La residencia de Torrequemada ya vive sin covid
Las trabajadoras del centro de mayores El Molino fueron de las primeras en encerrarse día y noche en las instalaciones para proteger a «sus abuelos»; hoy, un año después, cuentan cómo lo vivieron y qué ha cambiado
Miércoles, 31 de marzo 2021, 20:47
El 1 de abril de 2020 una foto ilustraba la portada de HOY. En ella aparecían las trabajadoras de la residencia El Molino de ... la localidad cacereña de Torrequemada. Un año después vuelven a estas páginas pero con diferencias que ponen de manifiesto lo mucho que ha cambiado todo desde entonces. Ellas fueron unas de las primeras en encerrarse en un centro de mayores para proteger del coronavirus a sus usuarios, sus familias y a todo un pueblo. Eso les marcó para siempre y ahora, doce meses después, recuerdan el abril en el que llegó a haber en la región hasta una veintena de muertos cada 24 horas.
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Trajes enterizos, pantallas protectoras, guantes, mascarillas y mucha incertidumbre. Detrás de todo eso estaban trabajadoras como Teresa, Alfonsi, Conchi y Guadalupe. Hoy, en el mismo sitio, la imagen es distinta. Apenas un cubrebocas es lo único que se repite. En este centro, como en todos los de Extremadura, la vida se va acercando a la normalidad gracias a la vacunación y el sacrificio de las residencias.
En la de Torrequemada, sus empleadas llevaron el confinamiento más allá. Estuvieron 18 días sin salir de allí. Comían y dormían en el centro. Estaban pendientes de los mayores las 24 horas del día y todo sin ver a su familia. Hicieron lo mismo, un encierro en el sentido más estricto de la palabra, en otros centros de la región como por ejemplo en la residencia Nuestra Señora del Buen Suceso de Castuera, Catalina Curiel de Almaraz y Servimayor en Losar de la Vera.
«Cuando se detectó el primer positivo en el interior de la residencia consideramos que lo mejor era encerrarnos con ellos. El médico también nos lo recomendó», recuerdan las trabajadoras del centro El Molino.
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«Mi marido es de alto riesgo y yo podía llevar el virus a casa. Quería proteger a los míos y a los abuelos». Así llama cariñosamente a los usuarios Alfonsi Rodríguez, que lleva diez años trabajando como cocinera en la residencia de Torrequemada.
Es pequeña y tiene capacidad para 20 personas. Pese a los esfuerzos y las precauciones, en la primera ola se contagiaron 19 usuarios y fallecieron cinco según cuentan las trabajadoras.
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Lo más complicado
«La primera semana lo pasé muy mal. Luego un poco mejor, pero había mucha incertidumbre y pena. Veíamos que se iban muriendo y no podíamos hacer nada. Lo peor era cuando se llamaba a Urgencias porque no sabías si iban a volver», recuerda la auxiliar de enfermería Conchi Mateo.
Su compañera Teresa Mena asiente. «También era muy difícil verles en una habitación encerrados. Nos preguntaban por sus compañeros y en ese momento no podíamos contarles que algunos habían fallecido. Intentábamos que estuvieran distraídos para que no sufrieran», dice Teresa emocionada.
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Los recuerdos de Guadalupe Tomé, otra de las auxiliares, son idénticos. «Nos encerramos por el cariño a los abuelos y sentimos el cariño de todo el pueblo. Hasta los del bar La Plaza nos invitaron a cochinillo a todas nosotras y a los mayores cuando pasó la primera ola», comenta mientras ve cómo camina con su andador Antonio Galán.
«Antes andaba mucho, iba al huerto y todo, pero la covid ha hecho que me fatigue cuando ando y me he quedado ronco. Aquellos días fueron muy duros. Eso no se olvida. Estuve ingresado y luego aislado mucho tiempo en una habitación, sin poder salir», cuenta Antonio, que tiene 93 años y superó el virus.
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Él, al igual que todos los usuarios y las trabajadoras, están vacunados con las dos dosis contra la enfermedad. Eso ha hecho que la vida en la residencia sea distinta. Ya pueden salir cuatro horas a la semana.
A María Pérez también le gusta pasear, aunque le cuesta mucho. Tiene 94 años y lleva cinco en esta residencia. «Estoy muy a gusto. Pasé la enfermedad sin síntomas. Ni me enteré y a mi eso de salir a aplaudir a las ocho me encantaba. Ahora ya puedo ir a dar el paseíto también. Así que estoy encantada», explica.
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Desde que les han vacunado, una técnico del ayuntamiento hace tareas con los usuarios para que se mantengan activos. Juegan al bingo o a las cartas, dibujan o realizan ejercicios de memoria.
«Para ellos estar aislados era muy complicado, pero ahora está todo estupendamente. Tenemos cuidado con la mascarilla. Lo mejor es verles feliz, que puedan salir y ver a la familia. Hacíamos muchas videollamadas pero no es lo mismo», comentan Teresa y Alfonsi. «La vida en la residencia no llega a ser normal del todo, pero al menos ya es mucho más llevadera». Nada que ver con el abril de 2020.
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