Los controles de la Policía Nacional en la frontera son continuos por el cierre perimetral. HOY

El tráfico de drogas en Badajoz se adapta a la pandemia

Los fumaderos han perdido el negocio nocturno, aumenta la actividad de los 'telecocas' y el cierre perimetral obliga a los narcotraficantes a convertirse en mochileros

Lunes, 26 de abril 2021, 07:06

En el verano de 1997, varios toxicómanos murieron atropellados en Madrid cuando cruzaban la M-40. Todos eran drogodependientes y perdieron su vida cuando trataban ... de llegar a La Celsa, un poblado chabolista colonizado por los narcotraficantes que en esos días era cercado por las fuerzas de seguridad. El cierre perimetral era tan férreo que los toxicómanos trataban de eludir los controles ingresando por el único punto que permanecía sin vigilancia: esa autopista con varios carriles que pasaba junto al poblado.

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«Las restricciones actuales recuerdan en cierto modo lo que sucedía entonces. El cierre de la frontera impide a muchos ciudadanos portugueses desplazarse a Badajoz para adquirir droga o visitar los fumaderos. Realmente no sabemos dónde se están abasteciendo ahora los más de cien portugueses que hasta el inicio de la pandemia se desplazaban casi a diario a Los Colorines y su entorno», explica uno de los investigadores que más saben de drogas en Extremadura.

Su discreción le impide revelar su identidad, pero sus reflexiones resultan certeras cuando habla de los cambios que han provocado los cierres perimetrales. «Cada vez es más difícil sorprender a los narcotraficantes con grandes cantidades de drogas. El reparto se suele hacer a domicilio, como si fuese una especie de 'telecoca' que en lugar de repartir pizzas o hamburguesas entrega droga a domicilio».

La última operación desarrollada contra este tipo de negocios tuvo lugar el 11 de marzo. Ese día, los agentes de la Policía Nacional detuvieron en Badajoz a un hombre de 46 años que ha sido acusado de distribuir cocaína a domicilio, y además, por tenencia ilícita de armas.

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En las vigilancias que le realizaron antes de su detención, los agentes comprobaron que se desplazaba a pie o en un ciclomotor para entregar la droga. Eso sí, siempre adoptaba las máximas medidas de seguridad para evitar ser descubierto.

Con todo, la información reunida por la policía desencadenó un registro en su domicilio, que estaba en la barriada de Las Moreras. Allí fueron intervenidas 21 dosis de cocaína, un revólver y su munición, una pistola 'taser', una pistola de bolas, una navaja de tipo 'mariposa', un ciclomotor y 11.015 euros en billetes fraccionados.

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Entonces se supo que el investigado contactaba telefónicamente con sus clientes para concretar el lugar en el que se iba a realizar la entrega. «El problema es que suelen llevar cantidades muy pequeñas y cuando son sorprendidos argumentan que la droga es para consumo propio. La denuncia administrativa no la evitan, pero judicialmente es muy difícil actuar contra ellos».

La zona centro, Pardaleras y la barriada de la UVA son otros lugares en los que han sido desarticulados en fechas recientes puntos de venta de droga que se sirven del 'WhatsApp' y otras aplicaciones de mensajería para concertar las entregas con mayor facilidad.

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Después, el reparto se realiza con ciclomotores, motocicletas de mayor cilindrada e incluso patines eléctricos, unos medios de transporte que les permiten moverse con rapidez y sin levantar excesivas sospechas. «El problema es que apenas suelen llevar 1 o 2 gramos de droga, eso no permite detenerlos».

La sanción para quienes son interceptados con pequeñas cantidades de droga en lugares públicos va de los 601 euros a los 10.400 en función de la gravedad del hecho, pero los agentes que realizan ese tipo de denuncias saben que los multados suelen evitar el pago comprometiéndose a realizar un curso de prevención de toxicomanías «que muchas veces no realizan».

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Sólo cuando la cantidad intervenida es importante o se determina que la droga está destinada al narcotráfico, se inicia un procedimiento judicial que puede concluir en una condena que incluya penas de prisión.

Justo eso es lo que sucedió el 4 de marzo cuando la Policía Nacional detuvo a un joven de 32 años con antecedentes policiales que portaba sobre su espalda una mochila que contenía un kilo de hachís. Eran las 2 de la tarde cuando se desplazaba en una bicicleta por un camino que comunicaba con la carretera de Campomayor.

