OPINIÓN

Humor

Si alguna vez se cruzan conmigo por la calle, devuélvanme la misma sonrisa enseñándome lo más blanco de sus piezas dentales

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 7 de marzo 2010, 01:16

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SOY un cachondo. Un cachondo mental. Y es que no puedo evitarlo. Me río de todo y de todos, y casi siempre con todos, y todos conmigo, y en cualquier situación por muy pesimista que se ponga. Y ustedes deberían de hacer lo mismo. Comiencen el día con una sonrisa, verán lo divertido que es ir por ahí desentonando con el mundo. Todo cristo muerto de sueño, cansado, de mal humor y ustedes con una sonrisa de oreja a oreja y esa dentadura profidén tan graciosa. Aún no conozco a nadie que sonría igual que yo y le vaya mal en la vida; ni tampoco a nadie que esté mal de salud. Así estoy yo que no paro de engordar de lo feliz que soy. A mí da gusto verme. Tendrían que contemplar mi 'carica' de pan, con esos mofletes que da gusto pellizcarlos, y siempre poniendo al mal tiempo buena cara.

Al igual que el hermano pequeño de Manolito Gafotas, El Imbécil, siempre le saco partido a la desgracia. O si no tendrían que haberme visto la cara que se me quedó cuando mi ex jefe decidió un día, sin previo aviso, ponerme de patitas en la calle. La verdad es que me entró la risa floja. Me pagaba una miseria, me trataba fatal y encima era él quien me despedía. Me reí mucho, pensando lo bien que iba a estar sin él. Me apiadé no obstante de mi sustituto, o sustituta, como a él le gustaba decir (es que era muy de izquierdas; para lo que le convenía claro), me reí y me descuajaringué de la risa cuando borré de un plumazo toda la memoria de mi ordenador antes de marcharme de la oficina, con lo que nadie podría aprovechar mi trabajo de todo un año. ¡Estaría bueno! Y me reí muchísimo más un par de meses después, cuando tuvo que pagarme el triple de la indemnización que se negó a pagarme en su día. ¡Qué manera de reír! El humor, además de tener propiedades curativas, siempre dice algo bueno de las grandes personas. Detrás de una agradable y franca sonrisa siempre se encuentra un gran hombre... O mujer, que diría mi ex jefe rojeras de boquilla. Cuando iba al instituto (no hace tanto tiempo, no crean) tenía un excelente profesor, y mejor amigo, el gran don Manuel Pecellín. Era (es) un hombre increíble y tenía esa puntita de ironía y buen humor que a mí tanto me gustan en las buenas personas. Aunque esté mal reconocerlo, creo que sentía debilidad por mí; debilidad recíproca, pues mi menda no permitía que nadie osara referirse mal a él en mi presencia. Una vez, a una compañera le dijo que iba a suspenderla porque era de Olivenza y no sabía lo que era la técula mécula. La verdad es que si lo piensan bien, además de tronchante, la situación es para actuar como lo hizo mi profesor. No se puede ir por la vida sin conocer las cosas más elementales de tu tierra.

A otro compañero mío, que también era un cachondo mental, nunca le prohibía la entrada en su aula a pesar de que llegara tarde, y eso era algo con lo que don Manuel no ha transigido nunca. Pero es que este compañero vivía en la misma calle del instituto, sólo tenía que cruzar la avenida. ¡Y llegaba tarde! Un día le decía que había pillado atasco, y don Manuel y todos nosotros nos tronchábamos, y daba gusto empezar la clase con tan buen humor. Otro día se excusaba con que tenía el viento en contra. Lo dicho, un cachondeo. Yo mismo me gané en una ocasión un sobresaliente que me vino muy bien para subir mi maltrecha nota media. Me preguntó don Manuel qué sabía de Manuel de Falla, un gran músico. Pues consideraba que yo, como tal, estaba obligado a saber de él. Poco pudo decirle quien suscribe, si acaso que antiguamente salía en los billetes de 100 pesetas, pero al preguntarme por su ciudad de nacimiento atisbé un poco de claridad para poder salvar el temporal donde estaba naufragando. Le dije que por su nombre, Falla, deducía que no podía ser de otro sitio sino de Valencia. Mi deducción detectivesca a los Sherlock Holmes, haciéndome eco de la relación entre la falla valenciana y la ciudad del Turia consiguió que se le cayeran hasta los apuntes, pocas veces he tenido una concurrencia tan plena. Todos mis compañeros y por supuesto don Manuel incluido no podían dejar de llorar de la risa. «Es la deducción más brillante y con más lógica que he escuchado en lo que va de semana; muy bien Enrique, tienes un diez». Gastaba (gasta aún,) un gran sentido del humor el bueno de don Manuel Pecellín Lancharro. Uno de los pocos profesores a los que nunca olvidaré. Por lo tanto ya saben: alegría, buen humor, que se note que con ustedes no puede ni la crisis ni el temporal ni la tasa de paro. A lucir la sonrisa desde por la mañana bien temprano. Si alguna vez se cruzan conmigo por la calle devuélvanme la misma sonrisa enseñándome lo más blanco de sus piezas dentales y así me daré cuenta de que las tonterías que les cuento cada domingo al menos sirven para hacerles la vida un poco más agradable.

Y hablando de vida, ni se les ocurra morirse, y menos un lunes. Ustedes se mueren en domingo, como los señores, y a ser posible de risa después de leer mi artículo dominical, pero nunca un lunes por Dios, pues no hay manera más tonta de empezar la semana.

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