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La mesa donde murió la República

La mesa donde murió la República

La familia francesa que ha guardado el mueble en el que Azaña firmó su dimisión como cabeza del gobierno republicano lo entrega a España

Paula rosas

París

Viernes, 20 de septiembre 2019, 20:49

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Era el 27 de febrero de 1939. Manuel Azaña había cruzado la frontera entre España y Francia tres semanas antes, consciente de que jamás volvería. La guerra estaba perdida. El presidente de la moribunda república había tomado ya la decisión: en cuanto Francia e Inglaterra reconocieran al gobierno de Burgos, él presentaría su dimisión. La carta estaba redactada, esperando solo la confirmación de lo inevitable. Y la firma. En 'La Prasle', la casa de Collonges-sous-Salève donde se refugió en sus últimos días como jefe del Estado, y sobre una pequeña mesa de trabajo, Azaña firmó su renuncia «para ahorrar a los defensores del régimen y al país entero nuevos y estériles sacrificios».

El presidente moriría apenas un año después en Montauban, víctima de un infarto cerebral. Pero esa mesa donde se puso fin al sueño republicano español se conservó intacta gracias a una familia, los Griaule-Franzoni, que comprendieron el valor simbólico de la pieza. Ochenta años después, el escritorio recorrerá en las próximas semanas el camino que nunca llegó a emprender Azaña: el del regreso a Madrid.

La recuperación de un mueble que nunca perteneció a España, pero que alberga los fantasmas de su historia, ha sido posible gracias al tesón de un hombre, Luc Franzoni, que legó en julio ese pequeño tesoro al Estado español. Su abuelo, el etnólogo Marcel Griaule, era el dueño de la casa en la que se alojó Azaña, a pocos metros de la frontera con Suiza. Franzoni, visiblemente emocionado, recibía ayer la encomienda del Mérito Civil de manos de la Secretaria de Estado de la España Global, Irene Lozano, y del embajador en París, Fernando Carderera.

Evoca sufrimientos

Pero también se ha logrado debido al compromiso con la memoria republicana que mantienen en Francia muchos hijos de exiliados españoles, ancianos todos ellos ya. Como Francisca Ledesma, que puso en contacto a Franzoni con las autoridades españolas, y a la que aún se le empañan los ojos al evocar los sufrimientos que supusieron «el fin de un sueño». O Laura Garralaga, que dice con la voz entrecortada, en los salones de la Embajada española en París, que la memoria necesita de soportes, como esa mesa, «para que no se olvide lo que pasó».

Aún no está clara ni la fecha de su partida hacia España ni el destino que tendrá la mesa, un pequeño escritorio de bordes dorados e incrustaciones de marquetería donde Azaña no solo escribió su carta de dimisión, sino que probablemente redactó también parte de sus diarios. La situación de interinidad del Gobierno no ha permitido finalizar los detalles. Pero es posible que en noviembre pueda verse en una exposición que tendrá lugar en el ministerio de Justicia, que este año ha liderado los trabajos de recuperación de la memoria del exilio del 39, según Lozano.

«Espero que esta mesa llegue a España con un esfuerzo de paz, de democracia y en una Europa reconciliada consigo misma», evocó ayer Franzoni al desprenderse del escritorio. «Será portadora de memoria y de esperanza».

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