Cinco accesos santos al Cáceres amurallado... y uno ateo
Cinco imágenes son las que protegen los accesos a la zona amurallada de Cáceres, pero hay otro acceso más que no tiene ni una imagen de santo, ni de una Virgen o de un Cristo.
Tenía ganas de ver en qué quedaba la disputa entre el malaleche de Manuel Caridad y Sanjosé, sobre las imágenes que protegían las puertas de ... la muralla de Cáceres. Los dos estaban de acuerdo en que cada puerta tenía una escultura o un cuadro, pero el difunto decía que siempre estaban colocadas en la zona interna de la puerta, mirando a los cacereños que estaban dentro de la muralla; y el vivo no estaba de acuerdo, aseguraba que la mayoría estaban puestas hacia afuera, para que las vieran la gente que entraba en la ciudad.
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Pudiera parecer que la discusión es nimia, pero yo me lo paso de miedo viendo cómo discuten. Quedamos el pasado miércoles a primera hora del día, antes de entrar en la Redacción, en el sitio en donde estaba la Puerta de Mérida. Llovía a mares. Con mi buen paraguas gallego de dos varillas tapaba a Caridad, cuando llegó el difunto.
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–A éste no le tapes, que le da igual mojarse –saludó así Caridad a Sanjosé que tenía el pelo totalmente empapado, al igual que su raído abrigo negro.
–Tiene razón el bocachanclas. Bueno, vamos a lo que vamos. Estamos en donde se encontraba la Puerta de Mérida, una puerta romana que se derribó alrededor de 1751 a petición de Pablo Becerra Monroy, que la consideró fea e inútil. María del Mar Lozano Bartolozzi señaló en su libro 'El desarrollo urbanístico de Cáceres', que quien mandaba en la villa fue favorable a tirarla, diciendo que no tenía más que, «alguna cosa particular de la antigüedad, como es haber entrado algún héroe».
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–No te enrolles que tenemos que ir a trabajar. –Le recordó el compañero.
–Bueno, la puerta se tiró; pero la figura del Nazareno que estaba sobre el arco se colocó ahí, en esa hornacina –dijo señalando un hueco en la pared, en la que se veía la figura de un Cristo desproporcionado vestido de morado. Y el Cristo estaba puesto de murallas para dentro.
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–No hay pruebas. –Le cortó su oponente.
El difunto calló y nos llevó al Arco del Cristo.
–¡Aquí hay pruebas! –sentenció, señalando el cuadro del Cristo crucificado que está sobre el arco, en la zona intramuros–. El cuadro lo pintó Andrés Valiente, se lo encargaron en 1904; pero antes ya había otro y por eso al arco se le llamó 'del Cristo' y 'del Señor del Río'.
Seguimos hacia la zona de la puerta de Coria. El muerto caminaba delante cayéndole ríos de agua por los extremos del abrigo. Paró al llegar al final de la calle Tiendas.
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–Aquí estaba otra puerta romana, que fue derribada en 1879 por el hermano mayor de Juan Muñoz Chaves, por Joaquín. La puerta tenía una imagen de Nuestra Señora del Socorro, que está ahí. –Afirmó mientras señalaba una reja en la pared en donde estaba la figura–. Y la colocaron mirando para dentro de la muralla.
–¡No hay pruebas! –escuché decir al que tenía cobijado en el paraguas.
–¡Vamos! –dijo Sanjosé, mientras caminaba a toda prisa, llegando en un santiamén al Arco de la Estrella, en donde me extraño ver a dos vendedores de lotería de Navidad que hacían su agosto con los turistas. Allí el difunto señaló a la imagen de la Virgen de la Estrella, que está mirando hacia la Plaza de Santa María– ¡Aquí tienes pruebas! Este arco se hizo tras tirar la llamada Puerta Nueva, que tenía un lienzo pintado en 1587 por Lucas Holguín de la Virgen de la Estrella. El arquitecto y escultor Manuel de Larra Churriguera, sobrino del famoso José de Churriguera, hizo el arco en esviaje en 1726 por encargo del II conde de la Enjarada, que así consiguió ir en carruaje a su Palacio de Moctezuma. Y puso la Virgen mirando hacia dentro de la muralla.
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–No te enrolles y ven –dijo Caridad, agarrándome del brazo que sujetaba el paraguas, para llegar a la puerta de Las Piñuelas–. ¡Aquí tienes esta puerta sin imagen!
–Pero hombre –se quejó el difunto–. No me seas ignorante, que esta puerta es reciente y por eso no tiene santo. Es el único acceso ateo de los seis que tiene la ciudad amurallada. ¡Venid! –y subimos a toda prisa el adarve hasta llegar al Arco de Santa Ana– ¡Aquí tienes otra prueba! Esta hermosa imagen mirando hacia dentro de la muralla.
–Bueno, bueno, pero si la hizo Pepe de Arganda en los años 60... –dijo riendo Caridad.
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–Sí, pero antes estaba otra imagen en el mismo lugar. ¡Ríndete! ¡Has perdido!
–¡De eso nada! Estamos 3 contra 3. ¡Empate!
–Pero que empate ni que ocho cuartos. Eres un cabezón. Es que no me crees ni a mí ni al catedrático Enrique Cerrillo que dice lo mismo que yo.
–Es que no te voy a creer porque estés muerto. ¡Hay muchos burros en los cementerios!
–Bah. No me creerías ni aunque te dijera que va a tocar el décimo terminado en 5 que tiene la vendedora del Arco de la Estrella.
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Sanjosé se esfumó y nosotros caminamos a la Redacción bajo la lluvia. Caridad estaba callado. Cuando ya estábamos en el Paseo de Cánovas se paró en seco. Abandonó el paraguas y salió apurado a desandar lo andado. «¡¿Pero a dónde vas con la que está cayendo?!», le grité. De espaldas me hizo un gesto con la mano para que le dejara.
Pasada una hora entró en la Redacción. Estaba más mojado que antes el difunto, pero sonreía enseñándome un décimo terminado en 5. La verdad es que es como un niño; cabezón, pero un niño.
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