Hablamos por tanto de una modalidad en la que la ballesta era el arma fundamental y los perros un elemento imprescindible. A partir del siglo XVI se generalizó el uso del arcabuz, y cambió la realidad de la montería. De hecho, ante el temor a que las armas de fuego disminuyeran las piezas de caza hubo diversas restricciones intermitentes a su uso hasta el siglo XVIII.
Cambio definitivo
A partir del siglo XIX se produciría otro cambio definitivo en la montería, según explica el 'Informe sobre aspectos normativos, sociales y territoriales de la montería y la rehala como BIC', elaborado por los doctores Juan Ignacio Rengifo Gallego y José Manuel Sánchez Martín. Si durante la Edad Media y la Edad Moderna la venatoria estaba reservada a las clases privilegiadas, la caída del Antiguo Régimen supuso una apertura que ayuda a entender lo que es hoy una modalidad con un importante componente social. En contra de lo que a menudo se piensa erróneamente, la montería es hoy una práctica cinegética extendida a todo tipo de cazadores, también a los más humildes, a los que llega a través de las organizadas por las sociedades de cazadores y de las peñas monteras. A estas se suman las monterías comerciales (en las que los cazadores compran los puestos) y las llamadas monterías de «invitación», en las que es el dueño de una finca el que la organiza sin comercializarla. De esta forma, son muchos los pueblos en los que la montería de la sociedad de cazadores alcanza tal dimensión que se llega a comparar con festividades locales.
En todas estas monterías tiene un papel especial el perrero o rehalero, al que se reconoce a primera vista por su forma de vestir y sus accesorios. Su imagen está asociada a los zahones, la caracola y el cuchillo, y también a las polainas si la 'mancha' es muy cerrada. Visten colores llamativos para ser reconocibles y en las recovas extremeñas también son habituales la cuerna, la bocina y el pito de hueso de buitre.
Germán Gil, delegado de Rehalas de la Federación Extremeña de Caza, explica que en Extremadura «sin rehala no habría cacerías, porque en la mayoría de los montes sería imposible sacar a los animales de las manchas».
Por eso, esta declaración de Bien de Interés Cultural supone también un reconocimiento a todos esos rehaleros que trabajan sin descanso 365 días al año, como recuerda Germán Gil. Esos mismos rehaleros que durante la temporada cada fin de semana «se levantan a las 5 o 6 de la mañana sin hora de regreso» y que están en la primera línea de la montería, entrando al monte bajo la lluvia o cuando más azota el calor.
Porque si algo no puede faltar es el ladrido de los perros y el retumbar de las caracolas.