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Tiempo

LOS JUEVES AL SUR ·

mané montes

Jueves, 27 de octubre 2022, 08:08

A veces no somos conscientes del tiempo que perdemos hasta que, por una u otra razón, se nos agota.

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Esperando el autobús, tu turno en ... una oficina comercializadora de electricidad para que te den una explicación de lo abultado de la factura, al teléfono enfrentándote a una alocución, en un centro de salud esperando tu turno o meses aguardando a que te reciba un especialista, en un atasco, en el banco…

Quizás, algún sociólogo sea capaz de medir, en horas minutos y segundos, el tiempo que dedicamos a esperar en trámites cotidianos, para llegar a la conclusión de que esa espera perpetúa nuestro lugar en el mundo y nos coloca en el estrato social al que pertenecemos.

Resulta que el código postal influye en los tiempos ya que indica si vives en el centro o en la periferia, en una comunidad autónoma o en otra y eso lleva aparejado la prestación de servicios o el alargamiento de una asistencia, es evidente, que las políticas de recorte en gasto público que llevan años aplicando algunas comunidades, no han hecho más que acrecentar las largas esperas a las que se enfrentan los que menos tienen.

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Qué gran privilegio sería poder disponer de todo ese tiempo para disfrutar, criar, cuidar, viajar y no tener que plantearnos si es posible la conciliación de la vida laboral y familiar. En la mayoría de los casos la respuesta es no, sobre todo para las mujeres que siguen soportando el peso de los cuidados a chicos y grandes, tarea imposible sin la ayuda de las sacrificadas abuelas. Si, además, la familia es monoparental, la dificultad se acrecienta de manera exponencial y encontrar trabajo compatible con esa misión se torna en imposible por incompatible.

En otros países, los cuidados no se consideran algo personal, sino que se dota al gentío de la posibilidad de poder desarrollar una carrera profesional mientras otros se ocupan de los cuidados. Aquí se politiza esta función y se pretende descargar la responsabilidad en los centros educativos.

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Si queremos cambiar un modelo social, no podemos hacer un parche. La solución debe ser radical, es decir, ir al origen, a la raíz. Lo que necesitamos son políticas públicas que garanticen condiciones dignas de trabajo, flexibilidad y racionalidad en los horarios, una apuesta real y efectiva por la corresponsabilidad en todos los ámbitos, desterrando el presencialismo y fomentando la productividad.

La dualidad vida-trabajo es como el agua y el aceite. El turbo-capitalismo de Edward Luttwak primero disgrega al individuo para después hacerlo hiperproductivo, las 24 horas del día, conectados al curro, a las redes sociales y al consumo.

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Frente a ello, hay quien propone la lentitud como revolución frente al mundo desquiciado que termina por anularnos. Ir despacio por la vida como elección y no, como decía al principio de esta columna, como una imposición a los más desfavorecidos.

Ojalá pudiéramos hacerlo. Porque no solo se trata de tener tiempo sino de que ese tiempo sea de calidad.

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