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OPINIÓN

La fábrica de juguetes rotos

Operación Triunfo pasará a la historia por ser un programa musical que odiábamos y del que renegábamos los verdaderos músicos

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 27 de febrero 2011, 01:17

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EL pasado domingo, y con bastante más pena que gloria, se despidió por fin uno de los programas más falsos e irreales de la historia de la televisión. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Operación Triunfo. Lo de falso e irreal del formato no es hablar por hablar, ni pura palabrería, sino por aquello de establecer justicia hacia una profesión, la de músico, de la que dicho programa ha ofrecido una imagen totalmente deformada respecto a la realidad de tan digna y dura dedicación profesional en los últimos tiempos.

El formato de Operación Triunfo siempre persiguió un único objetivo: la búsqueda de productos comerciales en potencia, clones de los ya existentes (Ricky Martin, Chayanne o Alejandro Sanz) y de hecho lo consiguió con cierta fortuna en su primera edición. David Bisbal, su tocayo Bustamante y, si acaso, la insoportable Chenoa se convirtieron de la noche en la mañana en estrellas de ventas millonarias, mostrando a la concurrencia pública la facilidad con la que un desconocido puede convertirse en famoso, con un par de apariciones en un 'reality show'. La millonaria audiencia del programa, emocionada y entusiasmada con el panorama que le ofrecían los 'triunfitos' cada jornada, comenzó a convertirse en crítica musical en potencia y, así, personas sin ningún conocimiento musical, o lo que es más grave, niños aún no formados, creyeron que ser músico consistía únicamente en acudir a Operación Triunfo, soltar gorgoritos y hacer la voltereta de Bisbal. La verdad es que era muy doloroso, por aquellos días, que alguien que no tenía ni puñetera idea de música le comentara con sorna a mi menda sobre su grupo que «Bisbal y compañía sí que son artistas y no vosotros, que no os conoce nadie». ¡La de veces que al presentarnos en algún local como músicos, para una posible actuación, nos soltaban los responsables de turno la misma cantinela: «Anda, ¿y por qué no vais a Operación Triunfo?». Como si no existiera nada más importante ni mayor gloria en el mundo de la música.

Pero no contaban los responsables del formato con un grave problema: no había hueco en el mercado discográfico para que de repente irrumpieran tan alto número de candidatos a la vez. Las ventas ya no alcanzaban las cifras millonarias de los años 80, y una herramienta llamada Internet comenzaba a extenderse como pringosa mancha de aceite, y, con ella, las descargas ilegales y la venta de copias piratas. El caso es que con alguna honrosa excepción -como la extremeña Soraya (gran acierto el haberla elegido como pregonera de los Carnavales de Badajoz; me cae bien esta niña, tiene garra) la verdadera ganadora de la cuarta edición. ¿Quién se acuerda del nombre del ganador de ese año?-, el programa pasó a convertirse en una fábrica de juguetes rotos, de antihéroes, que tras la desilusión de no poderse abrir paso en el difícil mercado discográfico, se vieron relegados a ganarse la vida (algo también muy digno y respetable por otra parte) en programas de karaoke o dedicados a la música nostálgica de épocas pasadas.

Gracias a Dios, aquellos jóvenes que nos dedicábamos a la música en los 90 de maneras amateur, conocimos desde bien pronto la realidad del panorama, por lo que los sueños inalcanzables de fama y riqueza volaron bien pronto de nuestras seseras para rendirnos a la evidencia de que lo nuestro no era más que un hobby, del que poco o nada podíamos esperar si pretendíamos vivir de él en un futuro no muy lejano. Cuando coincidíamos en algún festival o concierto, o incluso en un estudio, con los grupos punteros de la época (Los Planetas, Los Hermanos Dalton, Australian Blonde, Manta Ray o El Niño Gusano, por citar solo algunos) nos enterábamos por boca de ellos mismos que ya había pasado la época gloriosa de los Mecano, Duncan Dhu y Héroes del Silencio, y que aquello de cobrar tres millones de pesetas por actuación y dedicarte a vivir la vida loca se había terminado. Era necesario trabajar, y mucho, y aún así tener otro trabajo, 'de verdad', que te asegurara el pan y el poder pagar las facturas.

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Creo que la SGAE, con todo su afán recaudatorio, en lugar de empeñarse en intentar controlar Internet, el único medio realmente libre que aún existe, debería replantearse si no ha sido el programa que nos ocupa, quien con la propagación de sus artistas-clones, reventó en su día el mercado discográfico nacional, ya de por si delicado en este país, y es a la productora del programa, que ha ganado millones, a la que debería demandar por daños y perjuicios.

Operación Triunfo pasará a la historia por ser un programa musical que odiábamos y del que renegábamos los verdaderos músicos, para quienes pese al dinero y la fama prevalecerá siempre ese amor por la más maravillosa de todas las magias que existen: la música.

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