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José Garrido ayer. :: reuters

Deslucido mano a mano en Las Ventas entre José Garrido y Curro Díaz

Los dos diestros no tuvieron suerte con unos toros de Montealto tan bastos y voluminosos como faltos de raza. Solo el quinto ayudó a mejorar el gris resultado final

PACO AGUADO

Lunes, 17 de abril 2017, 09:00

Las muchas expectativas que se crearon acerca de este mano a mano en los días previos se habían quedado en humo cuando se arrastraba el sexto toro de la tarde, un zambombo de 680 kilos, tan basto como manso en los primeros tercios.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros.

  • Seis toros de Montealto, de muy desiguales hechuras y muy dispares de volumen y peso. A la corrida en conjunto le faltó raza y fondo en su deslucido juego, aunque el quinto resultó manejable y ofreció posibilidades para la faena de muleta.

  • Toreros.

  • Curro Díaz, silencio, silencio y división de opiniones al saludar. José Garrido, silencio, silencio y silencio tras aviso. El banderillero Antonio Chacón fue atendido en la enfermería de la plaza de un «puntazo corrido y rotura fibrilar en el tercio distal del bíceps femoral del muslo derecho», de pronóstico reservado.

  • Plaza.

  • Las Ventas. Unos 10.000 espectadores, ni media entrada.

Ese toraco fue el que terminó de dar por tierra con un enfrentamiento que, turno a turno, iba cayendo en la nada por la falta de raza y de fondo de cada uno de los deslucidos ejemplares de Montealto, ante los que poco pudo hacer el dúo de toreros que, supuestamente, ayer iban a dirimir esa pretendida rivalidad.

Con todo, también hubo un quinto toro, de vistosa capa jabonera, que al menos duró en la muleta, tampoco sin gran celo, pero sí con una embestida abierta y manejable que facilitaba el lucimiento.

Curro Díaz, que había pasado prácticamente inédito ante un primero desfondado y un tercero sin clase ni recorrido, abrió la faena de muleta de ese quinto con mayor confianza, a pesar de que el de Montealto había manseado claramente en el caballo. Aun así, lo vio claro el torero de Linares ya desde esa apertura, en la que dos o tres trincherazos y pases de la firma hicieron rugir a una afición que gusta especial y tradicionalmente de estos detalles secundarios.

Esa primera fase iba a ser la más compuesta de una faena en la que, a pesar de las facilidades del animal, Curro Díaz se debatió entre demasiados altibajos técnicos que le impidieron redondear, ya que, incluso dentro de una misma tanda, se alternaron los pases limpios y bien compuestos con enganchones y tirones que le restaban brillantez.

En todo momento empujó gran parte del público de Madrid, entre el que el jiennense tiene declarados partidarios, pero la obra, bien compuesta estéticamente y algo ligera de contenido, nunca llegó a remontar lo suficiente para llegar al nivel de premio, y menos aún tras la estocada baja que la remató.

El extremeño José Garrido se lució especialmente con el capote ante sus dos primeros toros. En realidad, las verónicas encajadas y embraguetadas con que los recibió y el airoso y alegre quite por chicuelinas que le sacó al cuarto fueron lo único que pudo sacar en claro.

No hubo más porque se lo negó tanto la brusca y desclasada embestida de su primero como el absoluto desfondamiento del cuarto, el toro mejor «hecho» del encierro, que se paró sin remedio tras el nervio mostrado en los primeros tercios. Al revés que éste, el sexto fue un manso declarado en varas y en banderillas, sólo que, aún amagando rajarse, se empleó algo más en la muleta sin que Garrido acabara de creérselo en un trabajo que osciló entre la voluntad y la ansiedad del último cartucho.

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