Estoy asustado por la repercusión del disfraz de monja sexy que se ha puesto Rosalía. De pronto todos los medios de comunicación han empezado a ... hablar de una nueva oleada religiosa, un regreso triunfal del catolicismo que a los agnósticos nos ha pillado un poco desprevenidos. Como además ha coincidido con el estreno de 'Los domingos', la magnífica película de Alauda Ruiz de Azúa, el aluvión de artículos, opiniones y tesis filosóficas ha sido de tal calibre que imaginé una súbita avalancha de novicios y novicias haciendo cola en los conventos.
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Me pareció bien, aunque por un momento llegué a temer que esta incontenible dana religiosa hubiese obligado a poner notas de corte en los monasterios o, peor aún, a acreditar ciertas marcas mínimas para profesar: «Si no rezas el rosario en 10 minutos 25 segundos ni sueñes con entrar en las carmelitas»; «con menos de un 13,2 en la PAU los agustinos recoletos no te cogen. ¡Menudos son!»
Tan asombrado estaba con este inesperado giro espiritual que el domingo por la mañana decidí pasarme por un convento, a ver si encontraba a los chavales del botellón dispuestos a cambiar el vodka por el agua bendita y el morreo ocasional por la adoración nocturna. No vi a nadie. Igual hacía demasiado frío. Me malicié entonces que lo de Rosalía había sido un truco de 'marketing' como cualquier otro: ayer de motorista, hoy de monja, mañana de marine y así. Luego, sin embargo, caí en la cuenta de que más de una vez yo mismo he fantaseado con la idea de meterme no ya monje, que es como quedarse a medias, sino anacoreta. Una gruta, mis libros, un huertito con sus tomates y ninguna tertulia política alrededor... ¡Qué destino apetecible, con o sin fe!
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