Borrar
''Retrato ecuestre del Duque de Lerma' de Rubens. / Archivo
El Duque de Lerma o el arte de la corrupción
LA OTRA HISTORIA

El Duque de Lerma o el arte de la corrupción

El valido del Felipe III instauró un entramado en la Corte basado en el tráfico de influencias, el soborno y la malversación de fondos

D. VALERA

Sábado, 11 de febrero 2012, 21:28

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cohecho. Malversación de fondos. Tráfico de influencias. Evasión fiscal. Todos estos delitos económicos están asociados hoy en día a la corrupción de numerosos cargos públicos en España. Y en su mayoría tienen que ver con la especulación inmobiliaria como forma de enriquecerse. Sin embargo, uno de los mayores 'pelotazos' urbanísticos se produjo hace cuatro siglos y estuvo protagonizado por el mismísimo valido del Rey: el Duque de Lerma.

En la Corte de Felipe III no se tomaba ninguna decisión ni se llevaba acabo ninguna acción, por nimia que pareciese, sin el conocimiento y aprobación del hombre fuerte del reino, el Duque de Lerma. El Rey, al contrario que su padre, no se sentía atraído por los asuntos políticos y de gobierno del país. Para poder dedicarse a placeres más mundanos como fiestas y cacerías, decidió delegar los poderes en un hombre de su total confianza. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas había formado parte de la camarilla de Felipe III desde antes de que este subiera al trono. En esos tiempos, se había ganado su favor colmándole de regalos. Una inversión a largo plazo que le sería muy rentable.

El futuro Duque de Lerma era un hombre cuya única ambición consistía en amasar la mayor cantidad de dinero posible para sufragar todos sus onerosos caprichos. Nació en 1553 en el seno de una familia noble cuyos días de gloria habían pasado y con ellos la bonanza económica. Con unas arcas muy resentidas, Francisco se acercó al poder para superar el bache y recuperar el esplendor que su ambición requería. Por tanto, pronto logró entrar en la Corte del entonces monarca Felipe II. Sin embargo, el 'Rey Prudente' era inaccesible y Francisco tuvo que cambiar de estrategia y centrarse en el heredero. La influencia sobre el 'delfín' llegó a tal punto que Felipe II le separó enviando a Francisco a Valencia como virrey.

Sin embargo, regresó pronto a la Corte y su poder no dejó de aumentar tras el ascenso al trono de Felipe III en 1598. El nuevo monarca le nombró Duque de Lerma y Grande de España. Además, delegó en él todo el gobierno del reino. Por fin el Duque vio recompensado los esfuerzos de tantos años. Y pronto puso en práctica una perfecta maquinaria basada en el tráfico de influencias y el soborno para aumentar sus riquezas. Su patrimonio se multiplicó a velocidad de vértigo. Pero él quería más. Y planeaba un golpe maestro basado en una perfecta especulación inmobiliaria.

El 'pelotazo'

En 1601, el duque de Lema convenció al Rey para que trasladara la capital del país a Valladolid. Meses antes, el valido había comprado numerosos terrenos en la ciudad castellana a un precio irrisorio. Unas tierras que multiplicaron su valor exponencialmente cuando la urbe se convirtió en la capital de España. Después, el Duque se las vendió al mismísmo monarca y sacó sustanciales beneficios. Al mismo tiempo, aprovechando la caída de precios en Madrid, comopró nuevas tierras. Cuando la capitalidad volvió a Madrid en 1606, el Duque regresó con los bolsillos llenos. Negocio redondo.

Sin embargo, con los años, el Duque de Lerma se granjeó unos enemigos tan numerosos como poderosos. La corrupción estaba tan extendida y se realizaba de manera tan obsena incluso para la época, que varias voces se atrevieron a denunciarla publicamente. Las acusaciones poco a poco destaparon el entramado urdido en la Corte, que empezó a desmoronarse. Primero cayeron algunos de sus colaboradores. El duque tenía cada vez más difícil colocar a gente de su confianza en puestos de relevancia. Rodrigo Calderón, su mano derecha, cayó en desgracia y fue ajusticiado. Cada vez más acorralado, pune en marcha el plan de salvación: ser nombrado cardenal y evitar un juicio. En 1618 consiguió este nombramiento y se retiró a sus tierras, donde falleció en 1625. Una vez más, el Duque de Lerma demostró su inteligencia para los negocios. Esta estratagema se resumió en un dicho popular de la época: Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios