Esperanza
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 17 de abril 2011, 02:29
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EL gran Quino, creador de Mafalda, rodeó a su famosa criatura de una serie de personajes tan divertidos y sobresalientes que son innumerables las ocasiones en las que la enemiga de la sopa es ensombrecida por la genialidad de sus compañeros de reparto: Manolito, Felipe, Miguelito, Libertad, sus propios padres o su hermano Guille, al que me une nuestra predisposición a deambular en pelotas por casa y, sobre todo, al contrario que su hermana, el amor y la veneración a la sopa, el más exquisito de los brebajes. Destaca entre todos ellos su mejor amiga, Susanita, quizás por reunir algunos de los más deplorables defectos humanos. Susanita es un personaje que causa hilaridad por salirle la mala leche por los cuatro costados. Susanita es mala, egoísta, metomentodo, racista, clasista, vanidosa, machista, cotilla, presumida, rencorosa, enamoradiza y tantísimas cosas malas más. Es tremenda y protagoniza algunos de los chistes más célebres y divertidos de las viñetas de Mafalda. Recordarán seguramente aquel en que le comenta a Mafalda que le parte el alma ver gente pobre y desvalida, y comparte con su amiga el sueño, que desarrollarán al convertirse en señoras mayores, de fundar una asociación para ayudar a los necesitados, con la que organizarán grandes banquetes con pavo, pollo y lechón, y a través de la que recaudarán dinero para comprar harina, sémola, fideos y esas porquerías que comen ellos. Existe otro aún más genial, aquel en que la viñeta muestra a una Susanita indignada gritándole a Mafalda: «¿Yo prejuicios? ¡Inventos tuyos! ¿Cuándo dije yo algo contra esos cochinos negros, eh? ¿Cuándo, eh? Tronchantes ambos. Pero existe uno que hoy nos viene que ni pintado. Mafalda y Susanita van caminado por la calle y un pobre acapara su atención. «Me parte el alma ver gente pobre», exclama Mafalda con rabia. «A mí también», contesta Susanita. «Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los pobres», responde Mafalda, siempre en defensa de los más desfavorecidos. «¿Para qué?», le dice Susanita. «Bastaría con esconderlos».
Susanita y Mafalda tendrían su propia opinión sobre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, quien pide una ley que retire a los 'sin techo' de las calles obligándoles a pernoctar en albergues. El problema es delicado, muy doloroso y espinoso de llevar, casi imposible de abordar sin caer en la demagogia. Los distintos bandos han comenzado a disparar. Algunos pensarán que Gallardón actúa como Mafalda, con toda la buena fe del mundo y sin otra finalidad que la de velar por los intereses de los más desfavorecidos. Y habrá quienes estén convencidos de que son las ideas de Susanita las que rondan por la cabeza del alcalde madrileño, y no dejan de recordarle que la famosa Ley de Vagos y Maleantes hace años que está derogada. No seré yo quien afirme en esta tribuna si el alcalde de Madrid está actuando o no correctamente, porque no soy capaz de hacerme una idea real del problema. Vivir en la calle ha de ser tan espantoso como triste y lamentable.
Hace unos meses, cuando estaba pasando por un momento difícil, con problemas económicos y laborales, tras salir a cenar con unos amigos y dirigirnos a un bar de copas, vimos en plena plaza pacense de San Atón una miserable cama construida a base de cartones y un colchón viejo en pleno y frío mes de enero. Era tan miserable y triste que me odié por quejarme de mi situación existiendo seres humanos que se ven obligados a pernoctar en la maldita habitación de los sueños perdidos. No quiero decir con esto que meter a todos los 'sin techo' a la fuerza en albergues, signifique hacerles un favor. Quienes sufren adicción al alcohol o a las drogas quieren tener la libertad de buscar su dosis en el momento que la necesiten; y pueden causar daños tanto a las instalaciones como a los demás huéspedes de los albergues. Por otra parte, me parece muy lamentable que haya seres humanos viviendo miserablemente en la calle cuando algunos nos permitimos el lujo de acoger mascotas en nuestras casas, a las que damos la mejor, más cómoda y placentera de las vidas.
No vayan a equivocarse pensando que soy un santo, en absoluto. Como cualquiera de ustedes, más de una vez me he sentido incómodo o amenazado o molestado por algún 'sin techo' o vagabundo, o como quieran llamarlos. Pero cuando uno se plantea las molestias que no tomamos para cuidar seres en peligro de extinción, no puede dejar de preguntarse cómo podemos permitir que existan semejantes malviviendo en las calles. Algunos de los vagabundos hablan de dignidad, para negarse a acudir a los albergues. Un servidor se pregunta para qué demonios sirve la dignidad cuando no vale para comprar comida y un techo bajo el que cobijarte. A pesar de todas las ayudas, agradeciendo incluso todas las limosnas, nunca será suficiente para comprar la esperanza de un cambio radical, de una vida mejor. La esperanza de abandonar la calle y dejar de dormir en la habitación de los sueños perdidos.
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