«El primer día que tuve que limpiarle el culo a mi padre, me mentí diciéndome que era igual que cuando se lo limpiaba a ... mi hijo (…) Me lo repetía como quien está a punto de correr para darse impulso y saltar (…) Pero no. No es lo mismo».
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Así comienza 'Los siguientes' de Pedro Simón. Y es imposible seguir leyendo sin tragar saliva. No es lo mismo. Porque no hay simetría posible entre la ternura hacia quien empieza a vivir y la conmoción de ver deshacerse a quien fue faro, brazo o muro. Porque limpiar a un hijo es inicio, y limpiar a un padre, a una madre, es despedida. Porque mirar un cuerpo viejo, una mente vieja, es verse a uno mismo en diferido; es mirar de frente el final. Y eso no nos gusta, probablemente porque va cargado de una asumida impotencia.
El porcentaje de personas mayores crece en todo el mundo a un ritmo acelerado. La esperanza media de vida en los países desarrollados está en torno a los 80 años. Si, por bien es, a viejo, a vieja llegaremos y entonces, será nuestra dignidad la que esté en juego.
Hoy, 15 de junio, es el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. En el mundo, según la OMS, 1 de cada 6 personas mayores sufre algún tipo de abuso. Pero esa cifra es tibia frente a lo que no se denuncia: la violencia doméstica callada, la negligencia institucional, la muerte en vida que significa dejar de ser visto.
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La violencia hacia la vejez, por tanto, no es una anécdota. Es un sistema, una estructura que desatiende, empobrece, silencia y desecha. Maltrato es que un anciano no pueda pagar la calefacción. Maltrato es una residencia con tres cuidadores para cuarenta internos. Maltrato es que se priorice la economía sobre la humanidad. Maltrato es que los protocolos médicos recojan menor asistencias por «falta de expectativa vital». Maltrato es que se les hable como a niños, negándoles su historia y autonomía. Maltrato es la manipulación de su pensión. Maltrato es que se les convierta en chistes o se les invisibilice. Maltrato es que las políticas públicas no contemplen sus verdaderas necesidades.
Y es que el maltrato en la vejez tiene muchas caras. No siempre suena a grito o golpe. A veces suena a portazo silencioso, a plato que no se calienta o simplemente se calienta, a una televisión encendida que suple el conversar, a una firma forzada, a una herencia manipulada. A veces, simplemente, no suena. La soledad es silenciosa; el abandono, mudo y la invisibilización, muerte.
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Maltrato es también no nombrarlo. No verlo. No actuar.
Indagar en las causas es pensar en lo paradójico de una sociedad cuyo mayor logro es haber prolongado la vida y que a su vez considera la vejez sinónimo de carga, de obsolescencia, de sombra, ignorando el abuso y maltrato. Resulta que, como si de un regalo envenenado se tratara, el precio a pagar por más vida es la pérdida del derecho a ser escuchados, deseados y protegidos.
Pensar en soluciones nos lleva a tener muy presente que la dignidad no envejece y a trabajar en desmontar este sistema de creencias que menosprecia la vejez, despersonalizándola hasta el punto de verla totalmente ajena; porque si vivir más es el logro, garantizar una vejez digna es la deuda.
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