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Su acción habría pasado desapercibida si los agentes que controlaban ese punto fronterizo no hubiesen sospechado del ciclista, que unos metros más adelante habría ingresado en Portugal sin levantar sospechas. «Recuerda mucho al comercio ilegal de café que durante décadas existió en esta zona fronteriza. El sistema es muy parecido porque un paquete con un kilo de hachís tiene un tamaño muy parecido al de un paquete de café».

La diferencia, claro está, radica en el precio: los 1.030 gramos intervenidos ese día hubiesen alcanzado en el mercado negro un valor próximo a los 6.000 euros.

También ha variado la forma de desplazarse. En este caso no era un mochilero que avanzaba campo a través sino un ciclista, vestido con ropa deportiva, que fingía realizar una ruta entre Badajoz y Portugal.

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El alto valor que alcanza la droga ha espoleado también otras actividades ligadas al narcotráfico que difícilmente se habrían producido si no existiese la pandemia. En épocas económicamente florecientes no habría sido viable que los narcotraficantes alquilaran dos restaurantes de carretera cerrados al público para convertirlos en invernaderos interiores destinados al cultivo de marihuana.

Uno de esos negocios estaba situado junto a la carretera Nacional 630 (entre Mérida y Torremejía) y el otro en la carretera de Valverde, a la salida de Badajoz. En el primero de los establecimientos se localizó una instalación preparada para albergar una plantación de marihuana. El segundo ya había sido adaptado para acoger un cultivo de este tipo y fueron halladas en su interior 916 plantas.

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Localizar plantaciones de cannabis en espacios interiores no resulta excesivamente complicado para la Policía y la Guardia Civil, que cuentan con el apoyo de las compañías suministradoras de electricidad para detectar enganches ilegales y consumos excesivos de energía. No en vano, el cultivo en interior exige la utilización de potentes focos, sistemas de climatización y filtros que eliminen el fuerte olor que desprende la marihuana. En esos casos no sólo se denuncia por tráfico de droga sino que se procesa también por el delito de defraudación del fluido eléctrico.

Más complicado resulta encontrar cocaína o heroína en el interior de los domicilios utilizados como puntos de venta de droga. En ese caso los agentes tienen que derribar la puerta y mientras lo hacen es frecuente que los narcotraficantes se deshagan de esas sustancias arrojándolas por los inodoros. «A veces se consigue el objetivo, pero muchas veces fracasamos. Esas casas son auténticos búnqueres».

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Además, los narcos acostumbran a montar fumaderos para que los toxicómanos puedan consumir en el interior, evitando así el riesgo que les supone salir a la calle con la droga. «Ahí también han influido las restricciones de movimientos. El cierre de la frontera de Portugal impide que vengan a los fumaderos de Badajoz y la prohibición de salir a la calle entre las 23.00 horas y las 6 de la madrugada también ha reducido mucho las posibilidades de consumo».

La prueba de que es así está en las denuncias que se pusieron en los primeros meses de pandemia a toxicómanos que incumplieron el confinamiento domiciliario para desplazarse a los puntos de venta de droga. Muchos de ellos no solo fueron denunciados por llevar encima pequeñas cantidades de estupefaciente, también fueron multados por saltarse el confinamiento.

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«Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo –concluye un investigador–. Sabemos que la gente sigue moviéndose por las noches de un pueblo a otro para buscar la droga. Sólo hay que mirar los grupos de 'WhatsApp' de conductores para darse cuenta de que a cualquier hora del día hay alguien que avisa de los puntos en los que están los controles. Desgraciadamente, los toxicómanos tienen la necesidad de consumir y lo hacen incluso en tiempos de pandemia».

Eso sí, lo tienen más difícil que antes porque los controles de la Policía Nacional y la Guardia Civil en las carreteras son más frecuentes que nunca y en estos tiempos marcados por las restricciones resulta más sencillo identificar los comportamientos sospechosos.

Un ejemplo de que es así se vivió en enero cuando una patrulla de la Policía Nacional detectó en el entorno de Los Colorines un coche que fue perseguido justo hasta la entrada de Almendralejo. Dentro iban un hombre de 33 años y otro de 49 que transportaban 43 gramos de cocaína. Ambos tenían antecedentes penales pero ese día no dudaron en saltarse el confinamiento nocturno, una conducta que podría acabar con ellos en prisión.

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