Feria de San Fermín 2023
Roca Rey no defrauda a sus incondicionales en PamplonaBotín de tres orejas en la primera de sus dos tardes de feria. Torería de Morante, que firma el mejor toreo de capa. El extremeño Talavante, empeñoso
Barquerito (COLPISA)
Pamplona
Martes, 11 de julio 2023, 22:58
La corrida de Cuvillo fue la más liviana de la octava taurina de sanfermines. La menos ofensiva. La menos agresiva también. La de menos edad. ... Por delante, un cinqueño, único del envío, que, huidito de salida, se enceló dócilmente en una vara certera y tomó obediente la muleta pero en mínimos. Morante lo toreó muy posado y con un mimo insuperable. Torería propia.
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Una apertura deliciosa -tres ayudados por alto a suerte cargada cosidos con el molinete, el natural y el de la firma- subrayada con un coro de oles. Luego vino un garboso trasteo despacioso, muleta retrasada, compostura natural, hasta que el toro empezó a gatear ligeramente y pedir la cuenta. Por flojo llegó a puntear. Los dos muletazos primeros de la breve tanda de igualada fueron una maravilla rescatada de quién sabe qué antigua imagen. Los golpes de viento y la rendición del toro obligaron a pausas nada habituales en las faenas de firma Morante. Media lagartijera hizo rodar al toro sin puntilla.
Ficha del festejo
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7ª de feria de San Fermín Nubes y claros, bastante ventoso. No hay billetes. 17.900 almas. Dos horas y cuarto de función.
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Toreros Morante, saludos y saludos tras aviso. Talavante, ovación y vuelta. Roca Rey, dos orejas tras un aviso y una oreja, a hombros.
Ese primer toro no se prestó a más toreo de capa que el de lances de fijar y poner en suerte. Pero el cuarto, jabonero y bien lleno, se llevó en el saludo cinco lances ampulosos, muy reunidos y de desplegado vuelo. Todas las ventajas le dio Morante al toro y, a pesar de ser la hora de la merienda, se coreó el gesto con la boca llena. ¡Qué menos! La media que abrochó el saludo, frontal, fue generosa propina. Echando cuentas, nadie había toreado en la feria de capa con tanto asiento, tanto color y tantos brazos.
Para general sorpresa brindó Morante al público. Y con una pequeña reverencia. No pudo corresponder Morante al brindis. En parte, por el viento, que lo incomodó no poco. Y, luego, porque, nota común a la mayoría de la corrida, este, bien sangrado en varas, fue toro a menos. Nobleza no pastueña pero casi.
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De nuevo la apertura de faena fue de sello propio: banderas, trincheras y un muletazos recortado. Antes de seguir la marcha, Morante sufrió un desarme. Parecía llevar prendida la muleta con las yemas de los dedos. La faena, recompuesta en seguida, fue toda en un palmo de terreno, a pesar de lo intemperante del viento. Ni una rectificación, pero tampoco una tanda completa ni redonda. Inédito el toro por la mano izquierda. Final por alto, dos pinchazos, media y un descabello. La gente de sombra sacó a saludar a Morante, que se resistió pero no tuvo más remedio que hacerlo.
Brindis a los medios
Con Roca Rey en el cartel se había agotado el papel desde el día en que se puso a la venta. Por si quedaba alguna duda de su razón, en cuanto Roca se fue a los medios para brindar el tercero, el toro mejor hecho de los seis, y se hincó de rodillas en la boca de riego, el bramido fue monumental. El viento no consintió el alarde de esperar al toro en ese terreno y de esa manera, pero Roca se acomodó en el tercio para de rodillas abrir faena con la guinda obligada del cambiado por la espalda. Después, dos tandas lineales por las dos manos, bien celebradas, pero sin encender alarmas, y hasta un repentino desajuste que enfrió de golpe el ambiente.
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Bravo, el toro pesaba más de lo previsto. Cuando iba a perderse el hilván, Roca cambió de terreno y de estrategia, y aplicó su fórmula infalible: encajado entre pitones, se pasó el toro por la faja y los muslos, intercaló los cambiados con los cobrados en la suerte natural, y, cuando sintió el fervor de vuelta, montó la espada y en corto y por derecho cobró por el hoyo de las agujas una estocada fulminante. Dos orejas. Misión cumplida.
La presencia tan justa del sexto de la tarde, de tan pajuna nobleza que en Pamplona parecía un toro de juguete, tardó en provocar más de lo habitual. Cuando amenazó con afligirse el toro, Roca se fue a su territorio predilecto, a las rayas del sol, y ahí se enredó con circulares cambiados que volcaron a sus cientos de fieles, en el estreno de un nuevo grito de guerra de las peñas: «¡Pé-rú, Pé-rú, Pé-rú.!». Antes de la estocada, Roca volvió a plantarse y desplantarse a puro huevo y, a pesar del toro, a asustar a la gente.
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Crudo de varas, el segundo cuvillo, barroso de pinta, arreó en banderillas y atacó muy vivo después. A Talavante le costó gobernar las embestidas rebotadas. No contaba con toro de tantos pies. Ese brío prestó a la faena su emoción. También más acelerones de lo normal. Estuvo firme Talavante. El quinto, que se afligió de mitad de faena en adelante, peleó bien en el caballo, esperó en banderillas y atacó codicioso de partida. Talavante ensayó un remedo de las cosas de Roca: de rodillas, el cambio por la espalda, la mirada al tendido. Abusó del lenguaje gestual, que es tan difícil de medir. A toro parado, arrimón al canto, sedicentes manoletinas finales y una buena estocada. La presidencia se hizo la estrecha. Dejaron a Talavante sin las oreja que pareció buscar desesperadamente.
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