Desde la ventana

Odio

Nieves Galán

Domingo, 28 de mayo 2023, 07:47

Negro, mono, gorda, hijo de puta, maricón… la lista de insultos en nuestra lengua es larga y proporcional al odio de quienes los utilizan para ... desprestigiar, manchar y herir al otro u otra. No voy a ampliarla para no herir las sensibilidades, parece que molesta más verlas escritas que escucharlas en bocas vociferantes.

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Estos insultos son utilizados habitualmente en campos de fútbol, el último episodio con Vinicius es de sobra conocido, no es el único, ni el primero y probablemente no será el último, hay campos en los que está muy normalizado utilizar la palabra escupida como arma contra un supuesto enemigo.

El enemigo es el diferente o el igual al que simplemente odias porque está a tiro, no hay razonamientos posibles, ni justificaciones que nos salven, no las hay.

Lo de Vinicius lo vimos todos. Me pregunto qué harán esos mismos que ante miles de ojos gritaron negro y mono, cuando no estén las cámaras, ni el grupo o la manada y se crucen con un vecino de otra raza o etnia. Otro vecino que como Vinicius no agache la cabeza, ni pida perdón ante un insulto, desprecio o insolencia. No fue la primera vez en sus vidas, son odiadores profesionales, violentos sin adornos.

Sí, los hay, son visibles tras seudónimos o a cara descubierta en las redes sociales, especialmente en Twitter y se hacen notar porque gritan en mayúsculas y creen llevar siempre la razón. Sentencian con cada frase y se materializan en campos de fútbol, en supuestos grupos antiokupas. Son «limpios» y «ejemplares».

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Hace muchos años, tenía 18 y acababa de llegar a Madrid para disfrutar de la etapa universitaria. No conocía la ciudad aún y salí con los que después serían más que amigos, familia. Era sábado por la noche en la zona del Bernabéu. Estábamos en una plaza que recuerdo grande y oscura, Bárbara, Pepo y yo. Apareció entonces, en tromba y como un vendaval que lo destroza todo, porque eso mismo hicieron, lo destrozaron todo, un grupo de jóvenes con la cabeza rapada. Era el año 2000 y por entonces parecía que era casi habitual. Esta niña de pueblo se asustó ante la perspectiva de convivir con gente que odiaba de tal manera. Con el tiempo fueron desapareciendo y yo me moví por otros barrios en los que era más difícil odiar, reductos de paz que convertí en mi entorno.

Pensé que aquel episodio se quedaría en un recuerdo, un reducto, el eco de un tiempo que no debía volver. Parece ser que no, el odio se transforma pero nunca desaparece, como la peor de las energías. Ahora no llevan la cabeza rapada, ni las botas con punta de acero, ahora gritan o azuzan para que griten negro, mono, gorda, hijo de puta, maricón.

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Y volvemos a preguntarnos, de repente, si somos racistas, ¿lo somos?, ¿somos homófobos? Cuando las preguntas son mucho más complejas y las respuestas más necesarias.

Conchi y Gemma son una pareja canaria que recientemente han denunciado una agresión no solo verbal sino física, en el parque de la Warner delante de sus hijos. 15 personas contra ellas al grito de «¡Bolleras de mierda!», han denunciado, dicen que nadie las defendió.

Vinicius, Conchi y Gemma, son solo tres nombres, tres protagonistas de historias muy concretas que han saltado a los medios estos días. Vinicius a pesar de todo seguirá siendo un privilegiado. Pero hay tantos otros rostros que son invisibles e invisibilizados que sufren agresiones, violaciones, insultos, odio, violencia en cada esfuerzo por vivir, por sobrevivir sin derechos, por el lugar en el que nacieron, por la piel que les viste, por el color, por la pobreza que tantas dudas despierta. Ese odio, esa violencia que todo lo cubre con una pátina aceitosa, apestosa a la que parece apegarse una sociedad cada vez más enferma. Y yo siento casi pudor por ser realmente una privilegiada con esos problemas que llamamos, irónicamente, de primer mundo. Odio odiar.

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